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En esto de ser mujer -que, como sabéis, no tiene nada que ver con ser simplemente 'persona'; ya que, a diferencia de la otra mitad de la humanidad, se sobreentiende que tu aspiración en la vida es (siempre) ser mejor de lo que eres, constantemente, día tras día, hasta que llegues a ser tan perfecta que te conviertas en humo dorado solo visible para los dioses–, en esto de ser mujer, digo, las modas se ciernen sobre ti con asombrosa rapidez.
En fin, lo que quiero decir es que yo era de las que pensaba que el libro ese de Marie Kondo sobre deshacerse de cosas no era más que un montón de chorradas y, aferrada a mis fuertes principios feministas de la Alianza Rebelde, conservaba absolutamente todos mis viejos vestidos, zapatos de fiesta y bufandas: ' Los hombres nunca se deshacen de sus pantalones –pensaba–. Los usan hasta que se deshacen solos. ¿Por qué iba a hacerlo yo?'. Además, estaba también el tema de la conciencia de clase. ' Que tú eres de barrio, querida –me decía–. Nunca has tirado nada y no vas a empezar a hacerlo ahora. No es el camino de nuestra gente. Guarda tus cosas, joder, que son tus cosas'.
Así que, cuando mis dos amigas más sensatas, feministas y combativas empezaron a hablar de una regular y salvaje depuración de sus respectivos vestuarios, me quede tan desconcertada que terminé sucumbiendo a regañadientes.
Ya sabéis adónde voy con esto, ¿verdad? Cuatro bolsas de basura más tarde, había reducido toda mi ropa a una pequeña pila de vaqueros y pantalones, 10 polos, cinco blusas, seis vestidos, una sudadera con capucha y una chaqueta de cuero. Solo sobrevivieron las medias sin carreras (debidamente codificadas por colores y dobladas en su compartimento). Y dos pañuelos: el de lunares y el rojo. Todo lo demás, salió. Y fue un verdadero subidón. De hecho, fotografié demencialmente todos mis cajones 'con espacio' y los subí a Facebook con el mensaje: '¡OÍDME TODOS! ¡VENGO DE VUESTRO FUTURO! ¡TODOS TENÉIS QUE HACER ESTO AHORA MISMO!'.
Algunas de las prendas eran obvias candidatas a la extinción: por ejemplo, los leotardos rosas con lentejuelas que conservaba para llevar en alguna fiesta drag, pero que siete años después seguían esperando; tres abrigos de pieles raídos de segunda mano, sobre los que todavía no he logrado tener una posición ética (¿estoy a favor o en contra de usar prendas de piel?); el body blanco del Todo a 100, guardado por si alguna vez tenía la necesidad de disfrazarme de fantasma; y un revuelto de algo que podríamos denominar, siendo generosos, 'ropa de payaso caprichosa', de la que no pega con nada.
Todo eso era lo obvio. Pero, ¿por qué estaban allí esas otras cosas? Es decir, la mayor parte del contenido de las cuatro bolsas. Decenas de prendas de etiqueta, entre ellas, muchas de las que se supone que toda mujer debe tener en su armario. Es decir: una chaqueta de esmoquin azul marino, un par de tacones negros y sexys, una camisa blanca perfectamente ajustada, una falda elegante y la camisa de seda perfecta, que es perfecta porque no abulta en la maleta y parece una explosión de gemas celestiales. Eso es lo que me decía a mí misma cada vez que las veía y pasaba de largo. Es decir, cada vez que abría el armario.
Lo que comprendí, cuando finalmente las descolgué de sus perchas, es que toda esa ropa me había estado torturando con sus preguntas durante 10 años. La chaqueta de esmoquin quería saber, por ejemplo, por qué a mí jamás me invitaban a la casa de algún embajador, que era el tipo de evento elegante e imaginario para el que había la había comprado. La falda ajustada estaba furiosa porque todavía no había sido capaz de encontrar un top que la acompañara, desde 2011. Los tacones estaban indignados porque no había intentado, siquiera una vez, caminar con ellos. Y el vestido de seda me preguntaba por qué no he regresado a París, ciudad donde lo había usado por primera y única vez (y donde había tenido tal ataque de ansiedad que supe de inmediato que jamás volvería a usarlo).
Y me di cuenta de que, en realidad, toda esa ropa sin usar y descuidada no era solo ropa: eran preguntas, recuerdos, una versión imaginada de una misma que nunca encontró la energía para materializarse. Algo tan desconcertante como una caja llena de correos electrónicos que enviaste en 2002, y tan apremiante y extraño como si un amigo te pidiera continuamente que te compraras un billete a la Luna.
Así que de todo esto va todo ese rollo de 'organizar'. De eliminar todos esos archivos obsoletos de la carpeta de 'borradores'. Renunciar a todas esas versiones de ti misma que se quedaron 'a medias'. En darte la oportunidad de cambiar de idea sobre si 'organizar' es una tontería. Y, finalmente, en reconciliarte con la única versión de ti misma que realmente posees. Esa que, a partir de ahora, usará unos vaqueros, una camiseta de polo, una chaqueta de cuero y uno de los seis vestidos que has guardado.
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