Estoy a punto de compartir cierta información sensible contigo. Una idea que en su momento cayó como un pequeño ¡boom! en mi cerebro. Así que asume que va a ser algo muy fuerte. ¿Preparada?
En diciembre de 2006, estábamos en un festival con nuestros amigos James y Anna, conversando sobre cualquier cosa cuando sobrevino el pantanoso tema de la Navidad .
-El año pasado tuvimos la mejor Navidad de nuestras vidas –dijo James–. No pudimos aguantar más todas esas cansinas tradiciones navideñas y decidimos romper con todo. Y ¿sabéis? ¡Fue genial!
-Ah –dije yo–. ¿Os fuisteis de viaje? ¿Navidad al solecito?
-¡Qué va! –contestó James apurando un trago de cerveza–. Nada tan sofisticado. Simplemente, pasamos de la cena de Navidad.
Sentí, por un momento, como si todo el festival se quedara en silencio. Estuve completamente muda durante casi un minuto. ¿Cómo?
-¿Qué quieres decir con que no tuvisteis 'cena' de Navidad? –pregunté finalmente, con voz nerviosa y chillona–. ¿Que ahora le llamáis 'comida' a la cena? O sea, seguro que esa fue vuestra gran ruptura con la tradición, ¿verdad?
-Nooo –contestó James–. Sencillamente, no tuvimos cena de Navidad. Ni gambas, ni cochinillo, ni turrones, ni besugos. Nada de nada. Lo que tuvimos fue una conversación muy honesta en familia y los niños terminaron por admitir que preferían la pizza a las gambas. Además, Anna y yo somos unos locos de la comida china. Así que eso es exactamente lo que tuvimos. Cenamos en el sofá –también nos confesamos que todos odiamos cenar en la mesa del comedor–, con los platos en las rodillas y viendo El rey y yo. Y fuimos inmensamente felices'.
No os voy a contar la media hora de shock, desconcierto y desestabilización que experimenté tras esta confesión de mi amigo, porque sería tedioso para el lector. Vamos, tan tedioso como pelar 6.000 patatas la tarde de Navidad. Pero sí os diré que la idea de desechar sin más la cena navideña me pareció poco menos que una herejía. Porque si has crecido en un piso de protección oficial, como yo, la de Navidad es, sin duda, la mejor cena que vas a tener en todo el año. El menú y sus delicias puede que formen parte de tus conversaciones, digamos, desde julio. Y recitar, como un hechizo o sortilegio, cada uno de sus platos, te ayuda a sobrevivir en los duros meses previos. En los momentos de tristeza, dices: '¡Piensa en ese cordero!'. Y siempre hay alguien que te complementa: '¡Y en esos gambones y esas salsas!'. Es nuestra manera de lidiar con la postergación de una operación de hernia o la muerte de un ser querido.
A través de los años, pensar en el carácter creciente de la cena navideña en el extrarradio –casi siempre engordados a golpe de embutido y carbohidrato barato– nunca ha dejado de reconfortarme. Una Navidad, por ejemplo, mi madre añadió un plato de jamón york a nuestra cena. Al año siguiente, le tocó el turno al pan de ajo. Para entonces, yo ya tenía 18 años y vivía fuera de casa, así que estaba a punto de graduarme en arrogancia. ' ¿Pan de ajo en Navidad, papá? –le pregunté levantando la ceja–. ¿Por qué?'. Me miró como si se me hubiera ido la olla: '¿Por qué? ¡Pues porque está buenísimo!', me dijo, dándome su regalo de Navidad de ese año, que consistía básicamente en callarme la boca.
Como sea, y volviendo a la revelación de mi amigo James, tengo que admitir que, una vez pasado el impacto, la idea empezó a atraerme. He pasado muchos días de Navidad asando esforzadamente cochinillos en hornos baratos, mintiendo a los vegetarianos sobre el contenido de mis patatas asadas y perdiéndome la mejor parte de la peli cursi de turno porque la salsa me había quedado demasiado líquida. Y la idea de volver a pasar las vacaciones preparando la comida más complicada del año, en las morbosas palabras de Jane Austen, 'me ha deleitado ya lo suficiente'.
-Venga, si pudierais elegir cualquier cosa para la cena de Navidad, ¿qué sería? –le pregunté a mi familia una semana después de nuestro encuentro con James y Anna—. Es decir, ¿cuál es vuestra comida favorita? Decid la verdad.
Y así es como la Navidad pasada terminamos cenando curry vegetariano (hija menor), pizza (hija mayor) y, para mí y mi marido, un sencillo pavo asado con guisantes y patatas. Total: 20 minutos de preparación. Comimos en el sofá, viendo Bugs Bunny, y la limpieza fue luego tan mínima que me encontré agarrándome al aparador y diciendo: 'Un momento. ¿Qué es esta sensación tan extraña? ¿Qué estoy sintiendo? ¡Oh! Si es... ¡relax! Estoy relajada. No siento la necesidad de esconderme en el armario, beber mucho y volver al trabajo. De hecho, ¡por primera vez, estoy disfrutando de la Navidad!'.
Fue, como James había prometido, la mejor Navidad de nuestras vidas. Así que este año, mi regalo de Navidad para ti es... el regalo de la duda. Piensa: ¿de verdad quieres preparar la cena de Navidad? ¿Estás segura?
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20 de enero-18 de febrero
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