actualidad

La mujer que murió dos veces

La mayoría de la gente muere una vez. Algunas mujeres, por desgracia, tienen que hacerlo dos para que todos veamos lo que de verdad les estaba sucediendo. Esta es la historia de un asesino, su víctima, una jueza, un guardia civil y de cómo el mal, a veces, permanece escondido detrás de una apariencia de bondad.

Crónica de una muerte anunciada. / Sean Mackaoui

Ramón Campos / Ilustraciones: Sean Mackaoui

Aquel miércoles, 1 de abril del año 2015, después de pasar la tarde en casa de unos familiares, a eso de las nueve de la noche, Isabel y Aniceto volvieron a su domicilio en Pazos, una aldea de menos de mil habitantes en el ayuntamiento de Verín, Ourense.

Allí es donde se habían conocido en 1989 cuando ella tenía 39 años y él, nueve más, después de que les presentase un amigo común.

Isabel –soltera, dependienta de una tienda de ropa y mujer a la que gustaba arreglarse– y Aniceto –viudo de un primer matrimonio, antiguo emigrante y carnicero– convivieron durante 25 años hasta que, finalmente, terminaron casándose por insistencia de él, "que ya a esa edad quería tener las cosas bien hechas por si les pasaba algo...".

Aunque nadie lo entendió, porque "Isabelita no era una persona de casarse", tampoco le dieron importancia en aquel momento. Tampoco les llamó la atención que Isabel dejase en herencia todo su patrimonio después de la boda a la única hija de Aniceto y a su nieto. Él era un "hombre cariñoso" y "amable" que " siempre había tratado bien tanto a Isabel como a su madre", que había convivido con ellos todos esos años hasta que en enero de ese mismo 2015 había terminado falleciendo.

" Una pareja de lo más normal, sin nada que llamase la atención", diría un vecino tiempo después. "Una pareja de lo más normal" para todo el mundo hasta aquella noche de abril.

Al volver a casa, Isabel se echó a descansar mientras veía la televisión con la cabeza apoyada en el brazo izquierdo del sofá: "Le encantaba ver Telecinco". Fue entonces cuando, sin previo aviso, el "amable" y "cariñoso" Aniceto se acercó por detrás y golpeó tres veces la cabeza de su mujer con un martillo. Tres golpes dados con una violencia desmesurada que le abrieron el craneo y la dejaron malherida. Luego, durante unas horas, mientras ella se desangraba inconsciente sobre el sofá, él puso en marcha su maquiavélico plan. Se dirigió a una ventana y rompió el cristal para simular un robo. Después cogió varios cojines y macetas y los tiró por el suelo de la casa, intentando dar una apariencia de desorden, al igual que algunos bolsos de Isabel que vació al lado de los armarios. Por último, se acercó a su cama y la abrió para que pareciese que acababa de levantarse. Tras comprobar que Isabel ya no respiraba se lavó las manos, se vistió con una bata de flores de ella, que manchó convenientemente de sangre en la manga, dio una vuelta sobre sí mismo para ver que todo estaba como lo había planeado, cogió aire y salió de la casa corriendo.

Una de sus primas se acercó a la fallecida y la cogió de la mano. Para su sorpresa, Isabl se la apretó.

¡Me han matado a Isabel, me la han matado!– gritó en la entrada de su finca mientras hacía aspavientos para llamar la atención de las casas cercanas. Eran las doce y media de la noche del 2 de abril del año 2015.

Rápidamente comenzaron a encenderse las luces de las otras casas y todos los vecinos salieron a la puerta de sus domicilios, asustados. No era la primera vez que se escuchaba por el rural gallego que asaltantes extranjeros sin escrúpulos entraban en las casas de personas mayores para robarles después de darles violentas palizas. Mientras algunos consolaban al asustado Aniceto una de las primas hermanas de Isabel, Corona, se acercó a la fallecida y, apesadumbrada, la cogió de la mano. Para su sorpresa, sintió como Isabel le apretaba la mano en respuesta.

–¡Está viva, está viva, está viva! –gritó la mujer fuera de sí mientras le pedía a Aniceto que llamase a una ambulancia. Él, aún desconcertado al ver que su mujer, pese a las fracturas en la cabeza, continuaba respirando, no fue capaz de reaccionar; así que tuvo que ser la propia Corona quien llamase a los servicios de emergencia.

Minutos después, mientras Isabel era trasladada en estado crítico al hospital de Ourense, Aniceto respondía a las preguntas del sargento de la Policía Judicial de Verín, que ya había llegado a la casa con un par de sus compañeros para hacerse cargo del caso.

–¿Dónde estaba cuando sucedió la agresión? – le preguntó el sargento.

–En el dormitorio, me había echado a dormir al llegar a casa. Veníamos de pasar la tarde en casa de unos primos que viven aquí al lado –respondió él intentando aparentar los nervios y la angustia propios de la situación.

–¿Y qué fue lo que escuchó? –continuó preguntando el guardia civil mientras apuntaba en su cuaderno.

–Nada… solo a mi mujer gritando "¡Aniceto, que nos roban!", pero, para cuando me levanté, el ladrón ya estaba saliendo. Solo lo pude ver de espaldas, y ella estaba sangrando... ahí en el sofá –explicó y, compungido, concluyó antes de no poder seguir hablando –. ¡Pobre Isabelita...!

El sargento le pidió entonces que esperase allí y entró en la casa. En el interior uno de sus compañeros, el encargado de hacer las fotos, le advirtió que había demasiados indicios de que lo sucedido no había sido como el marido contaba. Pese a que habían revuelto la casa, los ladrones no se habían llevado nada, ni tarjetas de las carteras, ni dinero, "y eso que había 12.000 €" no muy escondidos... Además la cama, aunque estaba abierta, no tenía las sábanas arrugadas, muestra clara de que nadie se había acostado en ella. Finalmente, los cristales de la ventana por la que habrían entrado los ladrones estaban en el exterior de la casa, en vez de en el interior, como habría sido lógico de haberlos roto desde fuera.

Tan claro lo vio el sargento que no dudó en llamar de madrugada a su superior para informarle de sus sospechas. Al mismo tiempo en el Hospital de Ourense, donde operaban de urgencia a Isabel para salvarle la vida, el neurocirujano tampoco comprendía cómo podían haberle dado esos tres golpes en el lateral de la cabeza a una mujer que había tenido tiempo de gritar y que, por lo tanto, debería haber estado de pie al recibir la agresión.

Mujer maltratada / Sean Mackaoui

Así las cosas, aunque el primer atestado había sido por robo, los agentes decidieron hacer un segundo en el que, con la colaboración de un equipo especializado en homicidios llegado desde Ourense, pusieron de relieve todas las circunstancias que indicaban que había sido un crimen de violencia machista.

Cuando le expusieron a la jueza la situación, ella decretó de inmediato el secreto del sumario, signo inequívoco de que aquello se consideraba algo más que un robo y que existía al menos otra línea de investigación. Por un momento, todo el sistema de protección a las víctimas funcionó como un reloj.

Por eso nadie comprende lo que sucedió en días posteriores. Sorprendentemente, incluso para el equipo médico, Isabel consiguió sobreponerse a la operación de nueve horas y, aunque en coma, consiguieron salvarle la vida.

En su estado fue trasladada desde el quirófano a la UCI, un lugar donde los agentes de la Guardia Civil sabían que estaría protegida y vigilada en todo momento, por lo que tenían margen continuar con su investigación sobre Aniceto sin preocuparse por la seguridad de la víctima.

Este, convencido de que Isabel terminaría falleciendo, sabía que solo debía aguantar la presión que ejercían sobre él los miembros de las fuerzas de seguridad. Aun así, en cada interrogatorio el sospechoso caía en más y más contradicciones.

Todo iba bien para los investigadores hasta que, increíblemente y contra todo pronóstico, aunque Isabel pasaba la mayor parte del día sedada, los servicios médicos advirtieron que empezaba a mejorar. Todavía intubada, intentaba comunicarse mediante apretones de mano y parpadeos. Lo que para todos fue una magnífica noticia, cayó como un jarro de agua fría sobre Aniceto que veía que, en cualquier momento, Isabel podría contarles qué había pasado en realidad.

El sargento sospechaba. Para todos los demás, Aniceto era el pobre marido compungido.

Fue entonces cuando sucedió. Una de esas decisiones que habría sido insignificante en otras circunstancias, pero que en ese momento lo cambió todo: ante su mejoría, se decidió pasar a planta a Isabel. El sargento de la Guardia Civil, ya completamente convencido de que las cosas no eran como el marido contaba, se dirigió a la jueza para que evitase el traslado de la paciente.

–En la UCI la tienen continuamente vigilada, con visitas cortas, y siempre hay alguien delante, pero en planta, con el marido en libertad, su vida corre peligro –le explicó el guardia civil, a lo que la jueza, con tono condescendiente, respondió:

–Entienda, sargento, que yo no voy a ir en contra de criterios médicos.

–Yo no le digo que vaya en contra de criterios médicos, señora, pero sí le pido que ponga medidas cautelares o al menos que nos deje detener al marido.No son solo mis sospechas; las pruebas de la policía científica demuestran que nada de lo que contó es como dijo. El martillo que encontramos en la casa tenía salpicaduras de sangre, pero habían limpiado el mango y el metal y...

–Continúen investigando y traíganme pruebas irrefutables. Entonces les permitiré detenerle.

El sargento salió del juzgado convencido de que, pese a la oposición de la jueza, si no hacía algo Isabel terminaría asesinada a manos de Aniceto. Por eso, se trasladó al hospital y solicitó que la pusieran en una habitación frente al mostrador de enfermeras. Dentro de lo malo, desde ese lugar podrían vigilarla y protegerla en caso de intento de agresión.

Desde ese día, los familiares de Isabel la visitaban con asiduidad y entre ellos Aniceto, quien, salvo a ojos del sargento, para todo el mundo era el pobre marido compungido que había estado a punto de quedarse viudo por segunda vez. Aunque Aniceto tenía claro lo que debía hacer antes de que Isabel continuase mejorando, la situación del dormitorio y las continuas visitas no se lo permitían… O no se lo permitieron hasta que la compañera de habitación de Isabel cogió una infección. En una desafortunada carambola del destino, Isabel tuvo que ser trasladada desde la habitación frente al mostrador de enfermeras hasta la número 417, en la planta de Neurocirugía: una habitación sin ningún tipo de vigilancia ni control. En cuanto el sargento recibió la noticia del cambio, llamó inmediatamente a la jueza de nuevo pero no consiguió localizarla. Ni el jueves, ni el viernes, ni el sábado, ni el domingo... Durante cuatro días no obtuvo respuesta ni siquiera a sus mensajes. Desesperado, fue al juzgado, donde le pidió a la funcionaria que le hiciese una diligencia conforme entregaba dos copias del atestado en el que quedaba reflejado todo lo que le había ido contando a la jueza de palabra: sus sospechas, los indicios encontrados, las negativas de la jueza... Pidió que se le entregase una copia a la jueza y otra a la fiscalía, esperando que al menos esta reaccionase. Cinco días después, sonó el teléfono del sargento.

Después de matar a Isabel Fuentes, Aniceto Rodríguez Caneiro intentó suicidarse sin éxito. / Sean Mackaoui

–Hoy por hoy no se cuenta con ningún indicio firme y lo que ustedes presentan son conjeturas –dijo la jueza al otro lado de la línea.

–Lo siento, señora, pero detendré al marido bajo mi propia responsabilidad –contestó el sargento.

–Sargento, si lo hace lo volveré a dejar en libertad inmediatamente– respondió ella y colgó.

El guardia civil solicitó entonces a sus superiores que hablasen con la Fiscalía General de Ourense, pero cuando allí recibieron la llamada aseguraron no saber de lo que les estaban hablando. Ni siquiera habían recibido el atestado. Aun así, les dieron cita para verles el día 8 de mayo, un mes y ocho días después del primer intento de asesinato a Isabel, a las diez de la mañana.

La madrugada de ese día 8 de mayo, a las seis de la mañana, cuatro horas antes de la reunión del sargento en la Fiscalía General, mientras Isabel dormía, Aniceto entró en la habitación 417 del hospital de Ourense. Llevaba un cuchillo de 17 centímetros de filo, especial para deshuesar, que había usado en su época de carnicero. A solas, sin testigos, sin prisa, le levantó el camisón y se lo clavó dos veces.

La primera se topó con el esternón. Lo sacó. La segunda lo hundió hasta el fondo y lo movió en todas direcciones sin piedad. Esta vez, Aniceto Rodríguez Caneiro sí le atravesó el corazón y el pulmón, asesinando, de forma definitiva, a Isabel Fuentes. "Es un actor, el mejor actor, nos tuvo engañados a todos durante 25 años. Si su familia hubiésemos sabido que algo pasaba allí dentro habríamos intentado cualquier cosa para salvar a Isabeliña".

La víctima

Después de matar a Isabel Fuentes, Aniceto Rodríguez Caneiro intentó suicidarse sin éxito. Fruto de esa tentativa, sufrió un ictus que no impidió que fuese condenado a los 31 años de prisión que, a día de hoy, sigue cumpliendo. La causa contra la jueza que no actuó para defender a Isabel continúa abierta. El sargento se retiró del cuerpo. Nadie, ni amigos ni familiares, sospechó nunca que Isabel estuviese siendo víctima de malos tratos. Nunca se esclareció el motivo del asesinato.

Además...

- Ana Orantes: el crimen machista que lo cambió todo

- Machismo y violencia: así se comportan los usuarios de las redes sociales durante los partidos de fútbol

- A salvo de los machistas

20 de enero-18 de febrero

Acuario

Con el Aire como elemento, los Acuario son independientes, graciosos, muy sociables e imaginativos, Ocultan un punto de excentricidad que no se ve a simple vista y, si te despistas, te verás inmerso en alguno des sus desafíos mentales. Pero su rebeldía y su impaciencia juega muchas veces en su contra. Ver más

¿Qué me deparan los astros?