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Helena Rubinstein, la mujer que inventó la belleza, por Cristina Morató

Se llamaba Helena Rubinstein y fue la reina de la belleza del siglo XX...

Helena Rubinstein, la reina de la belleza del siglo XX. Haz clic en la imagen y conoce mujeres como Helena que han hecho historia./GETTY

Helena Rubinstein, la reina de la belleza del siglo XX. Haz clic en la imagen y conoce mujeres como Helena que han hecho historia. / GETTY

Cristina Morató
Cristina Morató

Se llamaba Helena Rubinstein y fue la reina de la belleza del siglo XX. Este año, una exposición en Viena ha recordado su figura y un documental pretende sacar del olvido a esta emprendedora dama que levantó un imperio de la nada. En una época en que las mujeres apenas salían solas a la calle, viajó por todo el mundo y se convirtió en la primera empresaria en crear una marca internacional de cosmética. Tras este nombre legendario se esconde la historia de una pionera que revolucionó la industria de la belleza.

La Madame, como la llamaban en su entorno, desconocía el mundo de los negocios pero intuyó que el maquillaje, reservado a prostitutas y actrices, se podía convertir en un producto indispensable para mujeres de cualquier clase social. "Belleza es poder" era uno de sus lemas y lo creía tan fervientemente que lo utilizó como eslógan para sus cosméticos. Tenía la convicción de que cualquier mujer podía ser atractiva con voluntad y disciplina. " No existen mujeres feas, solo perezosas", decía.

Nacida en Polonia en 1872 bajo el nombre de Chaja Rubinstein, fue la mayor de ocho hermanas en una modesta familia judía y se negó a seguir el camino que se esperaba de ella. Su madre Gitel le inculcó la importancia de cuidar su piel y su cabello si deseaba encontrar un buen marido. Como recordaba en una entrevista, nunca dejó de cepillar 100 veces su pelo para darle brillo, lavarse la cara con agua fría y ponerse la crema hidratante que elaboraba su madre. Cuando Gitel le decía a su hija que con un cutis perfecto haría fortuna, no sabía hasta qué punto sus palabras resultarían proféticas.

Su carrera en la cosmética comenzó en Australia, a donde llegó en 1894 huyendo de un matrimonio arreglado. Allí trabajó como institutriz hasta que se dio cuenta de que las cremas caseras que había llevado en la maleta obraban milagros en las pieles de las mujeres quemadas por el sol austral. Con la ayuda de un farmacéutico, las comercializó mejorando la receta con productos locales. Esta nueva hidratante, que bautizó como Valaze [regalo del cielo, en húngaro] le permitió abrir su primer local en Melbourne, con tal éxito que pudo llevar a gran parte de su familia a Australia. Al cabo de un tiempo, el negocio se le quedó pequeño y se marchó a París, donde abrió una segunda tienda.

Ella fue la primera en hablar de tipos de piel (seca, normal o grasa), y de la necesidad de aplicar cada noche la rutina de limpiadora, astringente e hidratante. La máscara de pestañas resistente al agua es uno de sus productos más recordados. También fue pionera en desarrollar cremas de protección solar y en demostrar la relación entre la alimentación y la calidad de la piel. Madame supo además envolver el negocio de la cosmética de respetabilidad científica y montó salones con apariencia de impolutas clínicas donde las profesionales trabajaban con batas y zuecos de enfermera.

En la cúspide de su carrera, con locales en París, Londres y Nueva York, se codeaba con grandes artistas como Pablo Picasso y amasó una fortuna que invirtió en obras de arte. Ahora, 50 años después de su muerte, es buen momento para descubrir a esta audaz visionaria.

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