La hipocresía y la incoherencia son defectos humanos que duelen más cuando son practicados por un líder, como la actriz Asia Argento, que promovió el movimiento Me Too, tras acusar de violación al productor Harvey Weinstein . Y he aquí que la propia Argento se comportó, al parecer, como Weinstein y abusó de un menor, el actor Jimmy Bennett, a quien pagó 380.000 dólares para comprar su silencio. Parece increíble, pero la actriz ha reconocido el pago tras las informaciones en The New York Times.
Y también hemos conocido este verano que la Universidad de Nueva York ha suspendido durante un año a la catedrática y feminista Avital Ronell por acoso sexual hacia un estudiante e investigador de Harvard mucho más joven que ella. Y no creo que Argento y Ronell sean un excepción, sino más bien la otra cara de un problema más complejo que el reflejado por el movimiento Me Too. Un movimiento que ha tenido la gran virtud de sacar a la luz pública el problema del acoso y de los abusos en determinados espacios profesionales, pero que también ha tenido el defecto de presentarlo como una especie de guerra entre hombres y mujeres. Como si los hombres fueran automáticamente sospechosos por serlo y las conductas sexuales de ese tipo solo pudieran ser obra de ellos.
Recuerdo una película de hace más de 20 años, Acoso, protagonizada por Demi Moore, que entonces parecía una rareza y una provocación, porque presentaba una historia de acoso de una jefa hacia su empleado. Pero quizá era más bien un adelanto del futuro, una muestra de lo que ocurrirá a medida que las mujeres tengan más poder. Y a medida que cambien algunos valores sociales y los hombres no se sientan unos pobres idiotas por denunciar este tipo de delitos, por aquello de que ellos están obligados a ser más fuertes que ellas.
La lamentable historia de Asia Argento y de la catedrática de Nueva York también me hace pensar en el peligro de las denuncias públicas, sobre todo cuando hay personajes conocidos de por medio. Ese fue el otro lado oscuro del Me Too, la proliferación de acusaciones en los medios de comunicación carentes de investigaciones policiales o de prueba consistente alguna, más allá de las propias declaraciones de las acusadoras. Y, tristemente, hay personas capaces de ensuciar falsamente a otros con tal de lograr dinero o notoriedad pública, sobre todo cuando esas personas tienen ambiciones como las del cine y la televisión. Es posible que hasta la propia Asia Argento fuera víctima de una estratagema de ese tipo y pagara simplemente para evitar el escándalo y no porque fuera culpable.
También ellas pueden ser acosadoras y también ellos pueden denunciar sin pruebas o para lograr fama y dinero, porque la maldad no depende del género sino de la integridad del ser humano.
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