Ni yo misma me lo termino de creer: he perdido 300 páginas de mi nueva novela.

Les cuento como ha sucedido. Terminé de escribir a mediados del verano y, tras finalizar la novela, pasé a la fase de las correcciones. Una vez corregidas y entregadas las primeras 300 páginas, la editorial me las reenvió como galeradas. Las galeradas, para los que no lo sepan, son la primera prueba de cómo va a quedar el libro y desde luego son necesarias para seguir haciendo correcciones. Así que corregí de nuevo sobre ellas y una mañana me dispuse a entregárselas a la editorial. Decidí guardarlas en el maletín del ordenador para llevarlas más comodamente, así que me lo colgué al hombro, paré un taxi, le di la dirección, llegué, pagué, me bajé del taxi y me encontré en la puerta con Patxi Beascoa, el director comercial de Penguin Random House.

–¿Qué haces por aquí? –me preguntó, después de que nos saludáramos.

–Pues he venido a entregar las galeradas de las primeras 300 páginas. En ese momento dí un respingo y grité: “¡Las galeradas!”. Y corrí hacía donde me había dejado el taxi que, naturalmente, ya no estaba.

A partir de ese momento, en la editorial tocaron zafarrancho de combate. Entre todos nos pusimos a llamar a las distintas compañía de taxis, a la gremial, a la oficina de objetos perdidos... Incluso algunas de las almas buenas que trabajan allí se metieron a chatear en las redes sociales de los taxistas para contarles lo sucedido, por si acaso alguno tenía noticia del maletín perdido.

Nos dijeron que había que esperar al menos 72 horas. Que si el taxista había encontrado la cartera, seguro que la entregaría en la Oficina de Objetos Perdidos. Pero pasaron esas 72 horas y nadie se había presentado a entregar el maletín. Puse la correspondiente denuncia ante un amable policía, que también intentó animarme diciéndome que, si alguien se había subido al taxi y por “error” se había llevado el maletín, seguramente lo devolvería porque para qué iba a querer las galeradas de una novela; o que, como mucho, las tiraría por aquello de no complicarse la vida teniendo que acudir a la Oficina de Objetos Perdidos.

Bueno, pues ni el taxista ni el siguiente pasajero se han hecho presentes, así que las 300 primeras páginas de mi novela están más que perdidas. Menos mal que no era el manuscrito y menos mal que hoy casi todos utilizamos el ordenador donde se guarda cuanto escribimos.

Aún así, me volvieron a imprimir unas galeradas, tuve que volver a corregir y, cuando las fui a entregar a la editorial, lo hice literalmente abrazada al maletín donde las había guardado. Pero no dejo de preguntarme: ¿dónde está mi novela?

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