Te proponemos un ejercicio. Piensa en tres acontecimientos recientes: las protestas contra la sentencia de La Manada , las masivas manifestaciones del pasado 8 de marzo, y el Gobierno de mayoría femenina nombrado por el presidente Pedro Sánchez. Ahora imagina un grupo de hombres –de todas las edades, profesiones y estilos– reunidos en una anodina sala de cualquier ciudad española. ¿De qué se supone que van a hablar? ¿Van a ver un partido de fútbol? ¿Ensayar para un concierto? ¿Organizar una carrera de motos? No, en realidad, su cita tiene un objetivo mucho más ambicioso y sorprendente: reflexionar sobre su condición masculina en la era del #MeToo. Porque esta enésima ola feminista que ha resurgido en los últimos tiempos no solo es más masiva, reivindicativa y transformadora que las de épocas anteriores, sino que también está provocando que los cimientos de la masculinidad tradicional se tambaleen.
Mientras las mujeres van escalando cotas de protagonismo, ellos se están cuestionando más que nunca cómo pueden liberarse de sus propias ataduras para encajar en este puzzle y contribuir a una sociedad más justa y paritaria. ¿Quién soy yo en este mundo nuevo?, se preguntan. ¿Qué es ser hombre hoy? ¿Qué se espera de mí? ¿Puedo cambiar? ¿Debo cambiar? ¿Como me relaciono con otros hombres? ¿Y con las mujeres? ¿He sobrepasado alguna vez una línea roja en mis relaciones? ¿Soy machista?
Gregorio Saravia
Gregorio Saravia es uno de estos hombres inquietos. Abogado y terapeuta gestalt, este argentino de 41 años, afincado en España desde los 90, creó hace año y medio junto a un amigo el grupo Homens: un espacio de encuentro para hombres que quieren bucear en sus emociones y encontrar una forma diferente de estar en el mundo. Casado y padre de una hija, fue precisamente l a paternidad lo que le hizo reflexionar sobre su educación –“machista, claro”, reconoce– y hacerse innumerables preguntas. “Parece una frase manida, pero la paternidad me cambió la vida. De repente, pasaba las tardes con mi hija y me surgieron dudas sobre la relación con los hijos, el cuidado… Además de tener que lidiar con el hecho de que mi mujer ganaba más que yo y dónde me colocaba eso a mí en el esquema del hombre como proveedor”, explica. A partir de ahí, lo demás vino solo.
“Básicamente, en Homens buscamos responder a una cuestión: ¿qué pasa cuando los hombres ponemos en común los efectos que el patriarcado tiene sobre nosotros en todos los ámbitos de la vida: el terreno laboral, las relaciones familiares y afectivas, la sexualidad…? Los atributos y valores que definían lo masculino como género se han visto transformados o, directamente, ya no valen. Se trata de un proceso de deconstrucción en el que vosotras ya lleváis muchos años trabajando y en el que nosotros tenemos un largo camino por recorrer. Entre otras cosas porque, por nuestra educación, nos cuesta mucho más abrirnos, conectar con nuestras emociones y mostrarnos vulnerables”, explica Saravia.
La dinámica de estas reuniones es sencilla. Grupos de entre cinco y 20 hombres se reúnen durante varias horas, una o dos veces al mes, para hablar acerca de los temas planteados por un coordinador o sobre los que proponen espontáneamente sus participantes. No hay límites de edad, formación o condición sexual; solo se pide que acudan dispuestos a expresarse en primera persona sin escudarse en generalidades. “Al principio no fue fácil –reconoce Saravia–. Para empezar, no faltaron las suspicacias. Si no vamos a tomar cañas o a hablar de deportes, ¿qué vamos a hacer aquí? ¿No será una tapadera de otro asunto? Además, a los hombres nos cuesta comprometernos con las cosas y hay quien empieza con mucho entusiasmo pero en cuanto le toca aspectos íntimos que le revuelven por dentro se echa para atrás. Tendemos a debatir cuestiones teóricas pero nos resistimos a abrirnos en canal. Es un trabajo que exige tiempo”.
Iñaki Lajud Alastrué, psicólogo y terapeuta sexual de 36 años, es socio cofundador de la sede madrileña de AHIGE (Asociación de Hombres para la Igualdad de Género), una agrupación nacida en Málaga en 2001 con el fin de posicionarse contra la violencia de género. Desde hace unos años es también el encargado de dinamizar al colectivo de hombres que acuden al centro, “porque quieren dejar de ser machistas, buscan conexión con otros hombres a nivel emocional, necesitan expresarse abiertamente sin miedo a ser juzgados o quieren oír hablar de feminismo y no saben adónde acudir”.
En los grupos hay desde veinteañeros hasta jubilados que se unen para recorrer juntos el mismo camino. “El objetivo es liberarnos de todos esos estereotipos que conlleva ser un hombre en una sociedad patriarcal para tener unas relaciones más sanas con los demás y con nosotros mismos, aunque eso suponga pasar por el mal trago de revisarnos en profundidad. Nuestras heridas de género no son como las de las mujeres, pero también las hemos sufrido por no estar a la altura de lo que se esperaba de nosotros o por haber padecido abusos o bullying”, explica Iñaki.
¿Qué temas surgen de forma recurrente durante estas reuniones? “El ejemplo que hemos recibido de nuestros progenitores, la paternidad, la homofobia, los renuncios machistas en los que nos descubrimos a nosotros mismos…”, enumera. “Las cuestiones sobre la pareja, la pérdida del trabajo o la relación que tenemos con nuestra genitalidad son muy comunes, pero también surgen conversaciones interesantes sobre la actualidad, como ocurrió con el caso de Harvey Weinstein ”, añade Gregorio Saravia.
No hay más que darse una vuelta por las librerías para darse cuenta de que el debate sobre la masculinidad está en primera línea. Octavio Salazar, profesor en la Facultad de Derecho de la Universidad de Córdoba y miembro de la Red Feminista de Derecho Constitucional, es un autor veterano en la materia pero ha sido con su último libro, El hombre que (no) deberíamos ser (Planeta), con el que ha zarandeado al sexo masculino. ¿Qué hombre es ése al que alude el título? “El que sigue aferrado a sus privilegios, que no es consciente de que sin la renuncia a su situación de comodidad será imposible la igualdad real de mujeres y hombres, que continúa construyendo su identidad huyendo de lo femenino. Un hombre que no se siente interpelado por las vindicaciones feministas o que todavía piensa que lo que da sentido a su vida es su proyección pública y el ejercicio del poder”, resume Salazar.
Pero cuando se trata de augurar si estamos ante una especie en peligro de extinción, el autor no se muestra muy optimista. “No me gusta el término nueva masculinidad porque da la sensación de que ya hemos llegado a un punto definitivo de transformación cuando, en el mejor de los casos, lo que empieza a haber son hombres en transición que se están replanteando su lugar y el modelo que tuvieron como referente –explica–. De hecho, los adolescentes continúan reproduciendo esquemas de comportamiento, actitudes y valores propios del machismo y, ante los cambios que han ido viviendo las mujeres, se ponen a la defensiva. Cada día vemos en las redes reacciones neomachistas de individuos que temen perder su trono”, afirma.
Salazar distingue en su libro –aún “con el riesgo simplificador que supone hacer una clasificación”, reconoce– cuatro tipos de masculinidades en función del mayor o menor grado de machismo que destilan.
En lo alto del ranking está el varón que “reacciona en contra de cualquier propuesta que incida en la igualdad de género”. En segundo y tercer lugar, aquel que “vive instalado en la comodidad que supone detentar el poder” y “el que ha modificado parte de sus actitudes y comportamientos acercándose poco a poco a una masculinidad diversa”. Y en la posición más avanzada están los que “asumen la lucha por la igualdad y se organizan en colectivos que inician una revisión crítica de su identidad, tanto en lo más privado como en lo público”.
Para el autor, estos grupos de hombres pueden llegar a influir en el resto de la sociedad, ya que una revolución política siempre empieza por una revolución personal, pero advierte de que solo lo conseguirán si tienen una doble proyección: si sus miembros son coherentes en sus vidas diarias (pareja, familia, trabajo, amigos…) y, por otro, si son capaces de implicarse social y políticamente en la lucha por la igualdad. “Sin esta acción política, mucho me temo que la actividad de estos colectivos no pasará de ser una terapia más o menos sanadora para ellos, pero individual y limitada”.
“ Simone de Beauvoir decía que “una mujer no nace sino que se hace”, y lo mismo ocurre con los hombres. Nosotros no somos una esencia natural, no somos violentos por naturaleza, no estamos desapegados de los cuidados porque sí, no tenemos una querencia natural por la competitividad. No se trata ahora de victimizarnos, pero sí de poner encima de la mesa el impacto del sexismo, de algo aprendido que también influye negativamente en la vida de los hombres. Por ejemplo, vivimos siete años y medio menos que las mujeres o nuestra presencia en las cárceles es cinco veces superior. Es tremendamente difícil quitarse el traje identitario con el que nacemos los hombres. Encaja como un guante en nuestras vidas, y por eso es tan difícil de detectar, porque se confunde con nuestra propia piel, aunque nos dañe”.
Ritxar bacete
Quien hace esta reflexión es el vitoriano Ritxar Bacete, antropólogo y trabajador social, autor del libro Nuevos hombres buenos. La masculinidad en la era del feminismo (Península) e impulsor de proyectos para promover la sensibilización de los hombres en la igualdad auspiciados por el Instituto Vasco de la Mujer. Bacete, además de trabajar con varones que acuden voluntariamente a estos grupos, también lo hace como parte de la formación de profesiones muy masculinizadas, como policías o bomberos, y su balance es muy positivo. “El hecho de vivir con mujeres empoderadas, como son la mayoría hoy en día, ya nos exige que para estar a su nivel la relación ha de ser equitativa, corresponsable y empática, y eso es algo que podemos aprender. Redefinir tu identidad es como aprender inglés, requiere interiorizarlo y, además, socializarlo. Como dice el pedagogo brasileño Paulo Freire, “ nadie se libera solo sino que nos liberamos en comunidad” –explica Bacete–. Y lo que más me impresiona cuando hago este trabajo con hombres es que, aunque no hayan sentido esa necesidad de hacer autocrítica, cuando consiguen conectar con ellos mismos y con otros hombres en clave de ternura, de no juzgar ni herir, acaban sintiéndose sumamente agradecidos”.
En un artículo publicado en 1914 en la revista neoyorquina The Masses, el escritor Floyd Dell ya habló de esta “nueva” masculinidad afirmando que “ el feminismo hará posible que, por primera vez, los hombres sean libres”. Pero han tenido que pasar más de 100 años para que nos atrevamos a pensar que, efectivamente, el compromiso feminista es el motor de este cambio de rumbo.
Nuestros expertos lo tienen claro. “El feminismo es la teoría política y la filosofía que ha hecho posible que estemos apuntalando una democracia plena, no solo ciudadanos y ciudadanas de pleno derecho en la teoría, sino también en la práctica”, dice Ritxar Bacete. “Nosotros somos una consecuencia del feminismo –afirma por su parte Iñaki desde la asociación AHIGE–. Se lo debemos a las mujeres y al movimiento que durante siglos han estado liderando”.
Pero este “amor” no siempre es correspondido y algunas corrientes feministas miran con recelo la participación activa de los hombres en la lucha por la igualdad. “Hemos percibido que algunas mujeres, sobre todo en el ámbito académico, piensan: “Muy bien, ya era hora de que os pusierais las pilas pero… no os vamos a poner ninguna medalla” –dice Gregorio Saravia–. Y entre las más jóvenes hay quienes argumentan que se trata de una revolución exclusivamente suya, en la que todavía hay muchas heridas abiertas y nos ven como sospechosos. Personalmente, creo que esta actitud reproduce lo peor del machismo”.
Iñaki comparte esta opinión, aunque con matices: “Hay grupos feministas muy críticos, porque no entienden bien a lo que nos dedicamos y no quieren relacionarse de forma mixta. Nosotros lo respetamos porque las mujeres, como víctimas del patriarcado, tienen derecho a crear sus propios espacios, pero sabemos que trabajamos en paralelo para conseguir el mismo fin y cada vez encontramos más asociaciones de mujeres que nos apoyan. Tampoco es justo que los hombres nos lavemos las manos y digamos: “Que la violencia y el machismo lo solucionen ellas”.
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