La vida del empresario Brunello Cucinelli (Castel Rigoni, Umbría, 1953) tiene ingredientes como para inspirar una película: uno de esos biopics protagonizados por un hombre que consigue triunfar en la vida sin tener que traicionarse. Solo que esta vez es cierto. “Mi gran sueño siempre ha sido trabajar por la dignidad moral y económica de la humanidad”, afirma. Y, a sus 65 años recién cumplidos… puede que lo haya conseguido.
Fue hace 40 años cuando Cucinelli, con apenas 25, fundó una de las muchas empresas textiles que proliferaban en esta zona boscosa del norte de Italia. Pero Brunello, autodidacta, aprendió gracias a un libro de economía que la clave del éxito estaba en la diferencia. “Sus páginas presagiaban que un día llegarían productos similares a los nuestros fabricados en otros países, pero mucho más baratos. Entendí entonces que los países desarrollados debíamos centrarnos hacia productos más especiales. Así que elegí hacer prendas de lana cashmere, algo costoso pero superior”, recuerda el creador.
Al principio solo fueron unos cuantos jerséis que vendía en Alemania, pero hoy su marca cotiza en la bolsa de Milán y el año pasado obtuvo 42 millones de euros en beneficios.
Brunello Cucinelli no es solo una firma altamente rentable, también es una compañía con fines altruistas. “Imaginé una empresa que generara beneficios, pero unos dividendos conseguidos gracias a una ética y un respeto por los seres humanos”, explica. Por eso las 800 personas que trabajan en las impolutas instalaciones de la villa de Solomeo terminan todos los días su jornada a las cinco y media de la tarde y ganan sensiblemente más que otros trabajadores del sector.
“Es necesario encontrar un equilibrio entre la vida laboral y personal; tener un salario decente y un horario razonable y trabajar en un espacio agradable. Porque si mis empleados tienen tiempo para estar con su familia y vivir sus vidas, volverán satisfechos a trabajar a la fábrica a la mañana siguiente”, argumenta. Esta es una de las lecciones que atesora desde que, a los 15 años, vio a su padre sucumbir a la tristeza y humillación de las atroces jornadas laborales en una fábrica. Una experiencia que, sin duda, ha sido determinante en todas las decisiones que ha tomado a lo largo de su vida. Entre ellas, establecer su cuartel general en Solomeo, una villa de principios del siglo XIII prácticamente abandonada donde nació su mujer, Federica. Juntos crearon la Fundación Brunello y Federica Cucinelli –a la que se destinan el 20% de los beneficios de la compañía–, que lleva más de 30 años restaurando todos los edificios del pueblo y sus alrededores.
“Vivir en las ciudades no es fácil; hay que volver a los pueblos. Yo siempre quise vivir en uno y Solomeo es mi sueño hecho realidad”, confiesa. Cucinelli está orgulloso de su faceta de emprendedor pero se identifica más con el calificativo de empresario filósofo. Doctor honoris causa en Filosofía y Ética de las Relaciones Humanas por la Universidad de Perugia, confía en que ese humanismo le sobreviva en sus hijas Camila y Carolina y se instale también en otras empresas.
“Yo no soy propietario de nada, solo el guardián de unos valores y una forma de hacer las cosas. Cuando haya muerto volveré para comprobar que se sigue trabajando bien”, afirma con satisfacción. Por si acaso, ha aprovechado la celebración de su 65 cumpleaños para publicar el libro Solomeo, pueblo del espíritu, en el que deja por escrito todo lo que predica.
20 de enero-18 de febrero
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