Buscaba documentación para mi nuevo ensayo sobre feminismo hace unos días, cuando me encontré con un número especial del periódico Financial Times sobre las 50 mujeres más importantes de la élite empresarial del mundo. No me sorprendieron los tres rasgos más esperables de las 50 biografías –una gran formación educativa, una acusada ambición y una edad madura–, pero sí me movió a la reflexión otro rasgo común a las respectivas fotografías, una vestimenta muy formal en el 100% de los casos.
Ni una sola apuesta por la ruptura o la informalidad en la ropa de estas líderes. ¿Porque las altas ejecutivas serían muy conservadoras? ¿O porque conocen las reglas no escritas del poder y por eso lo han alcanzado? Hace mucho tiempo que creo en la segunda respuesta y tengo la impresión de que las mujeres la estamos minusvalorando en el ámbito profesional. Por eso me alegró leer también estos días una opinión en el mismo sentido de una exministra y veterana diputada laborista británica, Kate Hoey. En una entrevista en la prensa de su país, Hoey defendía que " las mujeres parlamentarias deberían vestir más formalmente, o, si no, arriesgarse a perder respeto".
"Quizá me esté haciendo demasiado vieja", añadía Hoey, y puede que me esté ocurriendo lo mismo a mí, pero lo cierto es que pienso lo mismo desde hace mucho tiempo. Por eso escribí hace unas semanas sobre las chaquetas que no llevan las presentadoras de televisión pero sí visten los presentadores. Y algo parecido ocurre en los parlamentos, como decía Hoey. Que las mujeres confundimos a veces la formalidad con pasado y con machismo, y vamos al Parlamento, o a la tele, o a una empresa, como si fuéramos a la compra o a tomar un café. Y eso no genera respeto. No se trata de un tic machista, sino de una norma social que afecta a todo el mundo. Quizá desaparezca de aquí a 100 años, pero, de momento, preside las relaciones de trabajo y las mujeres nos resistimos a entenderla.
Y todo eso no afecta a la diversidad, a la creatividad y a la libertad, por muy conservador que suene. De hecho, mi concepto de formalidad es bien diferente al de la diputada Hoey, que, en esa misma entrevista, contaba que ella jamás se ponía pantalones para acudir al Parlamento o a actos políticos de su distrito, práctica que en el pasado compartía con la mismísima Margaret Thatcher y una tercera diputada. Mi idea de formalidad tampoco se va hasta el extremo de Johji Yamamoto, por ejemplo, y sus creaciones vanguardistas, pero me parecen tan válidas como las que gusta vestir Hoey, y son bien diferentes.
Vestidas de Yamamoto o al estilo Thatcher, hay códigos sociales que nos atañen a las mujeres lo mismo que a los hombres. La diferencia es que ellos los conocen y practican y nosotras aún los ignoramos.
- Mujeres que han hecho historia
20 de enero-18 de febrero
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