Así era Victoria Beckham cuando sonreía

Hace 10 años que Victoria Beckham se convirtió en diseñadora y cambió los escotes corazón por la camisa blanca. Una huida hacia adelante con un horizonte tan neurótico como jaleado: convertirse en la mujer que no se equivoca nunca. Su pasado, la piel que se sigue frotando con piedra pómez cada vez que abre el armario, no se mide en noches degeneradas o secretos lascivos, sino en días horteras, kilos de glitter y total looks de cuero. Su presente, esa armadura con la que se defiende de la que fue, son cuatro hijos ideales, estilismos minimalistas, ultracorrección política, matrimonio perfecto, mansión de ensueño, tardes de domingo con los suegros, pocos amigos (que se sepa, solo Eva Longoria). Boca cerrada. Boca sin voz. Boca sin dientes. A lo sumo, una línea ascendente y misteriosa, a lo Mona Lisa, de leve satisfacción. Sin ironía. Sin (visible) arrogancia. Sin la libre extravagancia de la clase alta inglesa, a la que nadie, ni siquiera la posh spice logra acceder solo con dinero.

Tal vez, lo único excesivo que se haya permitido Victoria a lo largo de su vida haya sido su salvaje deseo de ser "alguien". Ganar, ganar, ganar y callar bocas. Como si nunca hubiese salido del patio del colegio.