Nos pensamos con las palabras y les contamos a los otros lo que nos sucede con las técnicas de una narración. Los relatos surgen espontáneamente en todo encuentro humano. La historia personal de cada uno está atravesada por vivencias cuyo inventario y articulación nos acerca a nuestra subjetividad. Esa historia se puede expresar en la enumeración de síntomas que nos hacen sufrir o en palabras vacías de contenido afectivo, pero en ocasiones se alcanza una ordenación psíquica en la que, como en una buena pieza musical o en una buena novela, todos sus materiales aparezcan bien encajados.
Inés sonreía. Al fin había encontrado las palabras para decir todo aquello que guardaba en su interior sin saberlo. En pocas semanas terminaría un psicoanálisis que había comenzado hacía tiempo. Se sentía una mujer nueva, capaz de hacerse cargo de su vida y disfrutar de ella.
A lo largo del análisis, Inés se había hecho fuerte reconociendo sus debilidades y carencias, y aceptando el origen de sus miedos. Gracias a ese ejercicio, había consolidado lo que tenía y había aprendido a quererse, a cuidarse y a comprenderse. En cierto modo, era como si hubiera reescrito su historia. De hecho, al repasar su vida sesión tras sesión, había tenido la impresión de encontrarse frente a un libro mal escrito, lleno de erratas y páginas inacabadas o en blanco; lleno también de sueños o fantasías sin realizar.
En el relato tejido desde el diván había construido una historia que ahora sentía propia, como si hubiera vuelto a nacer. Había salido del sufrimiento y se había encontrado con el placer. Había aprendido a vivir. Recordaba cómo lloró al leer Las palabras para decirlo, una novela de Marie Cardinal (Noguer y Caralt), donde la autora francesa relata su psicoanálisis. Cardinal sufría fuertes hemorragias que no tenían explicación médica, pero que limitaban su vida. En la base de su sufrimiento, se hallaba una relación muy conflictiva con su madre, quien le confesó que deseó abortar. En el tratamiento encontró el sentido de sus síntomas y dejó de sangrar y sufrir para empezar a escribir su vida de manera más gratificante.
Creamos y recreamos relatos continuamente. Podemos cambiarlos tras reflexionar o después de un tratamiento para salir de una historia que nos perjudica. Pueden ser: relatos que la persona tiene de sí y de su historia consciente, según sus recuerdos; de la historia de los otros en los que de queda involucrado; e historias que configuran fantasías inconscientes.
Vivimos entre el mundo interno y el externo, vinculados por la palabra. Resulta imposible pensar al sujeto sin sus narraciones.
Inés comenzó a psicoanalizarse en un momento de enorme depresión. Estaba harta de tomar pastillas y quería saber qué le ocurría para sentirse así. Su matrimonio empezaba a hundirse, igual que se habían hundido el resto de sus relaciones de pareja. Su vida laboral era un desastre. Discutía siempre con sus jefes, sobre todo si eran mujeres, y ya le habían cambiado dos veces de puesto de trabajo. Cuando llegó a la primera entrevista con su psicoanalista, tenía miedo. Creía que le iba a hacer sentirse culpable de todo cuanto le ocurría. Pero no fue así, solo le señaló elementos que se repetían en algunos de sus fracasos.
Inés salió de la consulta pensando que su vida podía mirarse de otra manera y que aquella mujer iba a acompañarla para que se responsabilizara de su historia y, así, poder cambiarla. Descubrió en su interior a una niña enfadada y construyó a una mujer reconciliada consigo misma. Abandonó la posición infantil de culpar al destino de sus fracasos y se enfrentó al descubrimiento de su inconsciente para comprender las razones de lo que atribuía a la "mala suerte".
El término. La novela familiar. Esta expresión, creada por Sigmund Freud, designa las fantasías por las que un sujeto cambia en su imaginación los lazos con sus padres, al descubrir sus limitaciones reales.
Por ejemplo, imagina que eran muy importantes o atribuye aventuras amorosas a la madre y fantasea que le oculta la identidad de su progenitor. Esta fantasía le da la idea de vencer al padre y suele enmascarar su rivalidad.
Puede imaginar que solo él es hijo legítimo. Esta fantasía expresa la rivalidad fraterna y la posibilidad de imaginar historias de amor con sus hermanas, posibles si fueran de diferente padre.
Había creado una novela familiar en la que deseos desconocidos le causaban una culpa que la conducía al fracaso. Recordaba una sesión en la que vio cómo el odio a sus jefes era una réplica de una bronca con su madre. Lo mismo le ocurría con sus parejas.
El psicoanálisis descubrió que, muchas veces, no es la realidad externa la que causa el sufrimiento, sino la interpretación que la persona hace de ella a partir de conflictos crónicos sin resolver. Los sentimientos inconscientes de odio, amor y angustia que Inés sentía hacia su madre (más bien hacia la imagen interiorizada que de ella tenía) podían arruinar su vida laboral y amorosa. Sus repetidos fracasos eran el resultado de la proyección del conflicto inconsciente que mantenía con su madre.
La realidad psíquica se encuentra determinada por fantasías y deseos que deforman los hechos porque nos sentimos culpables de ellos. El relato da forma a la historia personal; el "yo" la organiza y la cuenta. La realidad psíquica, que incluye la verdad histórico-vivencial, está hecha de relatos. Contarlos es uno de los fundamentales trabajos del "yo". El relato es constituyente de la realidad psíquica porque permite articular, explicar y explicarnos las experiencias que hemos vivido, activa o pasivamente, y encontrarles un sentido.
En un proceso analítico se escribe una novela a dos, entre el analista y el paciente. El analista se adentra con el paciente en un recorrido donde se irán descubriendo misterios que él no entiende y que quiere relatar porque desea comprenderlos. El tratamiento psicoanalítico llega a término cuando llegamos a sentir que somos nosotras las que escribimos la novela de nuestra propia vida y no un destino "desconocido", que puede jugarnos malas pasadas.
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