En una época de mi vida, me dio por practicar deportes de aventura. Yo trabajaba entonces como reportera en un programa de televisión. Un día estaba entrevistando a unos jóvenes que practicaban puenting -lanzarse al vacío desde un puente sujetos con una cuerda elástica- y tras la grabación uno de ellos me dijo que por qué no me animaba a probarlo. Con el corazón en un puño, me agarré a la barandilla, cerré los ojos y salté mientras chillaba de emoción. Nunca he sido muy deportista, pero aquella experiencia me resultó única y emocionante. Después probé la magia del vuelo en ala delta y el parapente. Cuando ya estaba decidida a hacer un curso de paracaidismo, mi madre me hizo entrar en razón. Me habló de los peligros a los que me enfrentaba y me convenció de que estos deportes de riesgo "no eran para chicas".

He recordado esta anécdota leyendo Mujeres en el deporte (Nórdica) un delicioso libro con ilustraciones de la autora superventas Rachel Ignotofsky que recoge los logros e historias de 50 pioneras en diferentes modalidades deportivas. No fue hasta 1900 cuando se permitió a las mujeres participar en los Juegos Olímpicos.

La lista de estas valientes y decididas campeonas arranca con Gertrude Ederle, que en 1926 fue la primera mujer que cruzó a nado el canal de La Mancha. Los periódicos de la época de burlaron de ella porque las mujeres eran "el sexo débil" y no estaban preparadas físicamente para una competición que requería fuerza, velocidad y resistencia. Para protegerse del frío, la nadadora se cubrió el cuerpo con aceite de oliva, lanolina y manteca de cerdo. Ni el oleaje ni las fuertes corrientes impidieron que recorriera los 32 kilómetros en 14 horas y 31 minutos, estableciendo un nuevo récord mundial. Gracias a su éxito, la natación se convirtió en un deporte muy popular entre las mujeres norteamericanas.

Otra magnífica fue Sue Sally Hale, que durante dos décadas jugó al polo haciéndose pasar por hombre. En 1950 las mujeres en Estados Unidos tenían prohibido competir profesionalmente, pero ella se rebeló. Disimulando sus senos, escondiendo su melena y poniéndose un falso bigote, se convirtió en el misterioso señor A. Jones, que siempre desaparecía tras el partido. Sus compañeros de equipo le guardaban el secreto porque era una gran jugadora. Tuvieron que pasar más de 20 años para que cambiaran las normas y el polo fuera un deporte mixto.

En la actualidad, las deportistas aún se enfrentan a muchos prejuicios y obstáculos, entre ellos la desigualdad salarial, la falta de financiación y la escasa presencia en los medios. Pero, con cada nueva generación, llegan más lejos y logran mayores hazañas. Este libro necesario e inspirador es un homenaje a todas ellas. A las que consiguieron hacer realidad sus sueños y con su ejemplo demostraron que ningún deporte es exclusivo de hombres.

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