Una familia para tomar la carretera. Para viajar y compartir una pasión común: la música. Quedamos con Luz Casal y la banda que la ha acompañado en 2018, durante la gira de Que corra el aire, el disco que rompió los cinco años de silencio en los que su salud nos mantuvo en vilo. Es sábado y al día siguiente va a dar su último concierto del año, el número 60, en Madrid. Antes ha pasado por media geografía nacional, ha ido a Latinoamérica, ha vuelto para recorrer Francia, Turquía, Chipre... acompañada siempre por ellos. "No son solo compañeros de trabajo...".
La primera en llegar es su manager y mano derecha, Clara Alcaraz, que lleva más de 20 años en el negocio, los últimos 10 dedicada por completo a Casal. "Llevo su contratación, su agenda, sus conciertos.... El núcleo duro somos ella, yo y una persona más. Y punto", reconoce orgullosa. Tino Di Geraldo, su batería, que lleva desde 1990 con Luz, es el más veterano. "Y resulta que sus padres y los míos eran vecinos en Avilés", reconoce.
A medida que van llegando sus "chicos", como los llama, el ambiente se vuelve más distendido. Luz los jalea cuando los ve con camisa y aúlla con el cambio de look de Clara, que suele vestir de forma más informal, de batalla. A uno de los miembros más recientes de su troupe, el guitarra Javier Montenegro, que es padre de una niña de cinco meses, le arrebata el móvil para enseñarnos los progresos de su hija. "Quiere cuidar a su gente, y eso lo notas", comenta el músico. "Aunque también es reservada: hasta que no hay confianza, mantiene unos límites", apunta Baldo, su pianista, que ha sido el último en incorporarse, no hace ni un año. Peter Oteo, que lleva con ella desde hace 15, dice que es una mujer "que siempre te va a decir la verdad".
Luz Casal acepta, cree y vindica cualquier modelo de familia, la forme quien la forme y de la manera que se componga. Es algo que tiene muy claro "de siempre": "Me crié en un núcleo familiar muy peculiar. Desde muy pequeña supe lo que significaba tener tres progenitores: dos padres y una madre", reconoce. Su madre convivió con el padre de Luz y con su nueva pareja, tras separarse de él, durante años y bajo un mismo techo. Con amor y respeto. "Cuando era niña, eso era lo más extraño del mundo. Obviamente, no lo contaba. Pero aprendí que lo que tenemos que valorar al hablar de relaciones no es con quién o con cuántos, sino que en el fondo exista una armonía. Que los integrantes no sufran. Por más extrañas que nos parezcan esas relaciones, no somos quiénes para juzgarlas", afirma.
El que ha sido un glorioso y exitoso año de gira no comenzó, sin embargo, muy bien para la artista, en términos precisamente familiares. Al poco de iniciar el periplo, en abril, fallecía su madre, Matilde Paz, a los 86 años. Llevaba tiempo enferma. Era un dolor que se añadía a las vivencias de los dos cánceres que ha tenido que superar. "La música siempre ha sido un refugio y un estímulo en todos los episodios importantes de mi vida. En este caso, el hecho de no tener tiempo para el dolor, para llorar la muerte de mi madre, me vino bien. Le dimos sepultura y al día siguiente estaba actuando en Málaga. En los conciertos anteriores, mi madre ya estaba grave. Pero yo tengo una responsabilidad y un deber con el público, con mi gente y con mis músicos. El dolor mostrado diariamente, además, me parece impúdico. Así que no paré. Para seguir adelante, me ha ayudado pensar en ella todos los días. Por momentos tenía una presencia apabullante, pero solo para mí. He asimilado con naturalidad su partida porque si hubiera durado más, por su carácter y su vitalidad, habría sido terrible para ella", cuenta mientras su mirada acusa la emoción. Apenas unos instantes, porque de inmediato recupera con firmeza una actitud relajada, natural. "Siempre es la primera en quitarle drama a las cosas -confirma su batería-. Lo hizo con su madre, con sus cánceres... Le echa mucho valor a todo".
"La amistad es muy importante para mí -continúa Luz-. Tanto, que protagoniza muchas de mis canciones, por encima del amor o el deseo. Es un sentimiento imprescindible", cuenta la artista antes de reconocer que prefiere "siempre dar más que recibir. Me he acostumbrado, lo disfruto más. Y acepto y admito que esa balanza nunca va a estar equilibrada: siempre hay alguien que da más. Detenerse a comparar o estar pendiente no lleva a ninguna parte", zanja con lo que es una lección sobre cómo crea ella su felicidad: en su caso, depende mucho de la de los demás. "Tampoco tienes que exigir a los amigos que lo sean todo el rato. Para mí, la amistad es bastante amplia. Están aquellos a los que recurro en un momento de apuro, pero hay otros muy especiales en determinados momentos. Agradezco mucho, y me siento muy afortunada, por tener muchos amigos incluso en muchos países. Y nunca me parecerán demasiados. No me cierro. Sé que de mayor seré una persona dispuesta a conocer y a sorprenderme con cualquiera que me guste", asegura.
Para Casal hay, además, otro rasgo importante, que invoca varias veces durante la conversación: la lealtad. "Es fundamental. Como el tener un grupo de colaboradores estables. Soy solista, pero uno de mis objetivos era acompañarme de músicos de gran talento y muy versátiles. Es una cuestión profesional, pero es que además mis músicos son mi familia, mis amigos, mis compañeros... Tengo que tener la seguridad de que puedo equivocarme y ellos estarán detrás. En este mundo, a veces tienes la sensación de que hay mucha fantasía, mucho jijí y jajá, pero la esencia, la verdad, por lo general brilla por su ausencia. Y reconozco que soy muy apegada a las personas que me gustan. Así que las convierto en gente para toda la vida".
Convocar a primera hora de la mañana de un sábado a ocho personas para una foto suele ser una tarea complicada. Salvo que lo pida alguien tan especial como María Franco, el alma de la fundación Lo que de verdad importa (LQDVI), una organización que promueve la difusión de valores entre los jóvenes. Los días anteriores llamó a 12 amigos, familiares y compañeros de trabajo previendo que alguien podía fallar. Pero los 12 acaban llegando puntuales a la cita cual reloj suizo. "Cabemos todos en la foto, ¿verdad?", pregunta ella con una sonrisa ante la que nadie sabría negarse.
Su capacidad de convocatoria es solo una de las virtudes de una mujer que hace la vida de todos los que la conocen más divertida, más auténtica, más loca y más feliz. "Ella no se da cuenta, pero es mágica", dice Kika Fernández, una de sus amigas. Se conocieron hace 12 años en una cena por un amigo en común. Y fue un "flechazo" de amistad. "Es de esas personas que, en cuanto las conoces, no quieres que salgan de tu vida. Con ella hablas, te ríes, lloras... Una mezcla perfecta de locura y racionalidad".
Kika, al igual que las otras 11 personas que ahora alborotan el estudio disfrutando por verse, forma parte de lo que para María Franco es ser feliz. " La felicidad es tener muy claro qué es lo que de verdad importa y compartirlo con la gente que quieres", dice María mirando a sus acompañantes. Con unos dice subir a las nubes; en otros confía para que le pongan los pies sobre la tierra. Pero todos son necesarios en su vida. Estuvieron ahí cuando puso en marcha una idea en la que, entonces, muy pocos creían. Fue después de que cayera en sus manos un libro, What really matters, que Nick Forstmann escribió en el último año de su vida, mientras luchaba contra el cáncer. Años antes, cuando la menor de las hijas de María tenía solo un año, ella pasó por la misma enfermedad. Y al leer el libro recordó cómo había cambiado su vida desde entonces.
"De repente valoras lo realmente importante. Y te preguntas cómo es posible que eso que tienes tan claro ahora no lo tuvieras ayer o cuando eras joven -cuenta María-. Si lo que sentí yo lo vendieran en frasquitos y te lo tomaras cuando tienes 18 años, te comerías el mundo y no malgastarías ni un minuto de tu vida. ¿Por qué no darlo a los jóvenes a través de congresos en los que se ofrezcan testimonios auténticos que resulten inspiradores?", se preguntó entonces.
Pilar Cánovas y Carolina Barrantes, que posan para la foto como dos de esas personales fundamentales en su vida, creyeron en la idea y fundaron junto a ella LQDVI. A la primera la conocía desde la adolescencia. " Somos amigas desde los 15 años, cuando íbamos de marcha por Madrid. Nuestros novios eran amigos, pero cuando los dejamos, nuestras vidas se separaron. Hasta que años después nos volvimos a encontrar por casualidad y ya no nos hemos separado. Como en todas las relaciones de gran amistad, estamos para lo bueno y para lo malo. Somos como un matrimonio bien avenido", dice Pilar.
El resto de quienes acompañan hoy a María también estuvieron muy presentes en esa aventura. Entre ellos, su prima Ana Sánchez. "Es lo más parecido que tengo a una hermana", explica. "Recuerdo perfectamente aquel verano en el que María me contaba que quería poner en marcha una fundación. Decía con toda la naturalidad del mundo que había mandado una carta a Bill Gates. Y bueno, no le había contestado, pero que iba a escribir a Dominique Lapierre", cuenta entre risas. "A mí me parecía todo una locura. Pero es que María es oxígeno. Es el "¿por qué no?". Ya era así cuando éramos niñas. Recuerdo que escribía cartas a mis padres para que pasáramos la Navidad juntos aunque viviéramos a 600 kilómetros, le parecía que no había nada que pudiera impedirlo, ni siquiera la distancia".
Todos los que la acompañan han vivido junto a María esa ilusión. Pero también estuvieron en los momentos complicados. Como cuando, hace cuatro años, le diagnosticaron por segunda vez un cáncer. "Ese año ella estaba ilusionadísima con un nuevo proyecto de LQDVI. Y tres meses antes de la fecha en que tenía que celebrarse, cayó enferma", cuenta su amiga Marta Barroso, a quien conoció cuando ambas trabajaban en ABC siendo veinteañeras. "Cuando María enfermó, se nos vino todo encima", recuerda Marta, que es también presidenta del Consejo de Jóvenes de LQDVI. "Se dieron una serie de malas casualidades por las que parecía imposible que el evento se fuera a celebrar. Y nosotras solo pensábamos que no podíamos fallarle". No lo hicieron. La noche prevista, mientras María se recuperaba en la UVI, se celebró la primera Noche de los gatos. Y su sueño siguió creciendo.
"Ella peleó como una bestia y afortunadamente está perfectamente", cuenta su marido, Javier Arenzana, a quien conoció hace 28 años en una cita a ciegas. "Un día María entró en la tienda que tenían mi madre y mi hermana. En mi casa estaban empeñados en encontrarme novia para que sentara la cabeza. Como María es tan maravillosa, mi hermana le preguntó si tenía novio. Resultó que justo en ese momento ella había terminado una relación. Y así fue como al llegar a casa me hablaron de una mujer con la sonrisa más bonita que habían visto. Eso se me quedó grabado, y fue la razón de que la llamara. Por suerte, ella aceptó quedar", recuerda Javier.
Otra sonrisa fue la culpable de que comenzara la relación de amistad entre María Franco y Carolina Barrantes. "Estaba poniendo en marcha un proyecto y me enviaron un montón de currículums -recuerda María-. En el primero que cogí aparecía una foto de Carolina con una sonrisa enorme y dije: "Ya está. Esta chica es a la que quiero conocer". No me equivoqué", dice mirándola. De aquello hace más de 15 años. "Tenerla a mi lado es un regalo. Es una mezcla de ternura, fortaleza y un carisma tremendo. Cree en lo que hace y lo transmite".
Algo parecido siente María Gimeno, responsable de prensa de LQDVI, por su jefa y, sin embargo, amiga. "La conocí cuando era pequeña porque somos amigos de sus padres, pero no sabía que se había convertido en una gran profesional hasta que busqué una persona que se encargara de la comunicación. Es precioso ver cómo se mezcla el trabajo con la vida", dice María Franco, mientras su responsable de prensa asiente. "Es mi jefa, pero con ella hablo de todo -afirma Gimeno-. Se pone el mundo por montera y ve siempre la parte positiva, lo que hace las cosas muy fáciles. Y es muy cariñosa. ¡Cuando llega a la oficina da besos y abrazos a todas!".
Las hijas de María Franco, María, Ana y Lucía, se ríen recordando cómo a veces esas muestras de afecto cogen desprevenidos a quienes las reciben porque no las esperaban. "Es un privilegio ser hija de este terremoto -afirma Ana, la mediana-. Contagia ilusión por todo lo que hace, es una disfrutona", cuenta la menor, Lucía. Y recuerda que dentro de unos días recibirá "la" carta, con mayúsculas. Igual que sus hermanas. "Cada 6 de enero, nos lee una carta en la que dice a cada una qué cree que deberíamos cambiar para ser más felices, y qué tenemos que agradecer", comenta sonriendo María.
Tomás Gortázar, hijo de Ana Sánchez, reconoce perfectamente a su tía en esa anécdota. "Tiene tal capacidad de transmitirte su ilusión que es imposible decirle que no", explica Tomás, quien a sus 20 años es el más joven en la sesión de hoy. Le sigue Iñigo Bonilla, de 25 años, vicepresidente del Consejo de Jóvenes, quien conoció a María por su tía, Marta Barroso, y enseguida quiso trabajar con ella. "Jamás la he visto sin una sonrisa", advierte entre risas.
Ahora, que cada uno ocupa su lugar en la foto, nadie tiene que pedirles que sonrían: todos lo hacen espontáneamente, algunos hasta con carcajadas. En la imagen de la felicidad de María, familia, amigos y trabajo se entremezclan porque para ella todo pertenece a una realidad. Esa en la que no se conoce el condicional. Por eso todos coinciden en que lo peor que le pueden decir a María es: "¿Y si...?", porque se pondrá a maquinar. Es una entusiasta irremediablemente optimista. "No es consciente de que gracias a ella nuestras vidas son mejores -dice su amiga Kika-. Por eso estamos enganchados a ella".
Una prenda a medida dice muchas cosas de quien la lleva: habla de su tamaño, de la forma de su cuerpo, también de sus temores y sus deseos. Por eso es normal que llamemos artista a una mujer que se dedica a elaborar piezas artesanas aunque se nos olvida que también debe tener algo de psicóloga y un punto de maga. "Ella sabe qué necesita una persona solo con verla bajar por esas escaleras", dice la social media manager Marta Domínguez sobre su jefa, la diseñadora Teresa Helbig.
La aludida no ha llegado aún al atelier que tiene en el barrio del Eixample de Barcelona, desde el que ha diseñado los modelos que han llevado este año actrices como Adriana Ugarte o Úrsula Corberó. También la reina Letizia. Helbig todavía no está, pero se nota su presencia, pues todas las personas que ha elegido para su foto de familia hablan de ella. Algunas lo hacen con palabras, otras con gestos y todas destilan algo más valioso que la fama y los titulares de los que este año ha gozado Helbig: admiración.
"Cuando llegué a trabajar aquí hace un año, me sorprendió lo mucho que mima el producto", cuenta Yolanda Bermúdez, que trabaja entre el departamento de diseño y el de producción. Lleva un año en el taller, el mismo tiempo que Leire Gorrotxategi, que llegó de Bilbao para trabajar en el showroom, mano a mano con Teresa y las clientas. "Es humilde y fácil de tratar", dice la joven de 25 años, que destaca de su jefa lo mucho que aprende de ella cada día. Un año parece poco para encariñarse, pero en una casa de moda el tiempo se mide por temporadas, periodos en los que se idea, se corrige, se inventa y en el que las horas parecen semanas y los meses, años.
" La gente con la que trabajo también es mi familia. ¡No sabes la de horas que pasamos juntos!", dice la aludida en cuanto aparece en la sala y confiesa que la ropa no es su trabajo, es su pasión. "Soy feliz aquí y muy pesada: ¡me molesta que haya puentes porque lo que quiero es seguir en el taller!". No parece adicta al trabajo, solo una enamorada. Es menuda y vibrante. Al verla de cerca, se comprende la emoción de la costurera Manuela Pino cuando explica lo que pensó al conocerla. "Me ha tocado la lotería. Porque trabajar con ella -explica Manuela- es estimulante, porque envidio su cabeza, y si tengo que definirla con una palabra te diría que es... una diosa".
Manuela dice este superlativo, "diosa", y se emociona. Ese es el poder de las palabras cuando se dicen con honestidad y parece que en esta sala todos comparten algunas. La escritora Natalia Ginzburg no habría dudado en llamar a este grupo "familia", un lugar en el que se repiten las mismas historias porque son de todos, en el que hay chistes privados y palabras clave. "Flechazo" es una de ellas y la eligen varios para referirse al primer contacto que tuvieron con Helbig. "Teresa escucha. Es mi jefa, pero siempre digo que es mi madre en Barcelona. Lo mío fue a amor a primera vista, porque me pareció tan creativa y a la vez con ese punto gamberro y rebelde que la hace tan cercana", explica Alejandro Andrés Jaén, salmantino de 25 años y mano derecha de la diseñadora en el equipo creativo.
"¡Guau!" también forma parte del léxico familiar de Helbig, que quiere que Busa, su bulldog francés aparezca en la foto. Pero no es él quien usa esa interjección sino el resto de su tribu, una exclamación con la que todos dejan claro lo que tienen en común: la curiosidad y una capacidad de sorpresa muy refrescante. También la emplea la pareja de Teresa y su gerente, Chema Paré, cuando recuerda el momento en que la conoció: "Lo primero que pensé cuando la vi fue: "¡Guau, qué fuerza, qué independiente!", dice sonriendo y reconociendo que nunca había vuelto a recordar ese momento.
Al hablar con Helbig es fácil entender que este grupo forme parte de su vida, pues es cierto que nadie elige donde nace, pero sí a quién se parece o se quiere parecer. Y Helbig eligió un espejo que la engrandece: "Lo hacemos todo juntas, todo", dice Teresa Blasco, madre de la creadora y su sombra, su amiga y su ayudante. Mientras espera el momento de la foto, se sienta a coser pedrería con el tacto de quien pinta un lienzo. " Recuerdo la Navidad cuando Teresa era pequeña, con todos los primos, la familia y yo cocinando como una loca", dice la matriarca, que a sus 80 años presenta un dinamismo a prueba de bombas. Hace dos años falleció su marido, pero ni la madre ni la hija se regodean en la pena. "Le admiraba tanto, que yo de pequeña quería ser albañil, como mi padre. En su entierro descubrimos una faceta suya desconocida. Se presentó gente que no conocíamos a la que había costeado una operación, ayudado a pagar el alquiler de su casa... Cosas de las que no presumía. Fue un momento muy hermoso", dice Teresa, a quien no le gustan especialmente estas fechas navideñas porque para ella todo el año es igual de intenso.
A lo que sí que hay pararse, según ella, es a celebrar. Y en 2018 ha habido motivos: " Teresa lleva 25 años trabajando muy duro, pero es cierto que en 2018 se han concentrado las buenas noticias", reconoce Blasco. Y recuerda uno de ellos: "Es que mi hija ya está por las nubes, ¿sabes? ¡Ha vestido al personal de Iberia y es la primera mujer en hacerlo! Estoy orgullosa porque además sigue siendo igual de natural que siempre". Teresa Helbig se caracteriza por hacer piezas artesanas y emplea en ellas el mismo cuidado que ha puesto en construir su familia. En parte de sangre, en parte elegida, en parte encontrada. "A mí me ha tocado la mejor suegra del mundo", dice Luz, la pareja de Pol Guardiola, el hijo mayor de la diseñadora. Licenciada en Publicidad, forma parte del departamento de comunicación y es consciente del peso de las palabras. Por eso piensa con cuidado cuál describiría a su suegra: "Una entusiasta", dice. Para su patronista, Liria Clement, el término perfecto es otro: "Libertad. Cuando la vi atravesar el taller pensé: "Tiene que ser ella".
Entre todos los adultos corretea Ziinash, con sus cinco años y su falda dorada. "Hemos sido padres en un momento en el que igual nos tocaría ser abuelos, pero estamos disfrutando mucho porque somos más conscientes de la suerte que tenemos", dice Chema, para quien la niña, que adoptaron Teresa y él en Etiopía, fue su primera experiencia con la paternidad. Para ella, era la segunda: "Con mi hijo Pol estaba en tantos frentes como ahora, pero todo era nuevo y la energía de la juventud me empujaba. Ahora tengo menos energía, pero siento una responsabilidad muy bestia porque pienso que no estaré con ella tantos años y tengo que dejarla más preparada". Reconoce que es una madre helicóptero, que ha apuntado a la niña a cuatro idiomas y que la llevaría "a un curso de la NASA si hiciera falta".
Pol comparte su alegría. "El momento más especial que he vivido en los últimos tiempos es cuando la adoptamos. 20 años siendo hijo único y cuando llegó ella con ocho meses... fue mágico", dice el hermano mayor, que trabaja en una agencia de publicidad. Para acabar, le pedimos a Teresa que describa sus maternidades. "Con Pol, te diría sorpresa". ¿Y con Ziinash? "El amor es el mismo, les quieres igual, pero cuando una hija adoptiva te dice mamá...", dice con ojos húmedos: "¡Guau!".
20 de enero-18 de febrero
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