El nacimiento de cada año, igual que el de cada uno de nosotros, está marcado por un adiós y una bienvenida. Decimos adiós al útero materno, pero aparece ante nuestros ojos una vida a la que conquistar. Y así, paso a paso, año tras año, nos vamos despidiendo en cierta medida de lo que teníamos para encontrar lo nuevo: decimos adiós al cobijo familiar de la infancia para alcanzar la independencia de la madurez; nos despedimos de los estudios para entrar en el mundo del trabajo; los padres dejan de ser los únicos objetos de nuestro amor para abrir nuestro deseo a los amigos, la pareja, los hijos...
Durante el año que se cierra ha habido de todo. Cosas buenas y cosas malas. Hacer un recuento de lo que deseamos mantener y lo que no queremos que se vuelva a repetir es una buena manera de despedirlo. Quizá mantenemos con nuestra pareja un modo de relación que no nos gusta, tal vez nos sentimos incómodas en el trabajo o bien existe algún problema con los hijos que no sabemos cómo resolver.
El balance que se hace al despedir este ciclo provoca a veces algo de tristeza, pues siempre aparecen objetivos que no hemos alcanzado. Pero el nuevo año rebaja la frustración porque nos ofrece otra oportunidad para conquistar lo que deseamos. Lo importante es proponerse metas posibles. Porque cuando los objetivos que se forjan son inalcanzables, tarde o temprano aparece la sensación de fracaso.
La despedida del año confronta el yo actual con el ideal: lo que queremos ser y lo que podemos ser; lo que queríamos hacer y lo que hicimos. El resultado de la comparación nos deja más o menos satisfechos. Algunas cuestiones se repiten siempre, otras van cambiando con el tiempo. Tal vez ha llegado el momento despedirnos de lo imposible y organizar estrategias realistas para obtener lo que sí está a nuestro alcance.
Conviene decir adiós a este año poniendo palabras a lo que ha dolido para que no se repita y que permita una forma de hablar más sincera, respetuosa, que rompa con la indiferencia ante los conflictos psíquicos y nos conduzca a conocernos mejor.
Si somos conscientes del paso del tiempo y no negamos nuestros límites, podremos aprovechar el año en vez de desperdiciarlo en quejas e insatisfacciones.
"Adiós, 2018", apuntó Claudia en la última hoja de su agenda. El año había sido productivo. Había aprendido mucho de sí misma y sabía que le quedaba mucho más por descubrir. Sentía que se hacía mayor. Había cumplido 49 años y estaba dispuesta a cambiar algunas cosas. Su matrimonio pasaba por un momento de tedio total. La rutina y la falta de tiempo habían dejado la relación sin alicientes. El trabajo se había convertido en una lucha donde el deber se había tragado el placer. Y luego estaban sus hijos, en plena adolescencia, obligándole a preguntarse continuamente si era buena o mala madre.
En enero, había comenzado una terapia psicoanalítica en cuyo transcurso empezó a sentir que tomaba las riendas de su propia vida. Había descubierto, por ejemplo, que su tendencia a anteponer las necesidades de otros a las suyas era una forma encubierta de pedir amor. Por ejemplo, cuando estaba molesta con su marido porque se sentía sola, no decía nada y sustituia los reproches por un resentimiento silencioso. En el trabajo, su necesidad de reconocimiento la obligaba a decir que sí a todo lo que le pedían. En cuanto a los hijos, no sabía ponerles límites sin sentirse mal.
Consiste en comprender intelectual y afectivamente lo que hasta el momento había sido inconsciente. Cuando esto sucede, la percepción del "yo" se amplía y se diferencia mejor lo que es propio y lo que pertenece al mundo exterior.
El sentido de la palabra insight, que es "mirar hacia dentro", implica comprender lo que sucedió y lo que está pasando dentro de uno mismo, asumiendo la responsabilidad.
Claudia necesitaba desesperadamente la aprobación de los demás y eso la condenaba a una posición de objeto a disposición del deseo de los otros. Igual que su madre no la cuidó ni registró sus deseos, Claudia era incapaz de cuidar de sí misma y no defendía lo que quería.
El momento oportuno para emprender una renovación es cuando el deseo de cambiar tiene mas fuerza que la inercia de seguir inmovilizado. Y en ese caso, lo primero siempre es dirigir la mirada hacia dentro y, si es preciso, solicitar ayuda para descubrir qué movimientos inconscientes nos mantienen atrapados en el malestar. Cuando se investigan las razones de la crisis, se puede hacer lo que en psicología se denomina insight y que conduce a tener una percepción de uno mismo distinta de la que teníamos. Entonces, hay que responsabilizarse de las emociones que se sientan y de las decisiones que se tomen para intentar cambiarlas.
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