A Dios pongo por testigo que intento ser una mujer moderna, pero hay algo que no consigo superar: el filtro de orejitas de Snapchat, la vocecita, los ojos de mofeta... esa manera infantil de ocultarse.

Os cuento. Soy una persona adulta. No sé vosotros, pero no suelo tomarme en serio a las personas que se ponen unas orejas de perro para hablarme. Llamadme rarita, pero ya lo de intentar ligar con ese atuendo me parece patológico. Entiendo casi todo: el género fluido, el poliamor, el sexo de media hora... pero me cuesta entender la utilidad de ponerme un filtro de orejas de perro y unos bigotes de gato para hacer una declaración de cualquier naturaleza.

En estos mundos de internet, conocí a un sujeto que parecía interesante. Empezamos a intercambiar mensajes y a las dos horas nos dimos los teléfonos y hablamos por WhatsApp. Juro que parecía una persona normal; ni siquiera tenía muchas faltas de ortografía: no ponía mayúsculas como si no hubiera un mañana y tenía controlado el uso de los puntos suspensivos, que no es poco en los tiempos que corren.

Pero, queridas, en la foto de WhatsApp llevaba las dichosas orejitas de Snapchat, lo cual generó un inmediato bajón de mis expectativas sexuales. Pero como soy una experta en el mercado, pregunté la razón para llevar unas orejas de perro y un filtro de Snapchat por la vida. Pues la respuesta fue enviarme un vídeo de sí mismo con el atuendo completo: orejas, morro y bigotes de perro, todo acompañado de una vocecilla nasal que no sabría clasificar. De esa guisa se presentaba como un hombre deseable.

Permitidme que dude, pero los disfraces siempre me han parecido sospechosos. ¿Por qué alguien que quiere que lo conozcan se esconde tras un filtro, qué digo uno, por lo menos cinco? ¿Me lo puede explicar alguien? Ignoro si debo contestar a esa declaración de intenciones con mi cara oculta tras el filtro del vómito de arcoiris, O si debo pasar y seguir buscando un señor que no necesite ponerse orejas para hablar.

Leo que los adolescentes (y los que ya no lo son) se enganchan a los filtros de Snapchat porque se gustan más bajo su apariencia. Leo incluso que muchos cirujanos plásticos reciben a pacientes que desean ser intervenidos para conseguir su misma cara, pero pasada por un filtro de Instagram. No sé que opinar. Solo puedo constatar que mi libido descendió al subsuelo por culpa de los filtros de animales. No recomiendo las orejas de perro para ligar. En serio, hay que dar la cara.

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