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"Mi marido es un estafador"

Las esposas de delincuentes económicos, a menudo señaladas como sospechosas, también se sienten víctimas. Definen a sus maridos como “maestros de la manipulación” y nos hablan de la ruina económica y emocional que supone descubrir sus mentiras.

En Estados Unidos, el 69% de los delitos económicos son cometidos por hombres. / getty

abby ellin

Lanora Franck creía saberlo todo sobre el delito. Pertrechada con un máster de Derecho Penal, trabajaba como enlace de los juzgados de menores en el departamento de Instituciones Penitenciarias del condado de Sedwick, en Wichita (Kansas, EE.UU.). A ella no la engañaba nadie, decía. Pero alguien muy próximo le falló en lo más esencial: su marido.

William H. Nolan ingresó en prisión en 2012 por estafar a su empresa, Steckline Communications Inc., por valor de dos millones de dólares (1.700.000 € aprox.). La traición, cuenta Lanora Franck, “fue como si me hubieran clavado un machete en el corazón”. ¿Cómo pudo no darse cuenta de la mentira? “Simplemente, no prestaba atención –rememora Franck, que ahora tiene 54 años–. Estaba demasiado ocupada con la crianza de cuatro niños, intentando darles oportunidades, y él se encargaba de todas las facturas. Tampoco vivíamos en una mansión, sino en un hogar de clase media, situado en un barrio normal. Es verdad que siempre tuvimos buenos coches y teléfonos. No nos faltaba ropa nueva, pero nunca llegué a cuestionar esa realidad, porque nuestro estilo de vida no era ostentoso”.

Un club al que nadie aspira a pertenecer

Tras un escándalo de este tipo (“Mi marido es un estafador”), la mayoría pierde a su pareja, su estabilidad financiera y su futuro. Sin embargo, la opinión pública no suele ver a las esposas como víctimas ni empatizar con su situación. Dos preguntas flotan en el aire: cuánto sabían y desde cuándo.

En Estados Unidos, el 69% de los delitos económicos son cometidos por hombres, según un informe de 2016 elaborado por la asociación de peritos criminales especializados en fraude; y la mayoría tiene una vida familiar que se desintegra al descubrir que el hombre de la casa no era quien decía ser. “Íbamos a misa todos los domingos –dice Lanora Franck–. William tocaba el violín en primera fila de la iglesia y el resto de la semana era un delincuente”.

Es como si desactivaras la parte lógica de tu cerebro. No te lo quieres creer".

Lisa Lawler

Lisa Lawler, de 60 años, es la fundadora del Club de Esposas de Guante Blanco, un blog cuya andadura comenzó en 2013 y hoy cuenta con 80 miembros en todo el mundo. En 2010, el marido de Lawler, con el que había compartido 26 años de matrimonio, fue condenado a dos años de cárcel por defraudar 2,5 millones de dólares (más de dos millones de euros) a una empresa sanitaria de Massachusetts. En 2014, el club pasó a ser un proyecto que incluía, además del blog, un grupo de ayuda mutua on line llamado “Las vidas secretas de las esposas de guante blanco”; posteriormente publicó un libro de consejos y hoy el blog ha cambiado de nombre a White-Collar Wives Project (thewhitecollarwivesproject.org).

La misión del grupo de apoyo es doble: dar a conocer el estigma y la ruina que conlleva ser familiar de un delincuente económico, y ofrecer orientación legal y psicológica a estas mujeres, inmersas en una situación dramática y moralmente desconcertante.

A Lisa Lawler le habría gustado tener este tipo de apoyo cuando atravesó su propio calvario. Pero muy pronto se dio cuenta de que las esposas de delincuentes económicos no caen bien. La gente suele asumir que fueron cómplices o que se merecen lo que les pase por haber disfrutado de un tren de vida que no les correspondía. Pero ese tipo de prejuicios enfurece a Lisa Lawler. Ella insiste en que no tenía ni idea de las actividades ilícitas de su marido, y de que esa ignorancia es compartida por la mayoría de las mujeres que integran el grupo.

“La gente no lo entiende, pero esos hombres son maestros de la manipulación –asegura–. Cuando vives una vida modesta y tu nómina aumenta y aumenta, no lo pones en cuestión. Muchas mujeres firman documentos sin ser conscientes, o alguien falsifica su firma. Muchas prefieren no saber. Es como si desactivaras la parte lógica de tu cerebro, la que dice: “Eso es imposible”. Sencillamente porque quieres que sea verdad”.

Y continúa recordando su experiencia: “Estar casada con alguien que ha infligido un daño tan terrible a la sociedad y a su propia familia es vergonzoso. Para mí, es un acto de terrorismo doméstico –dice con rotundidad–. Entre la investigación judicial y la sentencia pasaron tres años. Y en ese tiempo tu vida puede echarse a perder. Da igual que no supieras nada: sufres un sentimiento de culpa por asociación. Y te ocultas física y emocionalmente. Solo quieres recluirte”.

Desidia o ceguera

Así lo cree también Libby Henry, una madre y ama de casa de 49 años residente en Louisville (Kentucky, EE.UU.). En 2009, su exmarido, Edward Ted House, miembro de una familia de clase alta de Indiana, fue condenado a 18 meses de cárcel por estafa bancaria, hipotecaria y telemática. Cuando todo salió a la luz, la mujer se sintió culpable por no haber hecho suficientes preguntas sobre el trabajo de su marido. “Reconozco que era totalmente analfabeta en cuestiones financieras –afirma Libby Henry–. Salí de la universidad con el título de “señora de” y tuve la típica vida de esposa y ama de casa de los años 50, pero en nuestra época y por voluntad propia. Me da vergüenza admitirlo, pero esa es la verdad. Tenía una cuenta bancaria y él transfería dinero. Nunca me preocupé por ello”.

Según Eugene Soltes, profesor asociado de la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard y autor del libro Por qué lo hacen. En la mente de un delincuente de guante blanco (inédito en España), a menudo “la esposa no percibe las señales de alarma que indican que algo va mal. Y es trágico, porque la persona que está en mejor posición para impedir la caída en desgracia de un individuo suele ser su propia esposa”.

Las consecuencias para los hijos también son devastadoras, por muy mayores que sean. Más de cinco años después del escándalo, Sarah Nolan, la hija de Lanora Franck, que ahora tiene 25 años, aún está intentando gestionar las heridas y la ira que le provocó la conducta de su padre.

Estaba en primero de carrera cuando sus padres fueron a hablar con ella y con su hermana para explicarles que él se iba a entregar a las autoridades. En ese momento, su primera reacción fue ir al baño y vomitar. Hasta entonces, creía que sus padres tenían una relación ideal. De hecho, al contrario que muchos de los padres de sus amigos, ellos seguían juntos. Pero todo era mentira.

Tras ser “engullida por un ciclón emocional”, según sus propias palabras, se refugió durante tres meses en su apartamento, dejó de ir a clase y desarrolló fobia social. Los suspensos la llevaron a abandonar sus estudios. “Lo más duro fue asumir que, en cierto modo, toda mi infancia había sido comprada con dinero robado –reconoce Sarah Nolan–. Tuve una crisis de identidad. Al reflexionar sobre lo que pasó, me siento muy culpable por no haber prestado más atención. ¿Qué señales me perdí? ¿Por qué no me di cuenta de lo que estaba ocurriendo?”, me pregunto una y otra vez”.

Bancarrota económica y emocional

Lo peor fue asumir que mi infancia había sido comprada con dinero robado".

sarah nolan

La terapia ha ayudado a Sarah a comprender y lidar con lo ocurrido, aunque lleva dos años sin ver su padre. “Sobre todo, estoy indignada por lo que le hizo a mi madre. Porque ella jamás, en toda su vida, le ha hecho daño a nadie”.

Tras descubrir los delitos económicos de su marido, Lanora Franck también lo pasó mal. Si bien no tuvo que declararse en bancarrota, como Libby Henry, sí tuvo que vender su coche para saldar la deuda generada por los estudios universitarios de su hija y las facturas de los abogados a los que tuvo que recurrir al ser investigada por el FBI. También tuvo que pedir una segunda hipoteca para pagar las deudas que dejó su marido. Fue en ese momento cuando le diagnosticaron síndrome de estrés postraumático, y poco después tuvo dos episodios de cáncer de colon que ahora está en remisión.

Ella y Libby Henry se divorciaron de sus maridos. Es lo que Lawler, la creadora de White-Collar Wives Project, recomienda a todas las esposas de delincuentes financieros. “Dar ese paso es lo más adecuado para proteger sus bienes y para tener la oportunidad de recuperar el dinero perdido como víctimas del crimen económico de sus maridos”.

Por eso mismo, le sorprende la cantidad de mujeres que intenta que su matrimonio siga adelante, pese a todo. “Las mujeres quieren recuperar la seguridad que les confería vivir en una burbuja –dice Lawler–. Muchas de ellas defienden a sus maridos: “Es un buen padre, un buen marido, un miembro respetado en su comunidad”, dicen. Y yo les respondo: “No, un buen hombre protege a su familia y conoce su lugar y su rol en la sociedad. Los tíos decentes no lanzan a su familia y a sí mismos por un acantilado. El amor y la confianza van de la mano”.

Análisis: Él, que todo lo tiene, todo lo puede, todo maneja y te está mintiendo...

“Fue como si me hubieran clavado un machete en el corazón”, dice Lanora Frank al referirse a su marido. Y continúa: “Los domingos íbamos a misa y luego era un delincuente”. El engaño y la manipulación psíquicas constituyen, entre otras características, al estafador. Narcisista y sin sentimiento de culpa, se aprovecha de los otros. El psiquismo de la patología perversa trasgrede la ley y goza con ello, en este caso, acumulando dinero robado, bajo la apariencia de un ciudadano intachable

El impacto para la mujer de un delincuente de guante blanco, cuando se descubre su condición, puede ser traumático. Será criticada y mucha gente no creerá que ella no sabía nada. Para ella, no es fácil aceptar que se ha vivido con un corrupto del que no se sospechaba nada.

¿Por qué algunas mujeres como Lanora Franck, Lisa Lawer o Libby Henry no se enteran de con quién viven realmente? Algunos de los deseos que tanto a la mujer como al hombre les llevan a elegir pareja son de carácter inconsciente. La tendencia en algunas mujeres a la idealización del hombre, ese que todo lo tiene, todo lo puede y todo lo maneja, puede estar detrás de esta ceguera.

La idealización del padre se realiza en la infancia. Luego pasa a ser un hombre con defectos y virtudes que ha transmitido una ley psíquica cuyas prohibiciones hay que respetar. Ahora bien, si es un trasgresor, las hijas pueden, inconscientemente, negar lo que no les gusta de él y seguir idealizándolo como hacían de niñas. Más tarde, cuando eligen marido, delegan en él lo referente a lo económico, incluso firman papeles sin prestar atención. Se comportan como niñas, con una fe ciega en su marido, porque de eso se trata, de no ver. Ellos, por su parte, eligen a mujeres con ese tipo de características, que no van a investigar ni esa cuenta bancaria a la que ellos transfieren dinero solo cuando les conviene...

La culpa y la vergüenza consecuentes al descubrimiento de quiénes en realidad eran esos hombres, resultan traumáticas. Ellas no son las responsables, pero se preguntan por qué no se dieron cuenta, qué les paso. Lisa Lawler fundó el Club, quizá para que se sintieran menos solas y pudieran comenzar a hacerse cargo de su vida y de su economía. Allí les recomienda con acierto que se separen para poder dirigir sus vidas y sus bienes.

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