Ilustración de Maite Niebla. / maite niebla

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¿Los pulpos mejores que los hombres?, por Pina Graus

"El día de Nochevieja en casa de mi madre se fue la luz y no volvió hasta el día siguiente. Tomamos las uvas y recibimos el año a la luz de las velas".

"Ya pasaron. ¡Tranquilidad, tranquilidad!", canturrea Martina, "Para la cuenta corriente no. ¡Estoy a dos velas!", se lamenta Gordi. Intervengo yo: "El día de Nochevieja en casa de mi madre se fue la luz y no volvió hasta el día siguiente. Tomamos las uvas y recibimos el año a la luz de las velas. No se pudo calentar la salsa del redondo ni preparar nada que no viniera cocinado, incluido un pulpo que había traído mi cuñado. Pero como soy de Pulpos Sin Fronteras, no me importó en absoluto". "A mí los pulpos me encantan. Recuerdo uno al que solía visitar cuando viví en Mallorca", contesta Camile que, como siempre, está tricotando. Listilla sonríe: "¿Te saludaba con sus tentaculillos?". Martina se vuelve: "Lis, no sabes gran cosa acerca de los cefalópodos, ¿verdad?". "¡Qué están estupendos a la plancha!", contesta ella.

Intervengo: "El pulpo es un animal muy inteligente y tímido, además ni oye ni emite sonidos". Lis suelta de un tirón: "Muy inteligente, muy tímido, pero sordo y mudo". "¡Como tu ex, Lis! ¿No decías que no decía ni una palabra y era bastante pulpo?", exclama Algarrubia, que está abducida por su móvil.

Gordi se suma a la conversación oceánica: "El verano pasado, cuando estuve en La Palma, en aquella maravillosa casa rural, la dueña me contó una historia acerca de un pulpo y una submarinista. La mujer encontró uno en una cueva y parece que hubo una conexión especial entre los dos. Ella estaba encantada y todos los días le llevaba orejas de mar". "¿Para remediar su sordera?", murmura Lis.

Haciendo oídos sordos, continúa Gordi: "Las orejas de mar tienen unas conchas brillantes que les encantan. El caso es que la mujer cogió la costumbre de visitarlo todos los días. Se sumergía y le mostraba su oreja". "¡Qué descastada!", se escucha decir a Lis. "El pulpo sacaba un tentáculo, la cogía y desaparecía. Ella estaba feliz, pero no su pareja, que cada día se mostraba, según me contó la mujer, más huraño. No le gustaba que ella le dedicase tanto tiempo al pulpo y un día se sumergió con un arpón y se lo cargó", concluye Gordi.

"¡Yo me divorcio!", exclama Martina. "¿Por matar a un cefalópodo?", ríe Lis. "Yo dejé a un pre-novio que aplastaba hormigas por placer. Eso dice mucho de una persona", respondo yo. "¡Lástima que el pulpo no midiera dos metros! Serán muy inteligentes, pero son demasiado ingenuos; lanzan un chorro de tinta y aprovechan para escapar", continúa Algarrubia, "Eso fue lo que pasó", responde Gordi. "¿La mujer le lanzó un chorro de tinta a la cara?", pregunta Camille. Gordi sonríe: "No, hizo las maletas y desapareció". "¿Se llevó al pulpo?", aplaude Lis fingiendo alegría. "¡Pero si estaba muerto!", exclama Martina. Lis pone cara de "presento mis condolencias".

Gordi vuelve a sonreír: "Se largó con viento fresco y con el instructor de buceo. Ese año, a la señora le llegó una felicitación navideña conjunta desde Jamaica: un dibujo de un pulpo lanzando un chorro estrellado de tinta azul oscura casi negra".

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