El cuerpo se hace eco de todo lo que vivimos en nuestro mundo emocional. No podemos ignorarlo sin que el cuerpo nos pase factura, ya que tiene memoria y no olvida, aunque muchas veces nos empeñemos en hacerlo. Podemos reprimir conflictos psíquicos, pero se esconderán en el inconsciente y desde allí enviarán síntomas al organismo.
Con la sordera psíquica suelen aparecen las llamadas manifestaciones psicosomáticas. La cólera, la depresión, la angustia y el deseo se manifiestan por signos exteriores evidentes, pero también por modificaciones fisiológicas internas que llegan a dañar algunos órganos. Las emociones desempeñan un rol considerable en la elaboración de nuestra personalidad y la manera de procesarlas nos hace sentirnos mejor o peor con nuestro cuerpo y con nosotros mismos.
El cuerpo nos avisa de conflictos emocionales a los que hay que escuchar. Cuando podemos poner palabra a los afectos, ese proceso nos ayuda psicológicamente y, por tanto, nos sentimos mejor en lo físico.
Si nuestro cuerpo se halla siempre sometido al dolor, es preciso interrogarse sobre cómo nos sentimos. Si nuestro equilibrio psíquico es bueno, superaremos mejor las lesiones físicas.
Freud dio una explicación psíquica a los síntomas de conversión, llamados así porque dan cuenta de la transformación de la energía psíquica en una manifestación somática. Una de sus pacientes, que no podía andar porque estaba aquejada de parálisis, se recuperó cuando pudo descifrar el significado de su síntoma: no debía dar un paso hacia la realización de su deseo, por lo que sus piernas se negaron a caminar. Estaba enamorada de su cuñado y, al morir su hermana, el camino quedaba abierto, pero le parecía una aberración hacerse cargo de ese deseo y por eso se negaba a reconocerlo.
Hay una conjunción entre lo sensorial y lo verbal. Cuando verbalizamos experiencias afectivas, recurrimos con frecuencia a metáforas sensoriales tales como "temblé de miedo", "me aplastó la pena", "el corazón me saltaba de alegría", "tenía un nudo en la garganta", "se me revuelve el estómago"... Antes del dominio del lenguaje, el bebé usa su cuerpo para expresar dolor, rabia o angustia. Su madre hará una lectura de esas emociones y enmarcará con palabras lo que le ocurre. El lenguaje pone límites a la angustia y construye el psiquismo. La somatización es una forma de protolenguaje que aparece en el principio de la vida. Lo psíquico y lo somático no son entidades separadas.
Quienes jamás se permiten llorar presentan una mandíbula apretada y expresión impasible. El miedo nos hace tensar la musculatura, palidecemos y el ritmo cardiaco se acelera. Sentimos temor ante una amenaza real o fantaseada, y el cuerpo reacciona. Un disgusto durante la comida puede alterar la digestión. Una crisis de ansiedad puede afectar el funcionamiento corporal. Todos sabemos que el cuerpo se altera cuando nos enamoramos, sentimos rabia u odio...
Todas las áreas del cuerpo pueden verse afectadas. En la digestiva, por ejemplo, hallamos la anorexia y la bulimia. La primera se trata del rechazo a los alimentos y a toda la vida instintiva. Por lo general, las mujeres anoréxicas suelen desarrollar una intensa actividad intelectual. Rechazan el alimento, que es el primer vehículo afectivo con la madre, y rechazan su feminidad. También repudian el placer sexual. Esta es la razón por lo que no soportan las curvas que remiten al cuerpo femenino. La bulimia, al igual que una toxicomanía, trata de calmar con el control de la comida una carencia afectiva que no se ha podido procesar.
La conversión consiste en transferir un conflicto emocional al cuerpo. La energía psíquica, que ha sido retirada de sus representaciones mentales, queda libre y ejerce presión sobre un órgano. Los impulsos reprimidos se sirven del cuerpo para emerger y alteran algunas funciones fisiológicas.
Es una tentativa inconsciente de resolver el problema sin sufrimiento psíquico porque el dolor corporal siempre es más controlable.
Una persona que sufre una úlcera puede estar afectada por emociones intensas que afectan a la mucosa que protege su estómago. Padece gran dependencia y tiene dificultades para hacerse cargo de la responsabilidad. La úlcera es el grito de quien se siente poco querido, pero no es capaz de expresar agresividad. El asmático no se atreve a expresar sus deseos. La respiración implica intercambio con el exterior, está ligada a la expresión verbal. El asmático quiere gritar y no puede. Cuando se pueden poner palabras al flujo de afectos y gestionarlos mejor, normalmente los órganos alterados vuelven a funcionar.
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