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Julia Roberts: "A los 50 años me siguen hiriendo"

Dominó la industria del cine durante toda una década, pero con sus últimos trabajos ha demostrado una vez más que su persistencia en el star system va mucho más allá del poder de su icónica sonrisa. Superada ya la barrera de los 50, sigue acaparando éxitos, mientras disfruta como nunca de su papel de madre.

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A Julia Roberts no le gusta que le pregunten por su edad. Suele quejarse, con razón, de que sus compañeros no tienen que contestar a ese tipo de cosas. Cuando cumplió 50, el año pasado, el tema era recurrente, en cada entrevista, en cada alfombra roja, en público y en privado. Cualquiera, incluso Julia Roberts, se cansaría de semejante impertinencia. Y sin embargo, ella es el paradigma de la estrella por cuyo calendario parecen no pasar las hojas: su belleza y su famosa sonrisa siguen intactas, igual que su presencia carismática, magnética y poderosa.

En 2017, la actriz, que es imagen de Lancôme desde hace una década, recibía uno de esos títulos honoríficos (y algo pasados de moda) que cada año reparte la revista People. Por quinta vez, un récord absoluto, volvía a ser “la mujer más guapa del mundo”. Una mención sin duda menor en un currículum tan brillante como el suyo que, sin embargo, constataba que su gran mérito no ha sido mantenerse joven o guapa, sino seguir siendo relevante en una industria que, a menudo, desecha demasiado rápido a sus estrellas.

El inesperado vínculo con Martin Luther King

Ella nunca ha dejado que Hollywood, con sus intereses y sus fobias, le dirigiera la vida. De hecho, ha sido justamente al revés. La actriz siempre ha marcado el ritmo de su carrera: ralentizando o acelerando el paso, dosificando su presencia en la pantalla o acaparando estrenos, alfombras rojas y portadas; haciendo trizas el techo salarial sin convertirse, necesariamente, en la cara visible de ninguna causa. Probablemente, en eso consista ser una superestrella.

Y es que Julia Roberts no es actriz por casualidad. En su casa, la interpretación y el teatro eran una forma de vida y el negocio familiar. Sus padres, que eran actores y dramaturgos, fundaron una escuela de teatro en Atlanta. De hecho, cuando ella nació, la factura del parto la costeó Coretta Scott King, mujer de Martin Luther King, en agradecimiento por las clases de interpretación que sus hijos recibían en la escuela. Roberts tenía cuatro años cuando sus padres se divorciaron y 10 cuando su padre murió de cáncer. Nada más terminar el instituto, y siguiendo los pasos de sus hermanos Lisa y Eric, se plantó en Nueva York con la intención de hacerse un hueco en el circuito de castings. Hasta que, en 1988, llegó su oportunidad y la comedia Mystic Pizza la puso en el radar de Hollywood. Su siguiente película, Magnolias de acero, sirvió para demostrar que tenía talento dramático y la siguiente, Pretty Woman –un papel que consiguió después de que un puñado de actrices rechazaran el trabajo–, la convirtió en la actriz dominante de los años 90, la mujer más codiciada por los estudios de Hollywood y, por supuesto, en la indiscutible novia de América.

¿Montaña rusa o amorosa?

Su consagración llegó en 2001, cuando ganó el Óscar por su trabajo en Erin Brokovich. En aquel discurso de listín telefónico, entrecortado por los nervios y aquella inolvidable risa histérica, proclamó: “¡Amo el mundo! Estoy feliz”. Dos años después, rompía una barrera todavía más importante. Por su trabajo en La sonrisa de Mona Lisa –una cinta en realidad muy poco memorable– se convirtió en la primera actriz en ingresar un cheque de 25 millones de dólares rompiendo los esquemas de Hollywood y, de paso, el techo de cristal de una industria que, 15 años después, todavía continúa estando muy lejos de alcanzar la paridad salarial.

Soy una mujer de 50 años, se perfectamente quien soy, y aún así pueden herirme”.

Sin embargo, cuando ahora hace balance de aquella época, no es tan indulgente consigo misma: “Yo era mi única prioridad, una niñata egoísta que iba por ahí haciendo películas”, le contó en 2017 a la edición británica de Harper’s Bazaar.

Mientras su carrera despegaba, su vida personal era una auténtica montaña rusa: tuvo romances, más o menos serios y más o menos discretos, con Liam Neeson, Ethan Hawke, Daniel Day-Lewis y Matthew Perry. Con 23 años, había dejado plantado a Kiefer Sutherland tres días antes de su esperadísima boda para fugarse con el también actor Jason Patric. Pero aquello tampoco duró y Julia acabó casándose poco después con el cantante Lyle Lovett, un matrimonio que se rompió dos años después.

Pero en el año 2000, durante el rodaje de The Mexican, la actriz conoció al operador de cámara Danny Moder. Ella estaba saliendo con el actor Benjamin Bratt y él aún estaba casado con su primera mujer. Pero tenía una ventaja competitiva respecto a todas las parejas anteriores de Roberts: conocía a fondo la industria del cine y formaba parte de ella, pero era un tipo discreto y anónimo, y no tenía intención de dejar de serlo.

Junto a Moder, encontró la estabilidad personal que nunca había conocido. Se casaron en 2002 en el rancho de la estrella, en Nuevo México. Poco después, llegaron los niños: los mellizos Hazel y Finn nacieron en 2004 y tres años más tarde llegaba Henry. La actriz ha contado que conocer a su marido y formar una familia fue una experiencia transformadora. “Fue encontrar a mi persona. Cuando pienso en lo que hace que mi vida sea lo que es, que todo tenga sentido, es él. Para mí todo ha venido del mismo sitio”, ha explicado.

Ataques sensacionalistas

A pesar de eso, ha tenido que soportar las portadas de los diarios sensacionalistas que de vez en cuando anuncian que su matrimonio está roto o que atraviesa la penúltima y definitiva crisis. “A veces, estás en el supermercado y te encuentras con alguna de esas historias en la portada de una revista. Todavía siguen hiriendo mis sentimientos, porque estoy muy orgullosa de mi matrimonio”, le contó recientemente a Oprah Winfrey.

Desde que nacieron sus hijos, Julia Roberts ha dosificado sus apariciones en la gran pantalla, pero también su presencia en eventos públicos o el número de entrevistas que concede.

Vida de soccer mom

Hace mucho tiempo que su familia se convirtió en su prioridad. De hecho, se define como una soccer mom [literalmente “mamá de fútbol”], término que se utiliza en Estados Unidos para describir, a veces con ironía y otras con algo de mala leche, a esas madres de clase media que se pasan el día conduciendo sus enormes SUV de casa al colegio, y del colegio al entrenamiento de fútbol. Pero está disfrutando de esta fase más doméstica de su vida: le entusiasma cocinar y pasar el rato con sus hijos.

"¿El #metoo? Yo me libré, pero oyes esas historias y se te rompe el corazón”.

Además, contra todo pronóstico, la actriz, famosa por ser totalmente hermética cuando se trata de su vida privada, abrió una cuenta en Instagram el pasado junio. Como otras estrellas de su generación, ha explicado que sus hijos le insistieron hasta convencerla. Eso sí, lo hizo con red de seguridad. Aunque ya acumula 4,6 millones de seguidores, la actriz solo deja que las personas que ella misma sigue (apenas 29) puedan comentar sus fotos. Así, evita malos tragos, como cuando su sobrina, la también actriz Emma Roberts, colgó una foto de ambas en Instagram y los usuarios criticaron su aspecto. “Me sorprendió mucho cómo me hizo sentir aquello. Soy una mujer de 50 años, sé perfectamente quién soy y aún así hirieron mis sentimientos. ¿Qué pasaría si tuviera 15?”. Ese es el ecosistema en el que están creciendo sus hijos y cuyas reglas se le escapan. “A veces, me preguntan algo y les digo: “Voy a decir que no y luego buscaré lo que es porque no sé de qué me estáis hablando”, le explicó a Oprah.

Pero haberse convertido en una soccer mom no quiere decir que haya dejado de ser una estrella. No podría aunque quisiera. Nunca le ha dado la espalda a Hollywood ni la industria se la ha dado a ella, como ha ocurrido con otras actrices de su quinta. Pero ahora solo acepta papeles que encajan en la logística familiar. “Es una combinación de ser muy selectiva, el calendario escolar y los compromisos laborales de mi marido”, dijo al New York Times.

El eterno retorno

En diciembre, Roberts estrenó Ben is back, una película donde daba vida a la madre de un joven adicto a las drogas, y la crítica se puso de rodillas ante ella. Casi al mismo tiempo, recibía una nominación al Globo de Oro por su papel en la serie Homecoming (Amazon), un thriller psicológico dirigido por Sam Esmail, donde da vida a la trabajadora social de un centro para soldados que quieren reincorporarse a la vida civil.

Es obvio que su músculo interpretativo sigue estando en plena forma. Sin embargo, ya no juega el papel de figura dominante. Apenas se ha pronunciado sobre el movimiento #MeToo, aunque dijo sentirse “sorprendida” cuando la alegaciones contra Harvey Weinstein vieron la luz. “Casi me siento mal al decirlo, pero me libré, no sé por qué... Oyes historias horribles y te rompe el corazón”. Ella ya hizo su parte hace casi dos décadas, al lograr romper el techo salarial. Ahora, es una estrella más terrenal. Porque aunque siempre será la novia América, Julia Roberts es más, mucho más que una simple etiqueta.

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