"Mamá, me siento sola". Pocas frases más demoledoras que esta de entre todas las que los adolescentes pueden pronunciar. Esa soledad, lo sabemos muchas madres y padres de adolescentes, suele suceder en compañía, lo cual la hace aún más terrible.
En esta edad, de pronto hay un desencaje entre los chicos y chicas y sus viejos amigos de toda la vida. Unos crecen más rápido, otros con más lentitud, surgen intereses distintos, vergüenzas, cambios. Todos quieren adaptarse al grupo, sentirse aceptados, tener amigos, que sus amigos les quieran (lo que queremos todos, al fin y al cabo).
Surgen los primeros afectos elegidos por ellos mismos y no impuestos por la vida. Y aparece también ese sentimiento terrible, que ellos y nosotros llevamos encima como una pesada carga: la soledad. La cadena de televisión británica BBC realizó hace unos meses una encuesta sobre este sentimiento en la que participaron más de medio millón de personas. Los resultados fueron asombrosos.
De entre todos los grupos de edad consultados, los que más solos dijeron sentirse fueron los jóvenes. Mucho más que los ancianos, de quienes todos esperaban que iban a liderar este ranking. Y lo que es más curioso todavía: cuando se preguntaba a esos ancianos en qué época de su vida se sintieron más solos, muchos dijeron que durante la adolescencia y en la primera juventud. Esos años en que todo el mundo anda buscando su lugar y su gente en la vida.
Todos sabemos que la soledad dura hasta que aparece el primer amigo o amiga auténtico o el primer amor correspondido, claro. Pero mientras dura, duele y se nos antoja interminable.
En suma, resulta que, según los datos, las generaciones más conectadas de la historia son también las que más solas se sienten. Parece que tanta tecnología y tantas redes sociales virtuales nos hace sentirnos más estresados, pero no más queridos. Es para pensarlo.
Los adolescentes de casa traen a diario un variado anecdotario de lo que ocurre cada día en las aulas del instituto. A veces nos reímos al escucharlo, otras nos escandalizamos ante sus anécdotas. Siempre hay una referencia para los profesores. Cómo son capaces de atajar problemas, resolverlos, mediar en los conflictos, pacificar, aconsejar… Y no hay día en que no me pregunte si les retribuimos suficientemente su trabajo.
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