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¿Por qué me enamoré de él?, por Isabel Menéndez

Estamos encadenados a quien amamos por un hilo invisible. No sabemos del todo por qué nuestro deseo le ha elegido. Pero no nos enamoramos al azar, lo hacemos siguiendo deseos que no conocemos.

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Isabel Menéndez
Isabel Menéndez

Cuando una relación va bien, no reflexionamos sobre qué es lo que nos une a la otra persona. Sencillamente, nos limitamos a disfrutar del vínculo amoroso. Pero cuando aparecen los conflictos, solemos preguntarnos: “¿Por qué me enamoré de ese hombre?”.

Si hay en el mundo emocional algo que no podemos dominar razonablemente es el amor. La pasión que aparece en el primer momento nos invade, no es controlable, aunque también es cierto que el tiempo acaba colocando los afectos en su sitio.

Buscar el ideal que a una le gustaría ser supone elegir de forma narcisista.

Para el psicoanálisis, la elección de la persona a la que se ama se realiza de forma inconsciente. Existen dos tipos de elección. El primer tipo se produce cuando se busca al otro movido por las asociaciones que provoca con las personas queridas del pasado, por lo general los padres, ya que ellos nos aseguraron cuidado y protección y nos enseñaron a amar. Según esto, todo encuentro es un reencuentro, pues en él se evoca lo que se tuvo y se perdió, ya que nuestros primeros amores tienden a ser sustituidos por la pareja o parejas que tendremos a lo largo de la vida.

El otro modo de elección es de tipo narcisista: esta forma de elegir a la pareja gira sobre la propia persona. Por ejemplo, se busca el ideal que a uno le gustaría llegar a ser. En ocasiones se puede elegir para repetir o para buscar lo opuesto de lo que se tuvo, depende de si la relación afectiva con las principales figuras de nuestra infancia fue bien o resultó conflictiva.

Qué nos pasa:

  • Para que el amor dure y la desilusión no venga a arruinar una relación, conviene tener en cuenta que la idealización excesiva del amado puede conducir a una decepción grande.

  • En el enamoramiento idealizamos al otro y suponemos una plenitud que tarde o temprano se romperá. Es conveniente adecuar nuestro ideal a nuestra realidad. Al idealizar al otro para reparar las dificultades que tenemos, nos identificamos con él y así intentamos reparar imaginariamente nuestros fallos.

Una red de deseos

“No puedo vivir sin ti, no hay manera”. Susana cantaba de vuelta a casa esta canción y repetía una y otra vez esa frase, que la conducía a una parte de sí misma tan enigmática como inefable: “¿Le sigo queriendo en realidad?”. Y la respuesta era que sí. Susana y Miguel se querían. Llevaban siete años juntos, pero en ocasiones tenían unas peleas que a ella la dejaban exhausta. Entonces aparecía la gran pregunta: “¿Qué me pasa?”. Ahora sí sabía cómo responderse.

Susana había comprado a Miguel un regalo para el Día de los Enamorados. No compartía la opinión de que aquel día era un invento comercial. ¿Acaso no era bueno dedicar una fecha a pensar qué se siente por el otro? Ella pensaba que, al celebrar con regalos ese día, se recuperaba algo del enamoramiento de los primeros tiempos. Ahora discutían solo a veces. Hacía un tiempo, cuando ella estuvo a punto de romper la relación porque se sentía muy alejada de Miguel, comenzó una psicoterapia en la que respondió a una pregunta que se formulaba cuando quería separarse: “¿Por qué me enamoré de él?”.

Puede que la elección parezca rara, pero siempre tiene una lógica interna.

Susana conoció a Miguel en la calle. Justo antes, ella tropezó y se cayó. Él fue corriendo a su encuentro y le preguntó si se había hecho daño. En ese momento, sin que ella lo supiera, dejó de dolerle el alma. Había estado esperando que un hombre le preguntara cómo se sentía. Fue un flechazo y 10 meses más tarde ya planeaban su boda.

Miguel era médico, se interesaba por lo que les pasaba a sus pacientes, pero era poco hablador. A Susana le cautivaron sus primeras palabras, pero cuando se fue desarrollando la relación le acusaba de decir muy poco. Sin embargo, al hacerlo no se estaba dando cuenta del auténtico valor de sus silencios. Miguel sabía escucharla, algo que ella nunca había sentido al hablar con su propio padre.

Qué podemos hacer:

  • Si comenzamos a pensar que el amor no es como al principio y desvalorizamos la relación actual, conviene hacerse algunas preguntas: ¿por qué elegí a mi pareja? ¿En qué la he idealizado demasiado? ¿No soporto sus defectos? ¿Cuáles son los míos?

  • Conocer las claves que nos condujeron a la elección de nuestra pareja es un ejercicio apasionante que desemboca en el conocimiento de nosotras mismas.

  • Valorar las cualidades de la pareja es lo opuesto a idealizarla, pues se trata de reconocer quién es y su subjetividad y no de querer poseerla.

Susana era la menor de tres hermanas y había tratado de colmar con Miguel la carencia afectiva que había sentido en su infancia, ya que su padre nunca le había preguntado cómo se encontraba ni se interesaba por sus preocupaciones. La actitud de Miguel cuando callaba le evocaba aún más lo que su padre no había podido hacer.

Cuando, finalmente, fue capaz aceptar las carencias de su padre y llegar a quererle como era, dejó de recriminarle a Miguel lo que no le daba para reconocer lo que sí: escucha, atención y algunas palabras, aunque no tantas como ella hubiera querido. Para comprenderlo también tuvo que reconocer ante sí misma lo que ella podía ofrecerle a Miguel y lo que no.

Con las atenciones de las que fuimos objeto, organizamos una red de deseos que nos empuja a elegir a una persona u otra, por semejanza u oposición a modelos internos que tienen gran influencia en nuestra vida afectiva. Si hemos tenido complicaciones emocionales hasta la adolescencia, puede ser que la elección parezca rara, incomprensible o patológica, pero siempre tiene una lógica interna tan precisa y compleja como la maquinaria de un reloj.

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