Se miente por diferentes razones, pero en todos los casos menospreciando la inteligencia de los hijos. Si, para impresionar a su hijo, un padre le cuenta una mentira sobre su vida, está cometiendo un abuso de poder. Y demuestra, además, ser incapaz de transmitir una ley interna a su hijo. Mentimos para encubrir lo que no podemos aceptar.
A mentir se aprende. Los niños, antes de los seis o siete años, no saben qué es la mentira. La fantasía y la realidad no tienen límites claros en los primeros años, cuando no hay un yo conformado. Por eso Freud decía que lo natural para el niño es decir la verdad, pero añadía: "Evidentemente, la mentira debe distinguirse de la capacidad de fantasear".
A veces nos decimos a nosotros mismos que lo hacemos por el bien de nuestros hijos, pero hay que saber que, tarde o temprano, descubrirán la verdad.
No, las historias de Papá Noel y los reyes magos no cuentan como mentiras. Son relatos que se corresponden con las fantasías infantiles que mezclan un mundo imaginario y la realidad.
Ellos, por su parte, no mienten contra nosotros; lo hacen cuando sienten que nos han decepcionado.
Los niños pequeños creen que sus padres conocen sus pensamientos y en ocasiones, para sentirse más independientes, pueden formular una fantasía, una fabulación, o una mentira con la que tratan de ocultar algo que han hecho. Sus embustes señalarían un intento de crecimiento con los que pretenden diferenciarse de sus padres y tener algo íntimo, que solo sea de ellos. Sin embargo, cuando los padres mienten los efectos siempre son dañinos: los hijos dejan de confiar no solo en ellos, sino también en los demás e, incluso, en sí mismos, ya que quien debe transmitirles la regla ética de cómo ser en la vida resulta no ser fiable. Esa es la razón por la que la mentira de un padre puede convertirse en un síntoma en su hijo.
Eso fue lo que le sucedió a Diego. El niño tenía conflictos en el colegio y le costaba concentrarse. Además, sacaba malas notas. Sus padres, Marta y Javier, fueron a hablar con la tutora y en la entrevista ella les preguntó si recientemente había ocurrido algo que hubiera podido afectar a su hijo. Ambos le dijeron que no, que todo seguía igual en la familia. Pero uno de los dos estaba mintiendo.
Ambos padres deben ejercer vigilancia mutua: cuando uno de los dos miente, el otro tiene que parar esa actitud. Y viceversa.
Hay que decirles a los hijos la verdad, pero siempre atendiendo a su edad y con un relato adaptado a sus particulares características.
Es bueno reflexionar, siempre, sobre lo que se quiere ocultar y las razones de la mentira. También hay que pensar en la decepción que los hijos se van a llevar cuando se enteren del engaño.
Después de la entrevista, Marta le dijo a Javier que le notaba un poco raro últimamente, que estaba muy serio y callado. ¿No estaría afectando esa actitud al niño? En ese momento, Javier estalló: le dijo que ya bastante tenía con lo que se le venía encima y le confesó a su mujer que su pequeña empresa estaba en bancarrota.
Para Marta no era la primera vez. Sus padres también le habían mentido a lo largo de toda su infancia. Su padre fue infiel durante mucho tiempo y su madre, que lo sabía, prefirió guardar silencio. La decepción de Marta con él fue muy grande y tardó en confiar en un hombre. Curiosamente, cuando finalmente lo había conseguido, también su marido le fallaba.
Lo cierto es que la situación de Javier estaba afectando a su hijo Diego, un chico de 10 años que necesitaba mucho a su padre y se daba cuenta que ya no estaba para él como antes. Javier, por su parte, no solo hacía como si no le pasara nada, sino que mentía a su hijo, haciendo ostentación de un poder económico que ya no tenía. La incapacidad paterna para asumir lo que ocurría le estaba produciendo un conflicto emocional al niño, que creía que si su padre se estaba alejando de él era por su culpa.
Solo cuando, gracias a la ayuda de Marta, Javier decidió hablar con su hijo y adaptó la información a la edad del pequeño, Diego empezó a mejorar en el colegio. Le contó que últimamente estaba un poco preocupado por cuestiones de trabajo y que eso le dejaba menos tiempo, pero que siempre podría contar con él. Unas sencillas palabras que tranquilizaron al niño. Y es que, mientras la verdad abre las puertas de un futuro posible, la mentira nos encierra en la celda de un pasado irresuelto.
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