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Hace unos días, a mi hermana Emili le dio repentinamente por volver a admirar un cuadro de punto de cruz que cuelga en mi casa y que ella misma había bordado 20 años atrás. "¡Pero qué bueno es!", me dijo, mientras lo miraba con una sonrisa de satisfacción; "y es una verdadera pena que el mundo no conozca mi talento", añadió con mucho humor. "Voy a publicarlo en Instagram para que lo vean mis 15 seguidores". Y, dicho y hecho, lo descolgó y ahí nos afanamos las dos en buscar el mejor ángulo y la luz adecuada para fotografiar su obra de arte.
Después de múltiples pruebas para lograr una instantánea presentable, cortinas abiertas, cortinas cerradas, apoyado en una silla, sobre la alfombra, mi hermana me dijo entre risas que esto es lo que pasa cuando quieres ser influencer a los 50. Y me contó lo que se había reído ella sola, al escuchar a dos jovencitas con las que se cruzó en una calle de Bilbao. "Ya, ya, con 50 años y ella se cree que va a ser influencer...", le decía una a la otra, con ese tono de superioridad que a veces utilizan los jóvenes para con los mayores. La anécdota nos llevó a una reflexión sobre la edad, las nuevas tecnologías y las redes sociales. Y, sobre todo, a la convencida conclusión de que, si queremos, los mayores nos adaptamos a las nuevas maneras de comunicación a la misma velocidad que los jóvenes.
Mi hermana me mostró los nombres y trabajos de varias mujeres de nuestra edad que ella sigue en Instagram, anónimas antes de las redes sociales, y que tienen miles de seguidores con sus fotografías e historias de estilo y decoración. Mujeres que se han convertido realmente en influencers entre grupos de seguidores de 20, 30 o 40.000 personas, a pesar del escepticismo de las jovencitas de nuestra historia. Y que lo han logrado sin ser famosas o tener apellidos conocidos o padrinos importantes. Mujeres que, simplemente, han decidido mostrar sus ideas de estilo y decoración con las nuevas técnicas de comunicación. Hace 20 o 30 años, solo sus amigos habrían admirado su talento; hoy, las redes sociales las llevan mucho más lejos, y hasta el cuadro de punto de cruz de mi hermana, que es realmente bueno, llega un poco más lejos de mi casa.
Otra cosa es que la juventud sea un valor muy importante en publicidad y que su uso desmedido en la venta confunda hasta a los propios jóvenes, como las jovencitas para quienes las mujeres a los 50 están acabadas como influencers en las redes sociales. Pero la influencia depende de las ideas y de la comunicación, y el deseo de comunicación es universal e independiente de la edad. Eso sí, he de confesar que mi hermana y yo acabamos pidiendo ayuda a la novia de mi hijo para lograr una buena fotografía del cuadro de punto de cruz. Llamémoslo colaboración entre generaciones.
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