Algo que sabemos todos los lectores es que las horas y los días se comportan de manera extraña cuando entran en contacto con los libros: a menudo, los libros sirven como pasadizos en el tiempo; como agujeros de gusano en el espacio que nos trasladan a lugares donde nunca existimos; o nos llevan de vuelta al tiempo en el que una vez fuimos felices. Como el cuento chino que habla del pescador que había pasado un año en un reino submarino y al regresar a su tierra comprendió que había transcurrido un siglo, quien lee detiene el tiempo o lo recupera.
Los gatos, que son criaturas que se pasean por el tiempo como si la gravedad no existiera, también están en el secreto. Por eso, a menudo, Lady Macbeth se echa una siesta con la cabecita apoyada sobre un grueso libro como si fuese una almohada. Desde que leí el estudio de la Universidad de Yale, que asegura que quien lee regularmente aumenta hasta en dos años su esperanza de vida, sospecho que en esos momentos mi gata está recargando alguna de sus vidas. Si continúa rodeada de libros, probablemente se convertirá en inmortal.
El caso es que en España, donde el índice de lectura ha subido un poquito si hacemos caso a las últimas estadísticas, deberíamos prestar atención a esos datos: tras haber estudiado a varios grupos de control durante más de 10 años, la conclusión es que por encima del dinero, de sus hábitos o de sus estudios, de ser hombre o mujer, el dato que define una longevidad mayor es el del índice de lectura. Es decir, los libros no solo nos protegen del miedo y de la incertidumbre, y nos proporcionan vocabulario, pensamiento crítico y entretenimiento. Literalmente, nos aportan años de vida.
Los lectores y lectoras tenemos una esperanza de vida superior a los que no abren un libro. En concreto, dos años más de longevidad, según un estudio de la Universidad de Yale (EE.UU.) publicado en la revista Science and Medicine.
Si yo hubiera estado allí, en alguno de los grupos del estudio, debería encontrarme entre los lectores que se entregan a los libros más de tres horas y media a la semana. A veces, incluso, más de tres horas y media al día. A veces, por no despertar a la gatita, cojo otro libro y dejo el que leía a medias, para recuperarlo días después. Las historias que leo crecen en mi cabeza a una velocidad vertiginosa, y me pregunto qué harán con mi cerebro. Sé que, al olvidarme del mundo, dejo atrás la ansiedad, el qué dirán y las preocupaciones que hacen que mi corazón se acelere y mi estómago se encoja. Leer me otorga ese espacio de calma que no me brinda la vida.
Los antiguos lo sabían: un jardín y una biblioteca son los espacios para la felicidad y la calma. No sé si leer me garantizará más días de vida: ojalá sea así. Lo que sé es que los libros me han otorgado ya, como regalo, unas cuantas vidas extras.
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