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Vivir con 13 gatos y otras pasiones

“Era increíble; con sus 13 gatos en perfecta armonía con otros tantos gallos. Decía que la música los hermanaba”.

Ilustración de Maite Niebla. / maite niebla

Pina Graus
Pina Graus

“Quieren deshacerse de ella”, murmura Mariu. “¿Deshacerse de quién?”, pregunto cogiendo la botella del licor de guindas. “¡De la tía abuela!”, contesta pesarosa llenando las copitas. Ella continúa indignada: “Tranquila, deshacerse de ella no, porque murió hace años. De su casa. ¡Si la tía viviera, los corría a todos a gorrazos! Me acuerdo cuando entraban las gallinas y los gallos en el salón. ¡Tenía por lo menos una docena! Los vecinos protestaban y ella les decía que no todos podían alardear de despertarse con semejante coro”.

Asiento: “Sí, tenía muchos, ¿verdad? ¡Y gatos! La recuerdo sentada al piano rodeada de felinos y aves de corral”. “Era increíble; con sus 13 gatos en perfecta armonía con otros tantos gallos. Decía que la música los hermanaba”, contesta. Le paso la mano por el hombro: “Debería haberles dejado la casa a ellos”. “¿Pueden heredar los animales? –sonríe asintiendo–. Le habría gustado convocar a las aves y los gatos en la notaría”. Con acento siciliano prosigue: “¡La familia, la familia! Cuando algo es de varios, no es de nadie. A ninguno le importaba un pimiento y si nadie la cuida, languidece”. Pregunto: “¿La casa?”. Mariu afirma: “Sí, las casas y las personas. Les salen arruguillas como a la tía. Arrugas y goteras, que en realidad son lágrimas furtivas, añoranza, melancolía. ¡No puedo hablar del tema!”.

Para no poder hablar se está explayando bastante, pero me callo y ella reanuda su parlamento. “Es como deshacerte de tus zapatos favoritos porque están gastadas las suelas... ¿Qué haces? Los llevas al zapatero, ¿no? Pero, ¿tirarlos? Sé que es irracional, emotional, ¡emocional! ¡Debería haber sido hija única! –retiro el licor de guindas a una esquina–. Al final, estoy sola ante al peligro, ¡y ya no puedo más!”.

Se levanta, entra en la cocina, reaparece con una alcachofa en la mano a modo de micrófono y canta: “¡Ya no puedo más! Ya no puedo más, siempre la misma historiaaa!”. Luego suspira y se sienta: “Si por lo menos se la quedara algún conocido, pero ni eso”. Le paso la mano por el hombro: “Siento decirlo, pero eres una rebelde sin pasta”. Murmura: “¿Sabes? Quería conservarla porque está llena de recuerdos felices. Brindemos por los que quedamos y por mis perros a los que amo. El resto es pura fantasía”.

La miro: “¿No querías irte a una isla?”. Responde con una mirada tierna y malévola: “Sí, al mar. La familia y otras artimañas. ¿Te parece buen título para una novela?”. “Si es un thriller...”, contesto. Se levanta y aúlla: “¡Todas las familias se pelean y a menudo se persiguen con un hacha!* No saben lo que hacen. Y si lo saben, se llama vender el alma al diablo. Salud”.

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