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El 21 de febrero de 2012, la carismática reportera de guerra norteamericana Marie Colvin retransmitía su crónica desde una barriada bombardeada de Homs, en Siria. Con su aplomo habitual, contó que un bebé acababa de morir por falta de medicinas esa misma mañana y explicaba que los civiles, helados y aterrorizados, eran el nuevo objetivo del ejército de Bashar al Assad. La gente de Homs, decía Marie en televisión, sentía que el mundo les había abandonado.
Su voz nos llegaba a través de un ruido de explosiones tan brutal que era inevitable preocuparte por su seguridad. Es lo que tiene contar la vida desde el infierno. Que te la juegas. Pero eso era exactamente lo que Marie Colvin hacía cada día. Unos años antes, ya había perdido un ojo en Sri Lanka: tras entrevistar a uno de los líderes rebeldes tamiles en la selva, fue alcanzada por unas esquirlas de granada. Y recuerdo perfectamente el pánico en la redacción aquella vez que se quedó atrapada en Chechenia y tuvo que salir a pie cruzando la frontera por las montañas. Ahora estaba en Siria, jugándose la vida. Así que nos reunimos todos alrededor de la televisión para escucharla con admiración, sin saber que aquella sería la última vez.
La mañana siguiente, el 22 de febrero de 2012, hace ahora siete años, fue asesinada junto al fotógrafo francés Rémi Ochlik en un ataque con misiles de las fuerzas sirias. Se dijo que, como recompensa -el régimen había convertido en objetivo prioritario el área desde la que Marie transmitía-, el militar que estuvo a cargo de la "exitosa operación" recibió un Hyundai Genesis negro de lujo.
Hace solo unos meses, Una guerra privada, la película sobre la su vida como reportera de guerra (todavía sin fecha de estreno en España) se exhibió por primera vez en el London Film Festival. Rosamund Pike, la actriz británica conocida por su papel como la bella psicópata Amy Dunne en la película Perdida, interpreta a Colvin.
Su interpretación captura habilmente no solo los rasgos obvios de la periodista -su pelo rizado, su parche en el ojo, sus 100 cigarrillos al día-, sino también algo más profundo. En las horas que pasé con la actriz después del estreno, empecé a entender que no solo se había mimetizado con Colvin en su aspecto exterior, había penetrado en su mente.
"Tienes que desaparecer. Esa es la razón por la que me dedico a la interpretación -dice Pike, mientras toma un café solo cerca de su casa en Islington, al norte de Londres-. Tienes que captar esa sensación de ser alguien más. Como actriz, he simulado ser otra persona muchas veces, pero es la primera vez en la que he interpretado a alguien tan conocido. Estudié cada fotograma de Marie, intenté capturar su lenguaje corporal, hablé con sus amigos durante horas... ¡Hice un Skype con ellos la noche en la que empezábamos a rodar!".
Colvin tenía 56 años cuando murió. Se había hecho reportera con poco más de 20, cuando estudiaba Antropología en la Universidad de Yale (EE.UU.) y empezó a escribir en un diario local. Fue entonces cuando decidió ser corresponsal. Consiguió trabajo con la agencia United Press Internacional y fue enviada como jefa a la oficina de París, en 1984. Dos años más tarde comenzó a trabajar para The Sunday Times.
Marie dijo una vez que el riesgo es adictivo; que cuando estás en una zona de guerra, con tanta muerte a tu alrededor, todo se vuelve hiperreal y te sientes muy viva; y que cuando vuelves a casa nada puede compararse con la adrenalina ni con esa sensación de estar haciendo algo verdaderamente importante.
Para intentar entender el mundo de la periodista, Pike dedicó horas a hablar con sus amigos, editores, colegas, e incluso con un antiguo amor. También se reunió con otros corresponsales de guerra, a menudo en el Fronteline Club, uno de sus bares favoritos. "Empecé a entender la intensidad de un trabajo en el que las exigencias son tan altas que, cuando vuelves a casa, todo parece... mediocre. Recuerdo haber hablado con un joven corresponsal de guerra que no podía evitar referirse a sus amigos como "normalitos". Por mucho que se esforzara en interesarse por sus conversaciones, era imposible que no le resultaran triviales".
La piel blanquísima de Pike (y sus rasgos perfectos) están enmarcados por el torrente de luz que entra por la ventana. Es reservada, cauta y exquisita con el lenguaje. Como muchas actrices de primer nivel, también es menuda. Resulta difícil imaginar que una mujer tan refinada pueda transformarse en Marie Colvin, un torbellino que llenaba cualquier habitación con una energía loca y una risa que podía ser estridente.
rosamund pike
Pike ha llegado a la entrevista directamente desde el gimnasio, en una bicicleta dorada, con una cazadora bomber a juego, botas amarillas de Dr. Martens y una mochila de los Minions a la espalda (de camino ha dejado a sus hijos, Solo, de seis años y Atom, de tres, en el colegio). Nada parece encajar con sus maneras serias y su cara de cuidadosa concentración.
"He pasado mucho tiempo con Paul Conroy, el fotógrafo (y antiguo soldado) que estaba con Marie en Homs cuando murió y que era su gran amigo. Un hombre que, cuando mira a un mapa, puedes ver un destello en sus ojos... porque está pensando: "¿Cuándo podré volver allí otra vez?". Supongo que, cuando has estado en la guerra, la vida se reduce a una especie de simplicidad infernal. En el frente no existen todos los detritus de la vida convencional. Estás en tu forma más humana, más viva. Hay una especie de pureza en ello. Sí, creo que Marie fue a una adicta a todo aquello. Y los adictos pueden ser muy interesantes. Hay muchas cosas que pueden llevarte a ese tipo de compulsión, pero sea lo que sea que intentes mantener a raya, siempre pasará por tu adicción".
Pike sabe de lo que habla. Su pareja y padre de sus dos hijos, Robie Uniacke, es un exheroinómano y, según dice, "el hombre más interesante" que ha conocido en su vida.
"Además, Marie era realmente buena en lo que hacía. Cuando ves cualquiera de sus reportajes, notas que tenía una manera casi sobrecogedora de observar a los seres humanos", reflexiona. En efecto, a pesar de haber ejercido como reportera de guerra durante décadas, Marie nunca perdió su empatía. Pero, por encima de todo, tenía una habilidad impresionante para gustar a las personas y lograr que se abrieran ante ella. Era como un superpoder que que acababa sacándola de innumerables situaciones complicadas.
En Una guerra privada, hay una escena en un Irak sin ley, donde alquila una excavadora para tratar de desenterrar una remota tumba masiva de víctimas del régimen de Sadam Hussein. En la película, atraviesa un paso fronterizo haciéndose pasar por enfermera, enseñando a un soldado su carnet del gimnasio como si fuera una identificación médica. En realidad, atravesó un montón de pasos fronterizos aduciendo que era parte de una comitiva de ayuda médica... aunque llevara tras de sí unas excavadoras. Aquellos eran trucos típicos de una reportera curtida.
En Afganistán consiguió acceso a una zona prohibida convenciendo a los soldados de que le permitieran pasar a cambio de dejarles llamar a sus familias con el teléfono por satélite que llevaba encima. Sabía qué botones pulsar para conseguir lo que quería y era especialmente buena en llegar a hombres poderosos, como el dictador libio Muamar el Gadafi o el líder palestino Yasir Arafat, a quienes convenció para que hablaran con ella a pesar de su habitual mutismo. En más de una ocasión, contó que había hecho alguna llamada haciéndose pasar por la modelo Marie Helvin, a sabiendas de que una vez en contacto los hombres estarían demasiado avergonzados para colgarle al darse cuenta de su error. Ser mujer le venía bien. De hecho, desde los días de la legendaria corresponsal Martha Gellhorn (una de las de las heroínas de Marie y reportera durante la II Guerra Mundial), muchos de las grandes crónicas de guerra han sido firmados por mujeres. "Podía haber algo tremendamente glamouroso en Marie Colvin -asegura Rosamund Pike-. Una vez me la describieron como una especie de Katharine Hepburn. Y era cierto: tenía el poder, la voz y el ingenio".
Colvin solía llevar ropa interior de La Perla bajo su guerrera. Cuando no estaba de servicio, le gustaban los vestidos de cóctel y los tacones. "En Oriente Medio, disfrutaba de una especie de libertad por pertenecer casi a un tercer sexo -afirma la actriz, que visitó una zona de minas en la frontera de Líbano e Israel para tratar de entender el mundo de la periodista-. No era lo que ellos consideraban una mujer, pero tampoco era un hombre. Además fumaba. Los cigarrillos eran clave en su vida social. Si no hubiera fumado, no habría sido capaz de hacerse colega de los guardaespaldas de Yasir Arafat. De hecho, estaba dando una vuelta con ellos cuando, a las cuatro de la mañana, le concedieron de repente una audiencia con él".
En el campo, Colvin era la más valiente entre las valientes, famosa por tener más coraje que ningún otro hombre. En Timor Oriental, en 1999, cuando casi todas las fuerzas de la ONU se habían retirado dejando a los civiles desprotegidos contra los indonesios, fue de las pocas que se quedó en la zona. Incluso cuando sus compañeros la abandonaron en masa. Cuando su editor le dijo: "Pero todos los hombres se han ido", Colvin contestó: "Supongo que no hicieron lo que los hombres supuestamente tienen que hacer". Y hay consenso en que su presencia, junto a otras dos valientes periodistas, contando al mundo lo que estaba pasando, evitó en ese momento una masacre de 1.500 mujeres y niños.
Pero a pesar de todas sus bravatas, sus décadas como testigo de hechos tan traumáticos le pasaron factura. Físicamente, después de perder su ojo, Marie tuvo que aprender de nuevo a estar en el mundo. "En cuanto me ponía el parche -dice Pike-, su aspecto físico cobraba sentido. Su forma de caminar, el cuidado especial que tenía para ir adonde quería, el hecho de que al volver la cabeza para mirar siempre tuviera que estirarse un poquito más [Pike vuelve su cabeza para demostrarlo]. Pero eso también le daba mucha intensidad. Como si su ojo sano tuviera rayos láser."
De hecho, tras perder el ojo, Colvin jugó con la idea de abandonarlo todo, de calmarse, de navegar. Había crecido en Oyster Bay, Long Island (en el Estado de Nueva York), y vivido en Londres en el distrito de Hammersmith, cerca del Támesis, que recorría con su barco. Pero nada podía compararse para ella al campo de batalla. Pike mueve la cabeza. "No creo que nunca se hubiera planteado seriamente dejarlo".
Para los que la conocimos, estaba claro que Marie pensaba que no llegaría a vieja. Una vez le hice notar lo mucho que fumaba y me contestó que no serían los cigarrillos lo que terminaría acabando con ella.
Una guerra privada también revela el terrible coste personal que tuvo para ella lo que había visto y vivido en la guerra. Sus diarios privados, citados en la nueva y brillante biografía escrita por Lindsey Hilsum, In extremis (inédita en España), revela que sufría de estrés postraumático. Cuando trataba de dormir, el horror volvía a su mente. Un incidente especialmente terrible en Bagdad la atormentaba. Había ido a un refugio antiaéreo donde mujeres y niños se habían escondido, solo para ser destrozados por un proyectil en cuanto ella salió de allí, poco después.
"La guerra es mucho más violenta que cualquier otra cosa que se le pueda ofrecer al público para consumir -dice Rosamunde Pike-. Las imágenes que el amigo de Colvin, el fotógrafo Paul Conroy, me enseñó sobre lo que les pasaba a los niños en la guerra, las veré ahora y para siempre. Esos pequeños miembros partidos en pedazos por ardientes trozos de metal... Una vez que has visto algo así, no puedes dejar de verlo. En las películas y en la prensa, las víctimas habitualmente aparecen con heridas en el pecho o se quedan intactas, pero en la realidad no es así. Es tan brutal...". Se para de pronto sin encontrar las palabras. "Por supuesto, lo que Marie vio fue mucho peor [que las fotos]. ¿Qué pasa con el consumo de todo ese sufrimiento, adónde va?".
Muchos corresponsales beben para borrar todo ese dolor. Marie lo hacía, especialmente en los últimos años. También buscan consuelo en las relaciones esporádicas: la petite mort -el sexo- es un gran camino para sentirse vivo. Una guerra privada muestra también eso. Una gran amiga de Marie me dijo. "A menudo quería simplemente despertar en los brazos de alguien porque era algo reconfortante para ella".
El último amante de Colvin es interpretado por Stanley Tucci en la película. "Es tan sexy y tan inteligente -dice la actriz británica-. Lo que hubo entre ese personaje y Marie Colvin fue un flirteo real y adulto. Él era el tipo de hombre que Marie necesitaba en este momento".
También había una buena dosis de " culpa de la superviviente" en el trauma de la reportera. "Creo que estaba muy desconectada -asegura la actriz-. Debe de ser tan duro... Todos hemos sentido alguna vez esa sensación de estar flotando sobre nuestra propia existencia. Como estar en una fiesta y pensar: "Esta es mi vida real, pero ¿qué hago con todas las cosas que he visto? ¿Cómo se viven ambas vidas? ¿Como puedo estar al lado de las víctimas sabiendo que puedo volver a Londres en cualquier momento?".
Cuando volvía a casa de una misión, Marie se iba a la peluquería, se hacía la manicura y un tratamiento facial. Cuidarse de esa manera la ayudaba a recuperarse un poco. Tenía muchos amigos. La presentadora de televisisón Jane Wellesley, Helen Filding -creadora de Briget Jones- o Alexandra Shulman -editora de Vogue durante 25 años-, eran solo algunas de sus intimas amigas. No haber tenido hijos era una de sus grandes tristezas, a pesar de haberlo intentalo con su primer marido, el historiador Patrick Bishop; y con el segundo, el periodista Juan Carlos Gumucio, corresponsal de El País al que conoció en Jerusalem y que años más tarde acabaría suicidándose.
Rosamund pike
"No creo que la frase "dar testimonio" sirva para explicar la magnitud del compromiso y la pasión que suponía para ella hacer ese trabajo -explica Pike-. En realidad, ella se llevaba todas esas historias dentro. Y ese era el precio. La insondable injusticia, y culpa, que sentía por compartir el dolor de las víctimas, de ver y vivir cosas horribles, pero tener siempre la prerrogativa de escapar y volver a casa... Y es que puedas decirle a esa gente que llevas tu propia carga, pero la llevas".
Cuando dice estas cosas, Pike parece hablar de cómo en su vida de actriz también tiene problemas entrando y saliendo de los personajes. De cómo, tras cada inmersión en un personaje, tiene que escaparse con su marido y sus hijos para encontrarse a sí misma de nuevo. Y de que, en esta ocasión, el proceso ha sido mucho más duro. "Nunca he trabajado tan intensamente intentando entender otro mundo. Hay momentos muy privados de Marie en la película. Dejábamos las cámaras rodando durante 20 minutos y explorábamos sus pesadillas. Y yo entré en su mente hasta que mi corazón empezó a correr. Y cuando tu mente se está fracturando de esa manera, todo es como un caleidoscopio de tu padre, tu amante, el hijo que nunca tuviste, el miedo, las cosas que no puedes dejar de ver... Ahora llevo una versión de Marie dentro de mí". Pike se detiene. Entonces me doy cuenta de que está llorando. No son las lágrimas de una actriz, sino sollozos reales. Durante un momento, nos quedamos en silencio. "Es extraño -dice finalmente-. No siento que otros personajes como el de Perdida estén dentro de mí, pero Marie sí. Odio decir esto, porque no la conocía. Pero creo que al final, en Homs, ella sabía que ese sería su último reportaje. Es lo que más me impresiona. Siento que cuando Colvin y el fotógrafo Paul Conroy volvieron a Homs, sabían que era el final. Era tal la intensidad del bombardeo que no podían ignorar el riesgo. Pero cuando le pregunté a Conroy si se arrepentía de haber ido me dijo que no, que tenían que intentarlo, porque Marie creía que esa historia marcaría la diferencia".