actualidad
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Se llama Robert Habeck y me tiene obsesionada. No es amor (aunque su foto inspira unos cuantos pecados), sino admiración. Habeck, Robert para mí, es alemán. Y, además, sabe hacer autocrítica: el tipo se ha bajado de Twitter. No porque le insulten y le griten (que le insultan y le gritan), no por los demás. Se ha bajado por él. Porque dice que ya no sabe lo que piensa, que está tan mediatizado por la agresividad de las redes que “ Twitter me hace más agresivo, más estridente, polémico y afilado. Y todo a una velocidad que dificulta que haya reflexión”. Pero también reconoce otra cosa: que cuando superas unos cuantos miles de seguidores, hablas subido a tu vanidad, para buscar el aplauso y alimentar tu ego y no para construir.
“¡No puedo opinar de todo! ¡A veces no sé lo que pienso!”, le confesaba el otro día a un lector que me regañaba con un “te echo de menos en Twitter, antes eras más activa”. “Activa” como sinónimo de “agresiva”, creo. “A tus seguidores les gustas broncas”, me dice Pablo. “ Para ser luz, tienes que arder”, le contesto yo citando a Lord Byron sin que venga a cuento. “Piensa que ya he ardido y que soy luz”. A Pablo no le gusta la poesía, pero me la tolera.
Y yo le tolero su falta de verso porque vino conmigo a la manifestación, concienciado y comprometido con la igualdad, antes de ir a una cena con sus amigos del colegio. El susto fue que esos amigos, a los que recordábamos con cariño, se habían convertido en ceros y unos. Puro binarismo. Cualquier tema servía para dividirlos en orillas opuestas: pensiones privadas o públicas, vino tinto o blanco, maratón o pilates, ginebra o vodka… Todo en voz muy alta.
Les pregunté si estaban enganchados a alguna droga que explicara su estado mental tan excitable. “No, qué dices. ¡Las drogas son lo peor!”, dijo uno. “Legales es lo que deberían ser. ¿O es que tú no tomas aspirinas?”, gritó otro. Poco a poco, Pablo y yo nos fuimos encogiendo. Aquello eran una batalla entre la moral absoluta y el absolutismo moral. No había matices, no había grises, no había risas.
En un ataque de integridad suicida, les pregunté si no pensaban que la polarización de los partidos políticos no era más que un síntoma de nuestros “yoes” binarios, de esa necesidad de tener una opinión contundente, a favor o en contra, antes siquiera de haber escuchado y entendido la pregunta. Entonces todos coincidieron: “¡¡¡Nooo!!!”. Coincidieron también en otra cosa: no están seguros de seguir siendo mis amigos.
De momento, en casa hemos instaurado el modo avión: hemos dado el número del teléfono fijo a nuestros padres y hermanos y a algún amigo analógico. A partir de ahí, la noche es nuestra y la paz también.
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