El corazón tiene razones que la razón no comprende. Cuando el deseo amoroso hacia otro nos invade, no hay argumentos, no hay reflexión, la cabeza solo registra el impulso. A veces, incluso nos dejamos llevar hacia el otro sabiendo que somos tan distintos que pueden producirse problemas; otras, lo hacemos convencidas de que la vida será mejor si la podemos compartir con esa persona.
Podemos sufrir influencias externas: las ideas y opiniones de padres, hermanos y amigos, a los que les gusta más o menos la pareja que hemos elegido, suelen afectarnos. Ahora bien, las influencias más importantes que recibimos son las que provienen de nuestro interior. Son nuestros deseos y pulsiones hacia las primeras personas las que amamos en la infancia –es decir, la madre y el padre–, lo que acaba determinando nuestro camino amoroso en la vida.
Los encuentros que se producen en la edad adulta son en parte reencuentros que nos unen a nuestros primeros objetos de amor. Las huellas psíquicas que aquellas primeras relaciones afectivas provocaron quedar enterradas en nuestro inconsciente y constituyen la base sobre la que se va a elegir en el futuro a la pareja. La evocación de experiencias de placer, o el deseo de evitar aquello que nos causó pesar, promueve que nos guste una persona y no otra.
La identidad sexual y el deseo hacia otra persona dependen del mapa subjetivo que se ha ido conformando durante los primeros años de nuestra vida. Ese mapa, que en gran medida permanece inconsciente, se amalgama a su vez con el de la persona elegida y responde más a ese ensamblaje de dos mundos emocionales que a pensamientos racionales.
Las imágenes que tenemos interiorizadas de nuestros padres influyen más en nuestra elección cuando hay aspectos importantes de su vida que hemos falseado.
El amor se construye cuando aceptamos al otro como es y no como deseamos que sea. Si hemos elaborado de forma adecuada la relación con nuestros padres, tendremos más posibilidades de ver a la pareja como es.
Aunque acaba de tener una discusión muy fuerte con su padre, Alicia se siente satisfecha. Es la primera vez que se ha enfrentado a él y está convencida de que ha conseguido que ya no le importen tanto sus opiniones. El motivo de la pelea ha sido su novio. Su padre dice que Enrique es “poco hombre” para su hija. Pero a ella le da igual: está enamorada y es feliz.
Alicia tiene 34 años, es arquitecta y trabaja en un estudio donde está muy bien considerada. Centrada en su trabajo, ha tenido pocas relaciones y han sido todas cortas. Ahora, de repente, se ha enamorado, pero a la gente que la conoce desde hace tiempo su nueva pareja les parece una elección extraña. El escogido es Enrique, un administrativo, enfermizo y tímido que su padre rechaza. “¿Cómo es posible que te guste alguien tan insignificante?”, le ha preguntado. A lo que Alicia ha respondido: “Eso es lo que te parece para ti, que solo te fijas en las apariencias. Para mí, Enrique es un hombre cabal, sensible, sabe escucharme y me quiere”.
Reflexionar y preguntarnos en qué medida la pareja que hemos construido se parece o se aleja de la de nuestros padres.
Cuando los padres intervienen con sus valoraciones en la elección de pareja de los hijos, muestran que no los tratan como a adultos. Es un error.
Si la pareja nos defrauda, habría que preguntarse si no esperábamos más de lo que podía dar.
Alicia pasó su infancia entre un padre severo y una madre sometida. Además, tiene tres hermanos mayores que, al estilo de su padre, siempre intentaron dirigirla. En consecuencia, estaba buscando un hombre al que proteger para colocarse en una posición de dominio. Inconscientemente, huía de los hombres fuertes, porque le evocaban el tipo de relación que había tenido con su padre y hermanos. Quería enlazarse a alguien que no intentara dominarla, que la escuchara y con quien pudiera sentirse fuerte.
Con la elección de pareja se tiende a emular la relación que mantuvieron nuestros padres entre ellos, tanto si fue buena como si estuvo llena de conflictos. También se repite lo que rechazamos.
Si la evolución emocional sufre inhibiciones, el proceso de emancipación respecto a la figura materna y paterna no se producirá. Entonces se puede buscar lo opuesto para resolver una carencia que se quiere tapar. Por tanto, la elección amorosa está determinada sobre todo por la actitud inconsciente hacia nuestros padres. Por esta razón,el margen de libertad va a depender en gran parte de nuestra emancipación y del grado de maduración psicológica.
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