Imaginemos una gran escala en la que se distribuyen las necesidades humanas. En un extremo estarán las personas sencillas, que se las arreglan con el afecto de los suyos, atención médica estándar, algo de vida social, un par de camisetas básicas y unos vaqueros. En el otro extremo están las personas de alto mantenimiento ( PAM): hombres y mujeres que dedican gran cantidad de tiempo y dinero a tratar de convertirse en una versión ultramejorada de sí mismos. La expresión deriva de la inglesa high maintenance, que se aplica a personas difíciles de contentar y que demandan validación (o likes) constantes. Para justificar estas exigencias cuentan con un aspecto físico bien construido y una personalidad pulida a base de tratamientos, terapias, coaches y libros de autoayuda. A una persona de alto mantenimiento le cuesta mucho ser quien es. Pero no le importa, porque no entiende otra forma de estar en el mundo; o sí le importa –de hecho, le angustia y le lleva a gastar más dinero del que puede–, pero no entiende (de nuevo) otra forma de estar en el mundo.
Esta estirpe vive entre el divismo y la ultraperfección. Algunos son famosos y leemos a menudo sobre sus extravagancias. Gwyneth Paltrow, con su interminable abanico de restricciones alimentarias y terapias alternativas; Jennifer López, que viaja con su diseñador de cejas; Madonna, con su séquito de 200 personas; Justin Bieber, que solicita varios coches; o Justin Timberlake, que pide la desinfección constante de todos los picaportes que le rodean. O Kanye West, que no actuó en el último festival de Coachella porque la organización se negó a construir una cúpula para él y Beyoncé, la PAM suprema, famosa por sus cotas de exigencia propia y ajena.
Todas ellas son personas muy rigurosas con cualquier aspecto de su vida, desde el agua mineral que beben hasta las extraescolares de sus hijos. Porque si llevan a sus críos a clases de teatro de sombras mientras ellos van a yoga aéreo, hay una razón. También son los primeros en probar los nuevos tratamientos de belleza y salud. Y cuando tú te enteras de lo que es una hidroterapia de colón, sus intestinos llevan más túneles de lavado que un coche de alquiler. Los PAM son los primeros en probar y abandonar cualquier tendencia.
Madonna, reina de los excéntricos. Se desplaza con un séquito de hasta 200 personas que cubren todas sus (variadas) necesidades. /
A todos les gusta ser el centro de atención (hay que amortizar lo invertido en esa obra de ingeniería que son ellos mismos) y están enganchados a la perfección, como nos explica Irene Hernández, psicóloga forense especializada en adicciones: “En estas personas hay una demanda de validación por parte de los demás que se convierte en necesidad. Son más excéntricos en sus demandas, en la medida en que eso les reporta likes en redes sociales y un aura de seres únicos. Que esto se convierta en el centro de su vida tiene nombre: trastorno narcisista de la personalidad o trastorno histriónico de la personalidad. Ambos se combinan a veces. Se basan en la necesidad de acaparar el interés, en la tendencia a la dramatización y en la búsqueda de aprobación constante. Pueden moldear su personalidad en función de los demás: si algo no gusta, lo dejan de hacer”.
El punto cero del concepto high maintenance en la cultura pop está en una escena de Cuando Harry encontró a Sally: Harry (Billy Crystal) explica a Sally (Meg Ryan) que solo hay dos tipos de mujeres de mujeres: de alto y de bajo mantenimiento. “¿Y cuál soy yo?”, pregunta Sally. “El peor de los tipos: de alto mantenimiento, pero crees que eres de las otras”.
Y es que no es necesario ser millonaria para ser una PAM, aunque a mayor poder adquisitivo, más exacerbadas serán las necesidades creadas. Todos estamos en algún punto de esta escala, dependiendo del tiempo y dinero que dedicamos a formar la versión de nosotros mismos que atisbamos en el horizonte de nuestros deseos (y nuestros selfies con filtro belleza). Pero si algo es común a todas las PAM, ya sean Katy Perry o tú misma, es que nunca reconocerán que lo son.
La cantante Jennifer López entra en la categoría de persona de alto mantenimiento: nunca se desplaza sin un séquito que puede ser de hasta 50 personas, desde guardaespaldas y asistentes hasta su coach de cejas. /
Una PAM ha cambiado tanto su color de pelo, ha moldeado tanto su cuerpo a base de Pilates y bikram yoga y se ha infiltrado tantas vitaminas en la cara que no tiene ni la más remota idea de cómo sería sin todo eso. Jamás ha pedido un café cortado; lo suyo es un iced café latte con leche de avena, y quítele algunos cubitos de hielo, que luego me duele la garganta. Los PAM hablan muy a menudo de sus gargantas, sus cervicales y sus colchones. (En el colchón de la PAM siempre hay un guisante).
Pero, por supuesto, no estamos hablando solo de mujeres. Ellos también pueden ser PAM. De hecho, según un estudio publicado en la revista norteamericana Vulture, el 20% de las mujeres encuestadas definieron a sus parejas como “de alto mantenimiento”. En sus comportamientos incluían: tendencia a atacar cada vez que no obtenían lo que querían; necesidad de “te quieros” varias veces al día; impuntualidad y horas de acicalamiento en el baño.
Los compañeros de trabajo también pueden ser de alto mantenimiento; son esos que siempre se quejan, nunca ofrecen soluciones e invierten mucho tiempo y energía creando dramas de oficina. Como los ácaros, los PAM están por todas partes.
Beyoncé, primera dama de las PAM, con Jay-Z y su hija Blue Ivy. /
Y quienes mejor les conocen –es decir, todos esos profesionales que les atienden– están deseando hablar de ellos. Samuel pide cambiar algunos detalles de su historia para que no sea fácil reconocerle. Pongamos que trabaja en Madrid y que es la mujer de su jefe quien le atormenta. “Cuando está en la ciudad, hay que prepararse para cualquier cosa: reservas en restaurantes imposibles, servicios de lavandería especiales, masajistas o médicos a horas intempestivas, taxis a toda prisa para llevarle sus analgésicos o su agua de kéfir… Ella pasa de los 60 años y tiene un punto hipocondríaco”. Y Samuel ha llegado a un estado de observación antropológica del fenómeno: “Tiene unas prioridades disparatadas. He llegado a pasar una tarde entera buscando un perfume que ya no se fabrica, como si se tratara de un transplante de corazón. Además, si estás a menos de dos metros, asume que eres su asistente, así que generalmente hay un vacío a su alrededor”.
Y he aquí la tragedia de las PAM: la soledad. “Se da la paradoja de que son personas que construyen su autoestima sobre la opinión de los demás, pero a la vez son poco empáticas y egoístas”. Ser una persona de alto mantenimiento supone un esfuerzo agotador. Irene Hernández habla de “sobreactivación” psicológica: un motor a millones de revoluciones, produciendo motivos para ser el centro de atención. “El histrionismo llega cuando estas extravagancias nos separan de los demás hasta deshumanizarnos”, asegura Hernández. Y salir no es fácil. “ Estos trastornos son dificilísimos de tratar. Los pacientes se resisten y no se reconocen”, explica la psicóloga. En apariencia, les interesa todo lo que huela a mejora física o mental, “pero tratan las terapias como una moda y no les gusta que les digan lo que no quieren oír”.
Es difícil saber si la burbuja terapéutica de los coach nació por la demanda PAM o viceversa. Porque una persona de alto mantenimiento no solo se inyectará bótox: también acudirá a un coach para mejorar sus habilidades comunicativas y tendrá un gurú del orden y un asesor estético para que “su imagen externa sea el resultado natural de su crecimiento personal”.
Gwyneth Paltrow se ha hecho célebre por sus excéntricas reglas dietéticas y de salud. /
El verdadero rostro de las PAM, tan seductoras, controladas y a la última, es tenebroso. Los profesionales que les rodean no son sus amigos, sus relaciones auténticas son pocas y las necesidades que se crean acaban esclavizándoles: el artificio y los caprichos tienen un alto precio. La noticia, mala para los PAM y buena para el común de los mortales, es que no hay batido detox que pueda limpiar la esencia de un ser humano, que todo su extenuante afán de mejora solo afecta al cascarón y que al final, para que todos lo entendamos, lo importante está en el interior.
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