A Leanne Caret su superior directo solía decirle que sonreía en exceso y que nunca llegaría a ocupar un puesto ejecutivo. Por eso, cuando otro de sus jefes la citó en su despacho junto al director de recursos humanos de la compañía y le pidió que cerrara la puerta, se temió lo peor. “¡Oh Dios mío, vais a despedirme!”. Pero mi jefe me dijo: ¿Qué? ¡No! Quiero que te ocupes de hacer este trabajo”. Desde 2016, Caret es la presidenta de la división de Defensa, Espacio y Seguridad de Boeing después de tres décadas trabajando en la compañía aeroespacial. Desde entonces, ha conseguido, por ejemplo, cerrar un contrato multimillonario para construir drones de última generación que se ocuparán de reabastecer de combustible a los cazas de combate estadounidenses.
Pero el suyo no es, ni mucho menos, un caso aislado. Cuando el pasado 1 de enero, la Northrop Grumman Corporation, cuarta empresa del sector, nombró consejera delegada a Kathy Warden, se confirmaba un fenómeno que está revolucionando la industria: cuatro de las cinco mayores contratistas militares del Gobierno americano tienen a una mujer al frente. Además de Warden y Caret, Marillyn Hewson, toda una leyenda en el mundillo, dirige Lockheed Martin desde 2013, el mismo año en el que Phebe Novakovic se convirtió en la consejera delegada de General Dynamics.
Presidenta y consejera delegada de Locheed Martin, la mayor empresa del sector armamentístico americano. Ha conseguido triplicar el valor bursátil de la compañía desde que llegó al cargo, en 2013.
El fenómeno adquiere una dimensión aún mayor si atendemos a la deprimente estadística: solo el 5% de las 500 empresas más grandes de Estados Unidos están dirigidas por una mujer. Sin embargo, en el sector de la defensa alcanza el 24%. Y en el top cinco, los números son, sencillamente, abrumadores: Tom Kennedy, CEO de Raytheon, ya es conocido como “el último hombre en pie” en una industria estratégica para el devenir de la seguridad internacional. Pero también de los conflictos bélicos del futuro.
En apenas cinco años, el sector se ha dado la vuelta como un calcetín. Hasta hace poco, la mayoría de ellas estaban acostumbradas a ser la única mujer en la mesa, casi una cuota. Y sin embargo, ahora dirigen los designos de cuatro empresas que, solo el año pasado reportaron unos beneficios conjuntos de 110.000 millones de dólares. Lo hacen, además, en un momento de gran intensidad geopolítica, en el que el Congreso norteamericano ha aumentado el presupuesto para armas del Pentágono; mientras el presidente, Donald Trump, habla de misiles, cazas de combate, armas nucleares y de una nueva “fuerza espacial” en sus mensajes de Twitter, su medio de comunicación favorito.
Desde 2013, esta exagente de la CIA es la consejera delegada de General Dynamics, un conglomerado de empresas del sector aeroespacial y militar. Su salario ronda los 20 millones de dólares.
Quizá por eso, en la lista de las mujeres más poderosas del mundo elaborada cada año por la revista Fortune, estas cuatro mujeres ocupan posiciones del número 1 (Hewson) al 23 (Caret).
Kathy Warden, en el número 22, fue ascendiendo poco a poco en la jerarquía de su empresa, donde antes de ocupar su actual puesto había dirigido hasta cinco divisiones diferentes. Experta en ciberseguridad y tecnología de la información, uno de sus primeros trabajos ha sido pilotar la integración de Orbital ATK, una empresa dedicada a la construcción de satélites y armas de precisión, en la corporación que dirige. Ahora, su mayor reto es liderar el desarrollo de una nueva generación de bombarderos encargados a la compañía por el Gobierno norteamericano.
Directora ejecutiva de la división de Defensa, Espacio y Seguridad de Boeing. Caret ocupa el puesto número 23 en la lista de las mujeres más poderosas de la revista Fortune.
El de Phebe Novakovic es un caso especial. Antes de convertirse en la consejera delegada de General Dynamics, un conglomerado de empresas del sector aeroespacial y militar, Novakovic trabajaba para el departamento de Defensa de Estados Unidos. Y antes de eso, fue agente de la CIA. De ahí su famosa alergia a la prensa. Pero de esa etapa de su carrera apenas se sabe nada, aunque según la prensa norteamericana es razonable asumir que fue espía. Desde que llegó al cargo, ha firmado un puñado de contratos con el Gobierno de Estados Unidos para construir, entre otra cosas, una flota de modernos submarinos nucleares valorada en 5.000 millones de dólares. El salario de Phebe ronda los 20.
Pero, sin duda, el gran referente de todas ellas, la mujer que se ha encargado de pavimentar el camino, es Marillyn Hewson, presidenta y consejera delegada de Locheed Martin, la mayor empresa del sector. Cuando Hewson asumió el cargo en 2013, llevaba 30 años en la compañía y había ocupado hasta 18 puestos de responsabilidad diferentes. Por eso, cuando le ofrecieron la presidencia (después de que otro candidato cayera en desgracia por haber mantenido una relación personal con una subordinada) no dudo ni un instante. “Estoy lista”, contestó sin titubear. Siempre ha contado que su infancia marcó profundamente su carácter: su padre murió cuando ella tenía 10 años dejando a su madre sola al cargo de cinco hijos y obligando a la joven Marillyn a asumir grandes responsabilidades. “Nos hizo más fuertes, más inteligentes y más autosuficientes”, ha explicado.
Consejera delegada de Northrop Grumman, otro contratista habitual del Pentágono americano. El gran proyecto de la compañía es desarrollar el bombardero de última generación Grumman B-21.
Después de tres décadas en la industria, conoce perfectamente el terreno que pisa. Bajo su dirección, Locheed Martin tiene varios proyectos entre manos, como el desarrollo de aviones y armas supersónicas, y su decisiva contribución en el desarrollo de una nueva fuerza espacial anunciada hace unos meses por la administración Trump. Su salario, claro, está acorde con sus responsabilidades: gana 22 millones de dólares al año.
Pero también es consciente de que su papel de pionera supone una gran responsabilidad. “Somos un ejemplo a seguir. Y eso es algo que nos tenemos que tomar muy en serio porque inspira y motiva a otras mujeres”, le contó recientemente a la revista Fortune. Por eso, contratar a más mujeres es una prioridad de la compañía que dirige.
Pero, ¿cómo se ha gestado un cambio tan radical en un sector, en apariencia, tan masculinizado? La prensa ha intentado explicar el fenómeno con varias teorías. Por un lado, está la meritocracia de la que tan orgullosamente ha presumido siempre el mercado laboral norteamericano. Todas llevan muchos años en el sector y algunas, como Hewson o Caret, han desarrollado toda su carrera en la misma empresa que ahora dirigen. En resumen: su trabajo y su buen hacer, sencillamente, se han visto recompensados. Pero esa no es la única razón. Su ascenso también es el reflejo del creciente número de mujeres que estudian carreras relacionadas con las ciencias, la tecnología, la ingeniería o las matemáticas. Hewson, por ejemplo, entró a trabajar en Locheed Martin en 1983 como ingeniera industrial antes de ascender a puestos ejecutivos.
En 2017, las empresas del sector de la defensa facturaron más de 5.700 millones de euros en España. Su exponente más importante es el astillero de titularidad pública Navantia, que construye submarinos, fragatas, buques y destructores de guerra, y que también está dirigido por una mujer.
El pasado julio, Susana Sarriá se convirtió en la primera presidenta de la compañía en toda su historia. Ingeniera de montes, procede de la Junta de Andalucía, donde fue subdirectora de Industria, Ingeniería y Minas. Pero el suyo es un caso aislado en nuestro país, donde las empresas del sector privado están mayoritariamente dirigidas por hombres, salvo contadas excepciones como ARPA, firma dedicada al equipamiento móvil de campaña, dirigida por Clara Arpa, hija del fundador.
Además, las empresas quieren parecerse a sus clientes. Y en las fuerzas armadas norteamericanas cada vez hay más mujeres en los puestos de mando, como las generales Robin Fontes o Laura Richardson. De hecho, desde 2017, otra mujer, Heather Wilson, dirige la Fuerza Aérea de Estados Unidos.
Aunque quizá la pregunta más pertinente de todas sea otra: ¿cómo influye el liderazgo femenino en un sector tan sensible, y a menudo controvertido, como este? Según la revista Politico, que entrevistó a decenas de mujeres de la industria, los cambios se reflejan en su capacidad para cuestionar las reglas sobre cómo desarrollar armas de manera más precisa –disminuyendo los daños colaterales al máximo– y en su habilidad para negociar mejores acuerdos y reclutar a los ingenieros más brillantes. Sin embargo, en el sector armamentístico, como en casi todos, lo que al final cuenta son los resultados. Y en eso, todas están cumpliendo escrupulosamente con su trabajo. Desde que en 2013 Marillyn Hewson llegara a la presidencia de Lockheed Martin, el valor bursátil de la compañía líder del sector se ha triplicado.
Para la revista Fortune, ella ha sido la mujer más poderosa del mundo en 2018. Su ejemplo está cambiando una industria que, hasta hace poco, era sinónimo de consejos de administración llenos de hombres. Muy trajeados y muy serios.
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