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"¿Está así por falta de agua? ¿O será el cambio climático?", digo contemplando un cactus de aspecto comatoso. "No frivolices con el cambio climático. Es el peor enemigo al que se enfrenta la humanidad", responde Mauri. Luego sonríe y murmura: "El cactus no respira." Lo lanza al compost y continúa con su discurso: "Llevaría a todos los irresponsables que niegan el cambio climático a Alaska, a una de esas islas que desaparecen bajo el mar, y les dejaría allí con un traje de neopreno". "Mejor llevarles de pícnic a Groenlandia, a ver osos polares", sugiero yo. "Sí, mejor. Osos desesperados. Qué tristeza da verlos deambulando muertos de hambre. Claro que, si sucediera una desgracia, el deshielo y sus consecuencias saldrían en todas las portadas", añade con satisfacción. Una ráfaga de aire nos deja heladas y entramos en su casa.
Mauri es veterinaria especializada en animales exóticos y suele acoger pacientes en fase de recuperación. Ha tenido gatos y perros, cobayas, tortugas, una jineta, una pareja de papagayos y hasta una boa. En este momento, una iguana deshidratada dormita en un terrario. "No entiendo la manía de elegir seres escamosos como animal de compañía", susurro contemplando al minisaurio.
A Mauri tampoco le parece normal y suele proponer llevar a las mascotas a un santuario animal. Anécdotas no le faltan. "Recuerdo una boa que llegó por problemas digestivos -me cuenta mientras prepara un té-. La trajo una chica a la que su novio (ignoro con qué intención) se la había regalado. Según ella, la boa estaba "desganada" y cuando la sacaba del terrario se tumbaba en la cama, a su lado estirada. Al oír semejante cosa, le expliqué que la boa "no estaba desganada" ni confraternizando con ella, sino que la estaba midiendo. Por suerte decidió donarla a un Centro de Recuperación de Ofidios. "Aunque también podría haber donado a su novio a un Centro de recuperación de Novios Peligrosos", concluye.
Mientras se tramitaban los papeles para la boa desganada, Mauri se la quedó. Contemplando a Lola y Candelita en el sofá, le pregunto: "¿No te daba miedo tenerla aquí?". "¡Nunca la solté!", responde.
Lola entorna sus ojos verdes, se despereza, saca las uñas y las vuelve a guardar. A su lado Candelita, aburrida, comienza a mordisquear la cola de Lola, que se limita a darse la vuelta. Un día una mujer se presentó con la coneja en la clínica. El problema, según dijo, era que le estaban creciendo mucho los dientes. Mauri le explicó que a los conejos los dientes les crecen sin parar. Parece que Candelita los desgastaba royendo las patas de la mesa del salón y la señora se la ofreció a Mauri. La otra alternativa, propuesta por su marido, era la cazuela.
Como el roce hace el cariño, la gata y la coneja se han vuelto inseparables. "Toma, La colina de Watership", dice Mauri alargándome un libro. "Trata del viaje de unos conejos que abandonan su conejera... ¡Como nos pasará a nosotros si seguimos cargándonos el planeta!", exclama de pronto. Alarmadas por el grito (o por el cambio climático), la gata y la coneja desaparecen por la gatera.
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