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Lena Dunham: los nuevos planes de una artista narcisista y honesta

Su aura de icono hipster fascina y produce rechazo a partes iguales. Narcisista, genial, honesta y exhibicionista... ¿Qué planes tiene la creadora de Girls para seguir siendo ese espejo en el que no podemos dejar de mirarnos?

La endometriosis que padeció la obligó a someterse a una histerectomía. La foto de la convalecencia tiene casi 200,000 likes en Instagram. / instagram

Lola Fernández
Lola Fernández

Esta es la última declaración que Lena Dunham ha lanzado al mundo a través del altavoz global de su cuenta de Instagram: “A los 32, peso lo máximo que he pesado jamás. Amo más que nunca. Leo, escribo y río como nunca. Jamás he sido tan feliz. No con la frágil y precaria felicidad de quien cree que “las cosas van perfectamente”. Sino con la enorme, generosa y balbuceante felicidad de “creo que estoy empezando a enterarme de qué va esto”.

Así transcurre otro capítulo más de la peculiar vida en directo de Lena Dunham, incapaz de refrenar el exhibicionismo con el que los expertos en marketing han caracterizado a su generación. Podría parecer que lo suyo se reduce a selfies y confesiones. Pero nada más lejos de la realidad. En estos momentos escribe un guión para Spielberg, acaba de entrar en el equipo de estrellas de Luminary –el Netflix de los podcast estadounidenses– y en julio la veremos en Érase una vez en Hollywood, la nueva película de Quentin Tarantino.

A los 32 peso más que nunca. Amo más que nunca. Leo, escribo y río más que nunca".

La escritora, directora y actriz no habla de proyectos de trabajo. Prefiere que la madurez sea el nuevo argumento de su personaje público, una vez apagada la explosiva atención que le proporcionó Girls (2012-2017): Emmy a la Mejor Comedia en 2012 y Globo de Oro a la Mejor Serie de Televisión y a la Mejor Actriz en 2013, entre otros muchísimos premios. “Creí que mi trabajo era ser la feminista más gritona, activa, ruidosa, presente y ocupada. La más, más, más, más –ha confesado al portal Refinery29–. Y de esa creencia salieron cosas maravillosas. Porque pensé que tenía que convertirme en una voz importante entre las mujeres en Hollywood, una defensora de la diversidad corporal, una portavoz de esto, de lo otro, de aquello... Pero, la verdad, ahora mismo solo pienso en poder llegar a ser una amiga sólida y fuerte, una buena hija, una hermana amorosa y una escritora. Ese es mi sueño hoy”.

La trampa de la conversación

Pese a su empeño, lo que persiste como asunto de interés máximo en el entramado del showbusiness global es su insistente e incontrolable locuacidad. Jamás se ha enfrentado la máquina de la interpretación mediática a una persona con un desinterés tan evidente por controlar su imagen pública. La creadora desconcierta por su falta absoluta de filtros, rara avis en el espacio público de su país, donde la incorrección política lleva muchas veces a perder contratos. Lo único que Dunham parece planificar de cara a sus apariciones públicas son sus estilismos, casi siempre protagonistas por su maravillosa fealdad o porque le quedan maravillosamente mal. Por lo que dice o por lo que viste, Lena no puede parar de epatar.

Este dato es fascinante: desde enero de 2018 no ha habido mes sin historia viral de Dunham. Un impacto mediático que ya quisiera para sí el estratega publicitario más implacable. Repasemos: en enero fue noticia su ruptura con el músico Jack Antonoff. En febrero supimos que había sufrido una histerectomía para librarla de la endometriosis. En marzo escribió un ensayo para Vogue sobre el asunto. En abril participó en el híper esnob festival de conferencias, música y cine South by Southwest (SXSW). En mayo acudió a la anual Gala del Met, pero tuvo que salir corriendo hacia el hospital por complicaciones debidas a la operación. En junio publicó otro ensayo en el que confesaba su soledad. En julio confesó haber engordado 10 kilos. En agosto publicó tres fotos de su estancia en el hospital. En septiembre cerró su famosa newsletter Lenny. En octubre confesó que llevaba seis meses limpia de su adicción a Klonopin, un ansiolítico. En noviembre defendió a un colega guionista (Murray Miller) de las acusaciones de violación sexual de una actriz (Aurora Perrineau), a pesar de haber hecho campaña por dar credibilidad a las víctimas. En diciembre le pidió disculpas públicamente a Perrineau. Y este año, sigue dando que hablar con la misma martilleante regularidad.

Su historia de amor con el músico ganador de cuatro Grammys Jack Antonoff hizo correr ríos de tinta. Su ruptura, también. / instagram

Física y química

Ante esta avalancha de información, los periodistas no pueden más que caer en la trampa de la conversación y nutrir al personaje con decenas de artículos en los que se analiza, evalúa y juzga cada uno de sus movimientos. No entienden que Lena Dunham hable incansablemente sobre su vida personal ni que meta tanto la pata en público. En otras palabras, que no “se venda mejor”.

La directora y actriz lo explicó en su intervención en el SXSW: “Creo que la autenticidad tiene que ver con la distancia que hay entre lo aspiracional y aquello en lo que te puedes reflejar. Yo no puedo ofrecer nada a lo que aspirar; pero lo que sí puedo hacer es ser transparente sobre quién soy, lo que soy capaz de hacer y cómo es mi proceso. Además, me enseñaron que la única manera de crecer es fallar y volver a intentarlo, una y otra vez”.

En una demoledora crítica publicada en la influyente web Salon, Mary Elizabeth Williams califica a Dunham de “exasperante” precisamente por encadenar tantos errores y perdones, y la compara con lo que la humorista Hannah Gadsby denomina “los Jimmys”: hombres que no se tienen a sí mismos por abusadores, como Harvey Weinstein o Bill Cosby, sino por “hombres buenos que, de vez en cuando, se equivocan”.

En la revista Forbes, Dani Di Placido la denomina “un monstruo que nosotros hemos creado”, y asegura que la única manera de eliminar su presencia “intolerable” del espacio público es dejar de escribir sobre ella: “En resumen, si queremos que Lena Dunham se calle, tendremos que dejar de hablar de ella”. En el diario británico The Guardian, Martha Gill se pregunta qué crimen ha cometido para recibir tantos insultos y elabora varios: que es hija de una familia rica y conectada, y todo le ha costado nada más que su talento (como a Zosia Mamet o Allison William, que interpretan a Soshanna y Marnie en Girls); que escribe historias sobre gente rica y blanca (aunque lo contrario podría ser tildado de usurpación); que es incorrecta y hasta ofensiva (pese a que otros, como Sacha Baron Cohen, lo son más sin recibir tantas críticas); o que es una mujer que no tiene pinta de diosa sexy. “Los que quieren lo que tiene se preguntan: “¿Por qué ella sí y nosotros no, si tenemos la misma pinta?”, resume Gill.

Su constante bombardeo de desnudez en el trabajo (y las redes) tiene un objetivo: normalizar la normalidad. / instagram

¿Adoro odiarte?

Esta cuestión del físico de Lena es central. Katie Herzog, articulista del portal The Stranger, inquiere: “¿Por qué los defectos que se toleran y hasta hacen gracia en Kim o Khloé Kardashian, resultan tan detestables en Dunham?”. Herzog encuentra la respuesta: “Porque son bellas, mientras que Dunham tiene un aspecto normal, nada extraordinario, lo contrario de lo que ocurre en el mundo del espectáculo”.

Combatir esa exigencia de belleza para que las mujeres aparezcan en los medios, ha sido desde siempre la lucha personal y profesional de Dunham. Si Hannah, su personaje en Girls aparecía insistentemente desnuda era para que los cuerpos de la mayoría también salieran en la tele.

Al principio, Girls fue interpretada erróneamente como la traslación millennial de Sexo en Nueva York, pero sus protagonistas no podían ser más distintas. Carrie Bradshaw funcionaba como un dispositivo de seducción que ponía en juego las armas de la feminidad más recurrentes: coquetería, maquillaje, erotismo idealizado... Hannah no fue creada para seducirnos sino más bien para incomodarnos. Con ella, Dunham rompió el pacto no escrito de la ficción en el que los personajes femeninos han de tener un físico y/o una personalidad agradable. Y de alguna manera, la irritación que causaba Hannah pasó a producirla también su creadora. ¿Por qué amamos odiar a Dunham? “Porque nos parece más divertido odiar lo que sea todos juntos que amarlo”, sugiere Katie Herzog.

En una entrevista del The New York Magazine, la periodista Allison P. Davis manifiesta su sorpresa por la cantidad de mensajes y fotos personales que Lena le hizo llegar durante el proceso de producción del artículo. “Se convirtió ella misma en una especie de serie de televisión que yo estaba deseando devorar”, reconoció Davis. Cuando conoció a su familia, descubrió que a su madre no le hace gracia que publique fotos íntimas, pero que lo acepta porque “Lena lo considera parte de su trabajo”.

La sobreexposición de la escritora es tal, que Davis llega a barajar la hipótesis de que “Lena Dunham, la artista que nos reta a odiarla, es la verdadera obra”.

Resulta paradójico que sean articulistas, sufridores como pocos de las exigencias de la economía digital, los que critiquen en ella el tipo de comportamientos a los que te obliga la disputa por la atención en el negocio del entretenimiento. Varias generaciones de jóvenes ya se han socializado en la competición por los likes que marcarán su éxito profesional, una carrera en la que cada cual usa lo que puede para conseguir un público que valide su talento. Hasta las generaciones no digitales hemos terminado normalizando la exposición en pos del crédito viral. ¿Por qué nos irrita tanto que alguien haga lo mismo con sus vulnerabilidades?

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