Rocío Márquez viste top y pantalón de Adolfo Domínguez, Pendientes de Daniel Espinosa y zapatos de Úrsula Mascaró. / javier salas

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Rocío Márquez: "En el flamenco la innovación no es ninguna novedad"

Todo suena en ella a nuevo y antiguo a la vez . Una voz contagiada de otros géneros que domina también la ortodoxia del flamenco. Ahora presenta su cuarto disco, Visto en El Jueves, un ejercicio de memoria donde versiona a su aire las canciones que encontró en un mercadillo sevillano.

Rocío Márquez tiene 33 años y calza un 38, el número más común entre las españolas. Su pie está dentro de la media, pero no su vida, que transcurre por festivales musicales de medio mundo, estudios de grabación, aeropuertos y peñas flamencas. "Mi hermana va a tener un bebé y a mí me va a pillar en la India", dice asumiendo que la vida que ha elegido tiene sus contras. Mientras el equipo prepara el set para la sesión de fotos, confiesa que le ha costado encontrar una pareja que entienda su ritmo y esa obsesión por lo que hace y que la empuja a tener varias giras en marcha o a estar ya fraguando otro disco... cuando el último ni siquiera ha salido al mercado.

Esa inquietud la animó a salirse del hábitat en el que creció artísticamente -el flamenco-, para contagiarse de otros músicos y géneros: Christina Rosenvinge, Jorge Drexler o Fahmi Alqai, sevillano experto en música antigua con quien grabó Diálogos de viejos y nuevos sones, uno de los espectáculos en los que la onubense exhibe su versatilidad. Porque Márquez es flamenca, andaluza y cantaora, pero también es cantante, compositora y mente curiosa a la que le interesa el arte en su conjunto, la lectura y el mundo que la rodea. Por eso es normal verla dando un recital de cante jondo, grabando con el productor indie Refree o actuando en los Premios del Cine Europeo vestida de gala, con la misma naturalidad con la que se pone un mono para cantarles a unos mineros en huelga, ayuda en la campaña de la ONG Open Arms o viaja a Lesbos para mirar, frente a frente, la realidad de un campo de refugiados.

El flamenco está vivo, no es un objeto para exponerlo en la vitrina de un museo".

"Para mí es importante ese contacto con lo que pasa, decir algo", explica una mujer cuyo trabajo se ha tildado como "revolución" o "renovación" del flamenco, acepciones que ahogan por imprecisas y que usan quienes no conocen la historia de este arte ni sus intríngulis. No es su caso: "En el flamenco siempre ha habido dos líneas, no es nada nuevo", comenta sobre la brecha entre lo clásico y la experimentación. "El flamenco está vivo y no es un objeto para exponerlo en la vitrina de un museo. Hay demasiado miedo a que lo puro se muera, y yo creo que, por definición, algo se muere cuando no está vivo, cuando no evoluciona". Reconoce que figuras como Rosalía han exacerbado ese debate que ella compara, con guasa, con la guerra entre taxis y VTC: "Hay una parte vieja de la que conocemos lo bueno y lo malo, y una parte nueva de la que solo se le está viendo lo positivo". Y ella, ¿dónde se encuentra? "En medio", dice sin dudar.

Llamen como llamen a lo que hace, lo importante es escucharla; escucharla cantar, por supuesto, pues tiene un timbre, un gusto y unos conocimientos musicales que traspasan el corsé de los géneros. Pero también enriquece oírla pensar en voz alta: no solo porque habla un andaluz hermoso, es que es clara como la luz de su tierra. " Vivimos en un sistema capitalista en el que todo es de usar y tirar -dice-, y parece que haya que estar haciendo siempre cosas nuevas. Yo he querido frenar un poco y recoger letras de otros como Rocío Jurado, José Menese, Bambino o El Cabrero, y darles otro color y otra lectura". Se refiere a Visto en El Jueves (Universal), su cuarto disco en el que ha ejercido de productora por primera vez. "He hecho cada cosa cuando sentía que tenía que hacerla. Nunca he dirigido porque tenía dudas, pero este era el momento".

Cartel promocional de Rocío Márquez. / d.r.

Aquella niña prodigio

Esa firmeza la ha ido madurando en los últimos años, pero lo de cantaora viene de lejos. "Yo quería ser artista desde muy chica", dice sobre su infancia llena de concursos de televisión como Menudas estrellas. De esa época tiene fantásticos recuerdos, pero se trajo una advertencia: los padres deben dejar a los hijos seguir ese camino, durísimo, solamente si disfrutan. El suyo era profesor de enfermería y su madre, trabajadora en un hospital; y la fueron siguiendo en sus deseos, que eran irrefrenables. "Vi a compañeros vomitar antes de cada actuación. Yo siempre lo viví con ilusión, era un juego. Por eso no lo descartaría si tuviera un hijo, pero teniendo claro que sea su ilusión, no la mía". Quizá tenga que ver con esa convicción el primer poema que se aprendió de memoria. "Lo escribió mi madre en un cartel que colgó en la habitación que compartíamos mi hermana y yo. Era de Khalil Gibran: "Tus hijos no son tus hijos / son hijos e hijas de la vida / deseosa de sí misma. / No vienen de ti, sino a través de ti / y aunque estén contigo, / no te pertenecen".

Mientras contesta preguntas, a Rocío le esperan varios atuendos y pares de zapatos que ella mira atentamente, pero dejando que los expertos decidan con cuáles saldrá en las fotos. " Llevo regular lo de posar; me gusta más hablar, cantar, actuar. Pero aquí estamos", concluye con una sonrisa con la que dice más de lo que parece. Es joven, inteligente y solo hacen falta 10 minutos para notar que tiene ideas propias. Lo que tarda más en surgir es ese atisbo de furia que solo le brota con lo que le toca el hueso. La igualdad, por ejemplo. "Es un momento delicado porque cualquier cosa que funciona o empieza a despuntar se utiliza con fines que no son los suyos", dice haciendo referencia a marcas de ropa que utilizan consignas como el woman power para hacer camisetas, "usando como mano de obra a niños y niñas, y contaminando el medio ambiente. Eso no es feminismo, es oportunismo", dice.

Tensé mucho la cuerda para no molestar; pero sentía que mi arte no era honrado".

"Súbete y adorna el escenario", le dijeron una vez en una peña flamenca, un entorno que ella sabe tan machista como la sociedad en su conjunto. Pero en ese ambiente, dice, no precisa alertas: "Los veo venir, son las sutilezas de otros contextos supuestamente más modernos las más difíciles de capear". Márquez se refiere a la música rock e indie, y al mundo del arte contemporáneo, entornos en los que entra y sale para probar y experimentar.

Sus dos discos anteriores, El niño y Firmamento (ambos en Universal), son ejemplos de esas incursiones. "En esos mundillos, algunos hombres se dicen feministas porque han oído hablar mucho de machismo y creen que lo tienen superado". Rocío habla de comportamientos tan interiorizados que, o se pone mucha conciencia, o saltan al mínimo descuido. "Y saltan, eh, saltan. ¡Hasta en el sitio más cool! A veces me he sentido más juzgada por mi aspecto en entornos progres que en el flamenco".

Sabe que el compromiso se demuestra andando, no con una camiseta. Pero asegura que no entraría en una lista electoral. "Me quedaría donde estoy; veo que en todos los partidos hay guerras internas y que se les va la fuerza en eso. Las estructuras tienden a volver rígidas las normas y los valores. Y eso me agobia". Habla serena, pero como con un pie en la Luna. De hecho lleva una, en cuarto creciente, tatuada justo encima del tobillo. Se deja ver cuando el fotógrafo le pide que se coloque en la silla girando el tronco y ella prefiere levantarse sobre sus zapatos del 38, arremangarse un poquito el pantalón y sentarse a horcajadas. Acaba de desobedecer una indicación sin aspavientos, del mismo modo que expone su arte, sin provocar, solo mostrándolo. Y sin pedir perdón.

Doctora Márquez

Rocío Márquez dejó de pedir permiso para hacer realidad sus sueños casi en el mismo momento en que ganó el Festival de Cante de las Minas de la Unión. Es el episodio que nombra cuando se le pide que cierre los ojos, mire atrás y diga qué le viene a la cabeza: "La Unión -dice suspirando-. Lo soñé mucho". Aquel día se alzó con el galardón más longevo del arte jondo, la Lámpara Minera y los cuatro primeros premios, algo que hasta ese momento solo había logrado Miguel Poveda.

Fue el arranque de su madurez personal y artística porque, de alguna forma, desistió de contentar a los demás. "Tensé mucho la cuerda para no molestar ni defraudar a nadie, pero me aburría a mí misma y sentía que mi arte no era honrado", dice con franqueza. También de aquella crisis obtuvo luz: "Si no hubiera pasado por ahí, no me habría abierto a proyectos que me volvieron a hacer sentir nervios y ganas de tirarme a la piscina".

Entonces empezó su búsqueda en otros ámbitos. Uno fue la investigación académica. También en eso es una flamenca extraña: aún cunde la idea de que el arte jondo brota del duende y no del estudio. Márquez se doctoró en 2017 por la Universidad de Sevilla con una tesis dedicada a la técnica vocal en el flamenco. "Lo que me interesaba del trabajo académico era investigar, no hacer poesía; eso ya lo hizo Lorca con sus soníos negros". La frase es una pulla a esos que creen que el flamenco debe seguir en el limbo de los mitos, las palabras bonitas y las medias verdades.

Trench de Boss y pendientes El Corte Inglés. / javier salas

Rocío unió arte y ciencia, y se metió en una máquina de resonancia cinemática que le prestó el Grupo Eresa, de la Universidad de Valencia para ahondar en las particularidades de las voces flamencas. Habla de ello entusiasmada, con una fuerza que confirma la frase atribuida al cantaor Antonio Chacón: "El conocimiento la pasión no quita". Pero también hizo suya su faceta científica. Por eso su tesis incluye un capítulo sobre un tema apenas abordado en el flamenco: la menstruación. "Mi tendencia a no parar me hacía ignorar mi cuerpo. Los cambios hormonales son muy importantes en una cantaora: regla, partos, menopausia... Pero se ignoran. Me abrió los ojos un libro, Diario de un cuerpo, de Erika Irusta. Me ayudó a conectar con el mío". Esas páginas la animaron a escribir su propio dietario, donde anotaba los cambios de su voz en las distintas etapas del ciclo. Y se dio cuenta de que en los primeros días de regla, le costaba afinar, algo que habitualmente le resulta muy natural. "A partir de ahí, saqué trucos: si me pilla un concierto en esos días, bajo medio tono la guitarra. El flamenco nos da esa facilidad. Ahora bien, si ese día te toca interpretar El amor brujo... Amiga mía, te peinas, te tomas un ibuprofeno y sales", dice riendo.

Quizás por esa vena racional, sabe tomarse las polémicas con tranquilidad. La del apropiacionismo cultural y Rosalía -a quien acusan de haber usado símbolos y términos de las culturas andaluza y gitana- le provoca un resoplido. "Fíjate que veo ahí mucha contención. La contención de que Andalucía se haya negado durante tanto tiempo las ganas de abrirse y hacer otras cosas. Y ahora va y lo hace alguien de fuera y algunos se molestan -dice midiendo las palabras-. También hay mucho oportunista en este tema. No puedo defender a ultranza a unos ni a otros porque veo luces y sombras en los dos lados, pero creo que en un mundo globalizado no tiene sentido hablar de apropiación cultural."

Hablando de este tema le viene a la cabeza Carmen y Lola, la película de Arantxa Echevarría que ha recibido críticas por perpetuar estereotipos sobre el pueblo gitano. "Sabemos que hay gente que actúa de otra manera a como se ve en la cinta. ¡Los conocemos con nombres y apellidos! ¿Por qué no los refleja?", se pregunta a la vez que pide diálogo. "Observo los argumentos de los defensores de la película y de las feministas gitanas, y me pregunto si no es posible entenderse. Cualquier historia es más compleja de lo que parece. Hay que dejar de hacer eslóganes y mirarse el ombligo."

Transgredir con una sonrisa

Cree que a veces, en esos debates, tiene su papel la envidia. "Y es normal sentirla, somos humanos. Pero lo bueno sería reconocerla y colocarla en su sitio". A ella le han dado algunos palos por haberse salido de la ortodoxia flamenca; pero en general la prensa la ha acogido bien. El año pasado, tras el lanzamiento de Firmamento, se le acumularon las entrevistas; casi todas hechas por hombres, algo aún más habitual que calzar un 38. Y no es descabellado pensar que el sexo de sus cronistas haya influido en la imagen de nuera perfecta, tan dulcificada, que se ha dado de Rocío. Al trata con ella, de cerca, es evidente que a esa estampa que han pintado otros le sobra candor y le falta su auténtico arrojo.

"Los hombres nos ven como nos quieren ver. Asumo mi responsabilidad. Creo que sé por qué pasa. Como con mis discos saco los pies del tiesto, quizá sea una forma de dar una de cal y otra de arena. De ofrecer lo que quiero, que no es lo que los demás quieren, pero con una sonrisa". Márquez acaba la entrevista con ese movimiento inesperado: una autocrítica con la grabadora encendida. Lo que viene a confirmar que ella solo es corriente en la talla de su zapato.