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"¿Es posible vivir sin conflicto?", por Isabel Menéndez

¿Quién no ha tenido desacuerdos con su pareja, en el trabajo o con los hijos? La creencia de que se puede vivir sin enfrentamientos es una ingenuidad y apunta hacia una falta de recursos psíquicos.

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Isabel Menéndez
Isabel Menéndez

Creer que podemos vivir a salvo de las crisis evidencia un gran desconocimiento del ser humano. Huir de los conflictos constituye un modo de negar los problemas que conviene elaborar, ya que muestra que se carece de la capacidad psíquica para resolverlos.

Podemos estar más o menos en paz con nosotros mismos, pero eso no nos libra de la incoherencia. Es decir, de situaciones en las que pensamos de una forma y actuamos de otra. O al revés. En ocasiones, podemos convertirnos en nuestro peor enemigo. Cuando nos culpamos por no alcanzar lo deseado, por ejemplo. Y no es raro que tengamos sentimientos agresivos hacia alguien a quien queremos. También eso nos produce culpa, quizá porque nos juzgamos con demasiada severidad.

Un conflicto evidencia que algo no funciona y hay que resolverlo.

Todos atravesamos desde los primeros años de vida unos procesos psicológicos que conviene elaborar para alcanzar el dominio de nuestro mundo interno. Tenemos que separarnos de nuestros padres para ser autónomos, pero nos cuesta. Construimos nuestra subjetividad aceptando límites y reglas que se entrelazan con nuestros deseos: algunos de ellos realizables y otros no. Mantenemos un equilibrio entre lo que habita en nuestro inconsciente y nuestro "yo", que siempre se debate entre deseos propios e imposiciones externas. Podemos vivir con cierta inquietud la duda entre responder a lo que suponemos que el otro espera de nosotros o no hacerlo porque queremos algo diferente.

Ahora bien, un conflicto es un piloto rojo, una luz encendida que nos dice que hay que resolver una situación. También señala la posibilidad de mejorar, crecer y madurar. De hecho, superar un problema nos ayuda a crecer. Por el contrario, cuando las dificultades no se resuelven, se van acumulando malestares y empeora toda la vida personal.

Las claves:

  • A lo largo de la vida, es preciso elaborar conflictos psíquicos que la maduración requiere. Algo se pierde y algo se gana con su resolución.

  • Entre los tres y cinco años termina la creencia de que todos los deseos hacia los padres son viables, pero se gana el derecho a realizar algunos de los que sí son posibles.

  • Con el colegio se pierde la seguridad materna y la contención familiar, pero nos abrimos al mundo.

  • En la madurez podemos adoptar nuevos recursos.

Anclado en el pasado

Elisa está cenando con Félix, que ha llegado del trabajo tarde y con gesto serio. Los niños ya están acostados y no los ha podido ver. Ella le pregunta qué le pasa, pero él la contesta un poco irritado y dice que le deje en paz. Elisa sabe lo que le sucede, pero Félix no es capaz de hablar de ello. Su jefe cada día le pide más, sin respetar su hora de salida. Y él es incapaz de decirle que no. En realidad, es incapaz de decir que no a cualquier cosa que le pidan, aunque sea injusta.

Hay personas que huyen de las crisis porque temen perder el control.

Félix evita cualquier desacuerdo con el otro, sobre todo con su jefe, porque teme el enfrentamiento. No vive las discusiones como meras diferencias de opiniones, sino como peleas destructoras. Su padre tenía bastante mal carácter y siempre lo recuerda chillando o discutiendo con su madre. Él se prometió a sí mismo que nunca sería como su padre. Cuando era niño, odiaba esa actitud de él y pensaba a menudo en su muerte. Esta fantasía infantil le paraliza, pues no ha podido elaborar la relación con él. La rabia que acumula por someterse a las demandas excesivas de su jefe, que se aprovecha y evoca inconscientemente a su padre, la paga en casa estando de mal humor.

Elisa, cansada de soportar la situación, le dice que ya está bien y que le diga a su jefe que no puede seguir así. Félix intenta reflexionar sobre lo que le pasa, pero le cuesta poner palabras a los enfrentamientos. Finalmente recurre a una psicoterapia en la que descubre que, huyendo de la identificación con su padre, se ha convertido en un cobarde. Y que lo paga en casa, con los suyos, igual que su progenitor. Cuando descubre que todo cobarde lleva dentro de sí un violento, deja de callar y empieza a discrepar en la oficina sin que suceda lo que había temido. Es más, su jefe empieza a valorarle más.

La palabra: el "yo"

  • Es una instancia psíquica que hace de mediador entre nuestros instintos y las exigencias de la moral y la realidad. El "yo" crece y se va formando a lo largo de toda la vida en función de nuestra experiencia con el otro. Es una instancia frágil, que se modifica cuando los que nos rodean también lo hacen. Parte de nuestra identidad depende de los demás y, si estos cambian o desaparecen, influye en nuestra forma de mirarnos.

  • Tras una ruptura, por ejemplo, algo se va con el otro. Sin embargo, el "yo" puede recuperar aquello que delegó en esa persona y descubrir nuevas facetas de sí mismo.

Hay personas que huyen o niegan las crisis porque tienen miedo a no poder controlar los sentimientos de odio que tienen contra otros. Otras sin embargo parecen enfrentar los conflictos sin mucha dificultad. No tienen miedo al mundo sentimental y suelen salir reforzadas de la experiencia.

La condición del ser humano implica la existencia de conflictos psíquicos, pues vivimos en una cultura que no permite satisfacer todos los deseos. El conflicto aparece cuando hay una lucha entre lo que se quiere y lo que se puede. Esa lucha se da a veces con los otros y a veces con nosotros mismos.

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