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Mujeres muy vulnerables, jóvenes, dañadas, madres solteras, pobres, víctimas de violencia doméstica… personas que antes estaban estigmatizadas se convierten en figuras líderes de la comunidad. El milagro Akashinga, una unidad de guardabosques féminas que salvaguardan la biodiversidad en Zimbabue, consiste en proteger un ecosistema completo que va más allá de la protección de las especies salvajes. El programa da sentido a la vida de mujeres que también eran cautivas del entorno.
El programa se inició en el área de Phundundu, en el ecosistema de la zona baja del río Zambeze. Creado por la IAPF (Unidad internacional contra la caza furtiva) que opera en el sur y este de África, el modelo Akashinga -que significa Las valientes-, delega la labor de conservación a la comunidad, enraizando el compromiso en el empoderamiento femenino, lo cual permite también a mujeres desfavorecidas restaurar y administrar las áreas silvestres. La Dra. Jane Goodall es la Patrona de la IAPF, organización que ayuda a proteger a más de 6 millones de hectáreas de tierra salvaje en todo el continente.
Damien Mander, francotirador y fundador de esta iniciativa para el género femenino, se percató desde el primer día de entrenamiento de que algo muy especial estaba sucediendo. Cayó en que ellas eran el eslabón perdido para la lucha contra la caza furtiva, convirtiendo una necesidad de seguridad en un programa comunitario. En declaraciones para el diario británico The Guardian este australiano informa del coraje y voluntad de estas mujeres: “Treinta y seis comenzaron nuestro entrenamiento de fuerzas especiales… y las presionamos duramente, mucho más que cualquier entrenamiento que realicemos con hombres…sólo tres abandonaron. No me lo podía creer".
Tomando como referente las Black Mambas -unidad femenina contra la caza furtiva en el parque nacional Kruger-, a las mujeres del programa Akashinga se las enseña a combatir, a dirigir, a patrullar, a camuflarse, se entrenan en primeros auxilios, estudian derechos humanos y conservación… en definitiva, al igual que sus compañeras sudafricanas o todos los guardabosques masculinos, están perfectamente capacitadas para el desarrollo de su labor como defensoras del ecosistema.
Absolutamente coherentes con la labor de protección animal que desempeñan, el equipo sigue un régimen alimenticio vegano, hecho que por lo visto no importuna en absoluto a sus miembros. Se trata de un modelo eficiente que inspira a las mujeres y les brinda la oportunidad de asegurar su propio destino, a la vez que protege la biodiversidad.
Siendo a veces insultadas por hombres de su propia comunidad, las valientes contribuyen al desarrollo de las comunidades rurales. Al menos el 62% de los costos operativos directamente quedan en manos de los pobladores locales. Ya no sólo porque ellas sean oriundas de la zona, sino porque una mujer con un salario en áreas rurales invierte hasta tres veces más que un hombre en su familia y en su hogar.
Cabe mencionar por ejemplo, el caso de Petronella Chigumbura, una joven de 29 años miembro del comando que usó su primer salario para comprar uniformes para sus hijos y pagar sus cuotas escolares.
Si se cumplen las predicciones, hacia 2025 habrá unas mil guerreras Akashinga protegiendo de furtivos a los elefantes africanos, una de las especies cuya población se encuentra más en peligro. Brindemos por todas las hembras que, como ellas, desafían los estereotipos para, con el pecho hinchado, volver a casa orgullosas de un trabajo bien hecho. Cazado o no el cazador, ése es sin duda su mejor trofeo.
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