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"A la sombra de Rodin", por Cristina Morató

"Su nombre (Camille Claudel) -como el de tantas otras- cayó en el olvido y su arte fue eclipsado por un hombre que nunca la dejó brillar".

La escultora Camille Claudel. / d.r.

Cristina Morató
Cristina Morató

Descubrí a la escultora Camille Claudel en una desgarradora película que recrea su ingreso en un manicomio del que jamás salió. Juliette Binoche daba vida a esta artista maldita que ha pasado a la historia por ser musa y amante del célebre escultor Auguste Rodin con quien mantuvo una relación obsesiva y destructiva. Su nombre -como el de tantas otras- cayó en el olvido y su arte fue eclipsado por un hombre que nunca la dejó brillar. Ahora, tras décadas de ostracismo, por fin cuenta con un museo propio en Nogent-sur-Seine, un pueblo a una hora de París donde vivió siendo adolescente. Junto a la casa familiar se levanta un moderno edificio de espacios diáfanos y llenos de luz donde se exponen 43 esculturas en mármol, terracota, yeso y bronce que dan fe de su inmenso talento. Son obras maestras de una delicadeza exquisita.

Cuando conoció a Rodin era una prometedora estudiante de escultura. Nació en 1864, en el seno de una familia acomodada. Su madre la despreció porque no era un varón y no aprobaba su bohemio estilo de vida. Solo su hermano, el escritor Paul Claudel, la apoyaría. Con él jugaba de pequeña y moldeaba en barro figuras que llamaban la atención. Su padre aceptó que fuera a París a formarse como escultora y allí le presentaron a Rodin, que fascinado por su talento le ofreció trabajar en su taller como aprendiz y modelo.

Artísticamente parecían almas gemelas. Cuando cumplió los 19 se hizo amante del maestro, que tenía 44 y estaba casado. Durante más de un década, fue su musa y principal colaboradora. A ella le confío la ejecución de las manos y los pies de algunas de sus esculturas más conocidas. Y así, mientras él recibía todos los honores, Camille quedaba cada vez más en segundo plano. Y eso que llegó a ser tan buena como él. Nadie esculpía las caras mejor, nadie las dotaba de semejante expresividad. Rodin lo sabía y se aprovechó de su arte, le robó ideas y nunca reconoció sus aportaciones.

Harta de su invisibilidad y decepcionada porque Rodin no estaba dispuesto a abandonar a su esposa, decidió romper su relación y buscar su camino. Se encerró en su pequeño taller donde esculpía figuras que luego destruía a golpe de martillo. Deprimida y enferma, dejó de lavarse, apenas comía y vivía en la sola compañía de una docena de gatos. En 1915 su hermano ordenó que la ingresaran en un manicomio. Tenía 43 años y se dijo que padecía manía persecutoria y delirios de grandeza. Sus cartas nos descubren a una mujer manipulada y maltratada por los suyos, que muestra además gran lucidez. En este lugar siniestro pasaría sus últimos 30 años. Cuando murió en 1943, nadie acudió a su entierro y acabó en una fosa común.

Ahora podemos admirar las esculturas de una mujer que lo tuvo todo para triunfar pero que nació en el siglo equivocado. "Le enseñé dónde encontrar oro. Pero el oro que ha encontrado es solo suyo", reconoció Rodin al final de su vida, cuando ya era demasiado tarde para ella.

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