Su heroína mide 1,50 m, tiene 16 años, dos trenzas algo revueltas y cara de niña. A la salida del metro parisino de Ópera, el 22 de febrero, Greta Thunberg llegaba protegida por un cordón de seguridad. Nadie podía acercarse a ella. Sus guardas, estudiantes de Secundaria, vigilaban. Cuando apareció, la multitud de adolescentes estalló en júbilo. Greta movía la cabeza como un general que hubiera llegado para dirigirse a sus tropas. ¿Sus armas? Pancartas. Frases como “Nunca somos demasiado pequeños para marcar la diferencia” o “Salvemos a los osos polares, no a los accionistas” aparecían escritas en el reverso de cajas de cereales. En la retaguardia del cortejo, estaba un hombre discreto: Svante Thunberg, el padre de Greta. Emocionado, no dejaba de hacer fotos. “La última vez que vine a la Ópera Garnier fue para escuchar a mi mujer”, decía. Malena es cantante lírica; Svante, actor. Una familia de artistas. “Tengo la impresión de estar en una película de Hollywood”, decía el padre. A la adolescente no le gusta hacer confidencias; él actúa como cronista de esta historia.
La joven activista nació en Suecia. Tiene una hermana pequeña, Beata, y dos perros. Le gusta dar largos paseos a caballo en la nieve. A los 10 años, participó en su primera manifestación. Sus padres estaban comprometidos con la causa de los refugiados. En clase, vio un documental sobre el plástico en los océanos. La crisis climática y las consecuencias de la actividad humana sobre el medio ambiente habían entrado en su vida.
Hace seis meses, Greta Thunberg se instaló en una acera frente al Parlamento sueco. Y los diputados acabaron prestando atención a esta niña llena de determinación, con cierto aire a Pippi Calzaslargas. Padece el síndrome de Asperger, un trastorno del especto autista que puede acompañarse de cualidades intelectuales por encima de la media. Brillante y apasionada por las ciencias, le aburre la charla superficial y no se arredra si le tienden el micrófono ante una multitud. Tal vez, los poderosos necesitan la fuerza de una voz pequeña para reaccionar.
En casa, empezó a apagar sistemáticamente todas las luces, algo que tenía también que ver con el trastorno obsesivo-compulsivo que padece. “No podemos vivir en la oscuridad, Greta”, le decía su padre. Pero el malestar de la niña era muy profundo. Empezó a no querer comer y se sumió en un silencio casi total, víctima de una depresión. “Durante muchos años, solo le habló a su profesora, al medico y a su familia”, recuerda el padre. Con 11 años, le diagnosticaron síndrome de Asperger, un trastorno del espectro autista. Para ayudar a su hija, los padres decidieron abrazar sus convicciones. “Ella quería que actuáramos en la medida de nuestras posibilidades. Es una niña y sufre por ser invisible. Queríamos enseñarle que existía”, explica Svante. Vendieron su coche deportivo y redujeron la ropa a lo estrictamente necesario: en el caso de Svante, dos pantalones vaqueros. Las comidas también cambiaron: se hicieron vegetarianos y luego, veganos. Solo con Beata hacen excepciones.
En 2016, Greta enseñó a su madre un estudio sobre el impacto de los aviones en el clima que hizo que Malena renunciara a su carrera internacional para cantar solo en Suecia. En mayo, habló de sus miedos a un periódico sueco. El ecologista Bo Thoren la invitó a unirse a un grupo de activistas y le habló de la huelga de los estudiantes de Florida contra el uso de armas, tras la matanza del instituto de Parkland. A la adolescente le pareció una idea brillante. Su padre estaba en contra; tenía miedo de las críticas en las redes sociales, de la exposición que suponía. “La gente no sabe. Si supieran lo que pasa, quizá todo fuera diferente”, le dijo su hija. Y se puso a investigar. Comprobó cada dato con dos fuentes distintas antes de añadirlo a una lista que cada vez se parecía más a un programa político. Finalmente, encontró un enfoque: en el Acuerdo de París sobre cambio climático, 195 países habían firmado que tomarían medidas para evitar la subida de las temperaturas. ¿Por qué no respetaban su compromiso? Ese fue el principio de su lucha.
El 20 de agosto, la adolescente se sentó ante el Parlamento sueco con una pancarta: “En huelga escolar por el clima”. Su padre estaba seguro de que volvería a la hora de comer. Pero Greta no se rindió. Subió fotos a Twitter y a Instagram, y cuando llegó por la noche estaba entusiasmada. “¡Volveré mañana!”, dijo. Y no fue la única: había medios de comunicación y desconocidos que se sentaron a su lado. Alguien le ofreció comida china y ella aceptó, algo que no habría hecho días antes. Tras dos semanas sin clase, dijo que no pararía. Sus padres negociaron: haría huelga solo los viernes.
El 8 de septiembre, fue invitada a hablar ante 2.500 personas en Estocolmo. “Temía que huyera presa del pánico”, relata su padre. La adolescente redactó su discurso sin ayuda y lo expuso, clara y cortante. “Nos comportamos como si tuviéramos 4,2 planetas”, dijo. La fama no le impidió acabar el curso entre los cinco primeros de su clase. Sus compañeros no eran conscientes de su lucha. “En su instituto hay muchos refugiados que han pasado un infierno para llegar aquí. Las preocupaciones de Greta no son una prioridad para ellos”, dice Svante.
En octubre, la joven habló con Kevin Anderson, especialista en clima de la Universidad de Manchester (Gran Bretaña) y trabajó en el informe del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC), que pide una reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero. En diciembre, se desplazó (siempre en tren) a la Cop24, la Conferencia de la ONU sobre Cambio Climático en Polonia. Se sentó en la mesa del secretario general de la ONU, Antonio Guterres y le dijo: “Se han quedado ustedes sin excusas y nosotros, sin tiempo”.
Las redes sociales se hicieron eco de su llamamiento a la desobediencia cívica. En enero, Greta viajó al Foro Económico Mundial de Davos, con su pancarta y su saco de dormir. “No quiero su esperanza, quiero que sientan pánico. Quiero que sientan el miedo que vive en mí cada día y que actúen como si hubiera un incendio”, dijo con su voz infantil. Silencio. “ Es de locos que vengan a hablar del clima en avión privado”. Más silencio. Se reunió con Christine Lagarde, directora del FMI, que la felicitó: “Te apoyo y te admiro, estoy de tu parte”, le dijo. No es la única: el Papa Francisco, el exvicepresidente norteamericano Al Gore, el actor Leonardo DiCaprio y la primatóloga Jane Goodall la aplauden, y la revista Time la ha incluido entre los jóvenes más influyentes del mundo. Hace unas semanas, ante el pleno del Parlamento Europeo, la joven sueca dijo: “Llegan las elecciones europeas y la mayoría de los jóvenes afectados por el cambio climático no podremos votar. Escuchadnos. Votad por nosotros. Por vuestros hijos y nietos”.
Pero hay un lado oscuro: también la acusan de estar demasiado cerca del hombre de negocios Ingmar Rentzhog, que ha fundado una start-up ecologista, y de haber lanzado su movimiento en el mismo momento en que sus padres publicaban un libro. El tema: la influencia de su hija en su visión del mundo. “Nosotros financiamos cada desplazamiento”, responde Malena en Facebook. En cuanto a Greta, las críticas parecen resbalarle. Tiene cosas más importantes que hacer, como poner en su sitio a los que hablan de su síndrome de Asperger. Para ella, se trata de un don que la lleva a continuar su lucha y la prueba de que ciertas fragilidades pueden transformarse en fuerza. Greta está en guerra.
20 de enero-18 de febrero
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