La gente tiende a pensar que las celebridades somos estúpidas”. Esto se lo dijo entre risas —con esa risa potente que tiene— Anne Hathaway a Jimmy Kimmel en una reciente entrevista en su famoso talkshow. Se estaba refiriendo a las extravagancias sin sentido que exhiben algunos famosos, o muchos de ellos, o la mayoría. La presunción de frivolidad es casi inevitable cuando solo conocemos a los actores por los personajes que encarnan en la gran pantalla y por las páginas de revistas en las que lucen alta costura y cirugías plásticas. Pero un encuentro cara a cara puede desmontar fácilmente las ideas preconcebidas, sobre todo con personas como Anne Hathaway, la actriz (probablemente) con los ojos más grandes y cálidos del cine estadounidense.
Atrás parecen haber quedado ya los años (recientes) en los que era tan odiada por la prensa y la audiencia que hasta se acuñó el término “Hatha-hate” [odio a Hatha]. Nunca quedó muy claro por qué tanta inquina; llegó a ser irracional. Las redes sociales derramaban mensajes del tipo: “No sé por qué, pero odio a la Hathaway”. Los que habían tratado con ella alguna vez coincidían en que era su aire de niña buena, de sabihonda, de falsa y de perfecta lo que les causaba rechazo. La actriz, decían, iba de santa. “No parece una persona real”, llegaron a comentar. Pese a ello, a Anne no se le vio perder la compostura. En una declaración durante el Festival de Toronto de 2017, fue contundente: cuando las cosas se salen de madre, “te preparas para el ataque violento y humillante que te brindará internet. Pones tu mejor cara y sigues esforzándote por hacer bien tu trabajo”. Fue algo parecido a poner la otra mejilla. Y así, a base de diplomacia y santidad, logró por fin disipar ese “odio” amplificado por los hashtags.
Sin embargo, no es del todo erróneo tildarla de niña perfecta. La actriz, de 36 años, creció en una familia con “firmes valores católicos” y se dice que su sueño de niña era hacerse monja. Pero el teatro la sedujo más y quiso seguir los pasos de su madre, exactriz en Broadway. Siguió el camino ortodoxo: clases de actuación en la escuela primaria, en la secundaria, en la universidad, y una licenciatura paralela que dejó a medias porque para entonces ya la habían fichado para rodar Princesa por sorpresa. Era 2001 y Anne tenía 19 años. Enseguida se convirtió en la actriz Disney para preadolescentes, un papel que, dado su pasado, le iba como anillo al dedo. Pero sus proyecciones de futuro eran otras: “Mientras me sigan llegando papeles [de princesa], le sacaré todo el provecho que pueda. Luego haré de drogadicta y prostituta, y todos esos personajes con los que te dan un Óscar”, dijo en 2004.
Y así fue. En 2013, la actriz estadounidense obtuvo un Oscar por su actuación en Los Miserables en la que encarnó a la prostituta Fantine, una época que recuerda con amargura. Fue posiblemente ahí cuando se gestó el “Hatha-hate”. Porque, ¿cómo no alegrarse de ganar una estatuilla? “Ganas un Óscar y se supone que tienes que estar contenta. Pero yo no me sentía así. Me parecía mal estar ahí de pie, envuelta en un vestido que costaba más de lo que la gente va a tener en toda su vida, y ganar un premio por retratar un dolor que sigue siendo parte de nuestra experiencia colectiva como seres humanos”, dijo.
A la gente le sonó a discurso buenista. Hipócrita, incluso. Pero apenas queda sombra de todo aquello hoy. La prensa declaró oficialmente en 2017 que el “Hatha-hate” ya no era cool. La Anne Hathaway de 2019 está a medio camino entre comediante y diplomática.
En una sala versallesca de un lujoso hotel de Manhattan, la estrella despliega sus encantos delante de la prensa para promocionar Timadoras compulsivas (ya en cartelera), la película que coprotagoniza con la australiana Rebel Wilson y en la que desempeña el papel de una estafadora con clase, casi aristocrática. (Paradójico teniendo en cuenta que su exnovio Raffaello Follieri fue encarcelado por estafa en 2008). Como muchas veces pasa, frente a la multitud puede resultar ligeramente histriónica, acaso sintiéndose obligada a agradar y hacer reír. Pero a solas es otra persona. Más atenta, más amable, más cercana.
La película es un remake de un remake (Dos seductores, 1964; Un par de seductores, 1988), pero en versión femenina. Esta vez, son ellas las que los seducen y engañan a ellos, un argumento que convenció a Anne al instante. “No creo que hagan falta grandes motivos emocionales para que ella [su personaje, Josephine], siendo mujer, sea una estafadora. Creo que lo hace porque se le da bien y porque, en un mundo en el que en el mejor de los casos vas a ganar 78 céntimos por cada dólar que gana un hombre, si aplicas sus reglas de juego son ellos los que te están timando a ti. Me pareció suficiente motivación [para desarrollar el personaje]”.
Como buena neoyorquina liberal, Hathaway sostiene un discurso feminista articulado. Al menos más articulado de lo que se escucha normalmente en la esfera pública. Puede que sea gracias a la variedad de mundos a la que se expone, aunque sea teóricamente, como embajadora de ONU Mujeres. Es, claramente, el tema al que más tiempo dedica en la entrevista.
La actriz no tarda en arremeter contra el sexismo de la industria. “Todo el mundo habla de igualdad. Incluso Hollywood habla mucho de igualdad, pero si te fijas en los números, pintan muy mal”. Un ejemplo claro, explica, de cómo la discriminación contra la mujer está arraigada en toda la estructura, fue la calificación que obtuvo inicialmente Timadoras compulsivas. El órgano de calificación de películas de EE.UU. le otorgó al filme una R de “Restringido”, que significa que los menores de 17 años deben verla con el permiso y acompañamiento de un adulto. Rebel Wilson que además de ser actriz y productora de la película, es abogada de formación, logró apelar y ganar el caso. Argumentó que comedias similares protagonizadas por hombres, como Anchorman, son calificadas como aptas para mayores de 13 años. “Cuando un hombre hace ese tipo de bromas, se da por normal, y se acepta que niños y adolescentes puedan oírlas. Pero cuando lo hace una mujer, se percibe de otra manera. No son apropiadas para niñas adolescentes. Es un doble rasero”.
Recuperar la calificación para 13 años fue muy importante. “Porque las adolescentes son gran parte de nuestros espectadores, y para poder tener a esa audiencia, tendríamos que haber cortado 10 de nuestras mejores bromas de la película. Entonces les das la razón a los que dicen que las mujeres no somos graciosas. O podríamos haber mantenido las bromas, tener una calificación R y haber perdido esos espectadores. Entonces les das la razón a los que dicen que las películas llevadas por mujeres no dan dinero”.
Pero Hathaway va más allá y se adentra en un terreno crucial que el feminismo dominante apenas pisa. “Lo que más me preocupa es que las cosas mejoren solo para algunas y nos pensemos que ya está la batalla ganada. Cuando digo que una mujer gana 78 céntimos por cada dólar que gana un hombre, me refiero a la mujer blanca. Porque si eres hispana, solo ganas 50 céntimos”. Y luego, le mete el dedo en el ojo a las voces más sonadas del feminismo mayoritario: “También me preocupa la gente que piensa que es parte de la solución, pero no se ha cuestionado internamente si está fomentando el problema. Porque, incluso si has sido oprimida, puedes estar perpetuando opiniones y sesgos dañinos. Tenemos que profundizar y mirar dentro de nosotras para ver si, aunque hayamos sido víctimas, no estaremos siendo también opresoras”.
¿Por qué hay tantas pocas actrices “de color” en las películas estadounidenses? A Hathaway se le enciende la mirada. “ Racismo”, contesta. Se queda un rato callada por primera vez en toda la entrevista y baja la voz. “No tengo ni idea de cómo explicar el racismo”. Otro silencio. “Pero hay claramente un desequilibrio en el poder en Hollywood, en la representación. Y las cifras no reflejan los cambios de los que tanto se habla. Sobre todo si han pasado 25 años entre una película con reparto asiático y la siguiente. Es muy grave, porque se está impidiendo que un grupo de gente se dedique a lo que le gusta y tenga las mismas oportunidades, los mismos sueños. Creo que es muy importante la cláusula de inclusividad [que, por contrato, la producción de una película deba incluir una representación de las minorías] y presionar a la gente para que no haga solo lo mínimo por cumplir. Tener solo a una mujer en tu película o solo una persona de otra raza no es suficiente. Nuestro cine tiene que ser un reflejo del mundo. Es algo que va a necesitar una reconstrucción masiva. No me interesan los argumentos que intentan justificar lo que ocurre diciendo que una película va a tener menos éxito si no hay personajes blancos. Es algo que no se puede justificar y realmente hoy en día es muy difícil saber qué tendrá éxito o no. No basta con dar visibilidad, hace falta replantearse también los sesgos implícitos en la cultura que recibe esas películas que puedan estar inhibiendo su éxito”.
Puede que este sea el tono que tanto irritó a Hollywood hace unos años. Puede que esto fuera lo que les sonaba a sermón, el mea culpa que a la mínima desenrolla como una alfombra. Pero visto ahora, su discurso responde perfectamente a los tiempos que corren. “Algo muy gordo pasó en 2017 que despertó las conciencias de la gente. De repente me di cuenta de que mis deseos no eran aislados, sino que eran parte de un movimiento que representaba a la mitad de la humanidad”. La actriz se refiere a las acusaciones de acoso y violación contra Harvey Weinstein y el consiguiente movimiento #Metoo. Fue, justo después, cuando “la Hathaway” dejó de ser tan odiada.
No sabe dónde estará en 10 años (le habían dicho que su carrera se acabaría al cumplir los 35). “Me siguen llegando buenos proyectos, así que de momento voy bien –comenta–. Creo que me gustaría hacer una película de Kung Fu [Risas]. O dirigir una película. O hacer de villana. De súpervillana. O trabajar con directores brillantes, como Paul Thomas Anderson, Alfonso Cuarón, Iñárritu. O hacer cine experimental”. ¿David Lynch? “¡Sí! Siempre pienso que tres escenas en una película de David Lynch lo valen todo. Hay que estirar tu imaginación y tus músculos para hacerlas”.
20 de enero-18 de febrero
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