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La democracia empieza en el desayuno, por Isabel Menéndez

La familia nos transmite todo un arsenal de deseos y expectativas que nos ayudan a saber quiénes somos y de dónde venimos, pero también a aceptar al otro como distinto y a vivir en sociedad.

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Isabel Menéndez
Isabel Menéndez

La familia nos transmite una ética que nos ayuda a entender las diferencias. Así pues, es en el seno de nuestro propio hogar donde se gesta la democracia y adquirimos la estructura de la ética que nos permite dominar los impulsos dañinos y construir una vida en sociedad. Es en el entorno familiar donde las reglas y el sistema emocional logran, cuando sus miembros están sanos, formar individuos maduros, con criterio, tolerancia al cambio y tendencia a la justicia.

Ahora bien, sin maduración psíquica es muy difícil aprender a ser democrático y esta madurez no viene dada de antemano. Es algo que se adquiere a través de los afectos que circulan dentro de cada familia y los valores que pasan a ser transmitidos por sus miembros y por la cultura en la que se vive inmerso.

Los padres y las madres forman los cimientos de la construcción subjetiva y social de los hijos. ¿Cómo podemos favorecer que se conviertan en adultos demócratas?

Según el psicoanalista norteamericano Donald Winnicott, “para que se instale la democracia, es necesario que la sociedad haya alcanzado una cierta madurez emocional”. Y añade que la interferencia excesiva en los primeros momentos de la relación madre-hijo puede debilitar el potencial democrático de una sociedad. El bebé, al no diferenciarse de la madre, necesita un tiempo para construir su propio “yo”, debido a la inmadurez total con la que llega al mundo. Arropando al dúo que forman madre e hijo se encuentra el padre, que será una pieza fundamental para la madurez emocional del hijo o de la hija, ya que su función educativa los ayuda a separarse de la madre y aceptar las diferencias. Ahora bien, todos los padres y las madres hemos aprendido de la generación anterior y estamos marcados por su huella.

Evitar errores:

  1. 1

    Es conveniente dejar de culparse cuando un hijo muestra problemas de comportamiento o convivencia. Hay que hacerse responsable de la situación y ofrecerle ayuda.

  2. 2

    No hay que suponer que las restricciones que hay que poner a los pequeños les perjudican. Lejos de ello, les enseñan a controlar impulsos y a respetar a los otros.

  3. 3

    No debemos creer que que los hijos no necesitan ayuda si se comportan de forma autoritaria. El menor disfrazado de dictador tiene miedo a crecer y precisa salir de una demanda exigente e infantil.

Autoridad sin autoritarismo

Mario, de 14 años, tenía algunos problemas en el instituto. No toleraba que le llevaran la contraria o que no se hiciera lo que él decía. Cuando se pegó con un compañero, la tutora llamó a sus padres y ellos decidieron llevarlo a un tratamiento psicoanalítico.

Carlos, su padre, se encontraba desbordado ante el comportamiento de Mario y discutía constantemente con él. Pero poco después de empezar el tratamiento, el adolescente dijo una frase que le sorprendió incluso a sí mismo: “ Creo que mi padre no me quiere. Mi abuelo sí me hacía caso y me decía lo que tenía que hacer. A mi padre le da igual lo que yo haga”.

El abuelo de Mario había muerto un año antes y su pérdida había afectado mucho a la familia. Era un hombre rígido, que educó a su hijo Carlos con una fórmula demasiado dura, pero con su nieto había sido mucho más cariñoso. Por su parte, Carlos había intentado hacer lo opuesto a su padre, dejando a Mario sin guía, porque cualquier limite le parecía una coerción excesiva. Cuando el niño pudo elaborar que las características de su padre no tenían que ver con una falta de amor, pudo madurar psíquicamente. Intentando ser un padre distinto a su progenitor, Carlos no se había dado cuenta de lo que necesitaba su hijo, que vivía su permisividad como un abandono.

¿Qué podemos hacer?:

  • Inconscientemente, podemos transmitir a los hijos actitudes que dependen de cómo hemos sido educados. Reflexionar sobre ello es importante para no inculcarles intolerancia.

  • La aceptación de las características de los hijos que se apartan del deseo de los padres es la mejor lección de tolerancia que les pueden dar. Así se construyen personalidades democráticas.

  • Si los padres son intolerantes o autoritarios, los hijos tienen que librarse de su influencia para llegar a respetar la diferencia con el otro.

Hay tres modelos básicos a través de los cuales madres y padres pueden fomentar, o no, el sentimiento democrático:

1. Autoritario: trata de controlar el comportamiento de sus hijos y que se ajusten a un modelo de conducta. Exige una obediencia incondicional y castiga enérgicamente la desobediencia. Actúa con patrones rígidos que le impide tener en cuenta las necesidades de los niños, que entienden que para ser queridos tienen que someterse.

2. Permisivo: no es exigente ni controlador y sí relativamente cariñoso, pero se siente inseguro en su rol y tiene poco control sobre sus hijos, que tienden a ser indulgentes, inadaptados, destructivos e inmaduros.

3. Democrático: es el que trata de encauzar, dirigir y acompañar a sus hijos. No niega los problemas, sino que los aborda y colabora en su resolución. Ejerce su rol con autoridad, pero sin autoritarismo. Sus hijos suelen estar dotados de un buen grado de autoestima y autocontrol, y tienden a desarrollarse satisfactoriamente dentro de la sociedad.

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