Un grupo de jóvenes charla en un restaurante en las montañas de Teherán, una de las zonas de ocio de la capital. /
Mientras espera a que el tráfico avance en una de las avenidas de Teherán, Reihane Taravati aprovecha para mostrarnos las imágenes que le ocasionaron problemas con las autoridades en 2014 cuando, con un grupo de amigos, hizo un vídeo con la canción Happy, de Pharrell Williams. En él, Reihane, que entonces tenía 23 años, aparecía bailando y cantando vestida con una camisa azul y un pañuelo que dejaba parte del cabello al descubierto y llevaba los labios pintados de rojo. “Lo grabamos para unirnos a la campaña del Día Mundial de la Felicidad. Queríamos mostrar que las nuevas generaciones de iraníes somos gente divertida y que conocemos la música actual”, explica Reihane, que fue condenada a un año de prisión.
Con una sonrisa que no abandona ni en medio de los monumentales atascos de esta ciudad, la joven va a visitar a uno de sus clientes, al que gestiona su estrategia en internet. Ella cree que las redes, especialmente Instagram, no solo han ayudado a poner en contacto a los jóvenes iraníes con el mundo, sino que también han sido una plataforma para que las mujeres puedan crear negocios y ser independientes. “Cada vez conozco más jóvenes que trabajan para sí mismas y eso me produce una gran alegría. Hace cinco años, cuando me presentaba en una empresa para ofrecer los servicios de mi compañía, su aproximación era diferente a la de hoy; esto ha mejorado”, apunta, al tiempo que destaca algunos cambios que se han producido en su país respecto a las mujeres, desde la victoria de la Revolución Islámica en 1979, hace ahora 40 años.
Por aquel entonces, gran parte de la población –personas de todos las creencias y estratos sociales, y también muchísimas mujeres– salió a la calle para luchar contra el régimen del sha Mohammad Reza Pahleví. Sus reivindicaciones eran diversas, pero les unían sus ansías de libertad, la lucha contra la desigualdad y la reclamación de una mayor independencia internacional, especialmente de Estados Unidos, el máximo valedor de la monarquía. Para conseguirlo, los revolucionarios unieron sus fuerzas en torno al ayatolá Jomeini, un clérigo exiliado por sus críticas al monarca, que terminó liderando la revolución que desembocaría en una República Islámica. Lo irónico fue que esas mismas mujeres que contribuyeron a la victoria acabaron convertidas en ciudadanas de segunda clase.
Mujeres practicantes del Islam hablan con la profesora de caligrafía persa en un whorkshop organizado en conmemoración del cumpleaños de Mahoma. /
Su vida y su palabra, por ejemplo, pasaron a valer la mitad que la de un hombre. Si querían divorciarse, dependían de la voluntad de su marido; y si deseaban acceder a un trabajo, casarse o salir del país, necesitaban el permiso del hombre que las tutelaba. Lo mismo ocurría en muchos otros ámbitos. Y a pesar de que en las dos últimas décadas las reclamaciones de las iraníes son cada vez más visibles y se han realizado algunas modificaciones en la legislación sobre temas relacionados con las dotes o las herencias, su posición todavía está muy lejos de ser igualitaria. A ello se suma la existencia de un sector de la sociedad que defiende postulados religiosos extremos y que no cree en la idea de que la mujer deba ser una parte activa del desarrollo de cualquier sociedad.
Pero las mujeres no se callan. Y cada vez más mujeres se están quitando en público el velo (hiyab), que es obligatorio en Irán desde el triunfo de la Revolución en 1979. Hasta hace un año, las iraníes que lo hacían eran recriminadas por sus conciudadanos o detenidas por las autoridades. Incluso eran atacadas por personas leales al Gobierno, que defiende la idea de que el velo no solo protege la moral, sino que también es uno de los pilares de la República Islámica.
Todo comenzó en enero de 2018, cuando varias jóvenes decidieron hacer este acto de rebeldía a plena luz del día en la capital, Teherán. El movimiento se conoce como el de las mujeres de la avenida Enqelab [Revolución], y si bien muchas han sido detenidas y castigadas, su iniciativa ha motivado a miles más para desafiar las normas. De hecho, cada vez es más frecuente ver que, cuando una mujer es detenida o recriminada por su manera de vestir, los ciudadanos reaccionan para protegerla. Muchos de esos actos de protesta quedan registrados en videos que más tarde se distribuyen en redes sociales, especialmente a través de la campaña “Mi móvil es mi arma”, que impulsa la periodista iraní Masih Alinejad, que está exiliada en Estados Unidos.
Pero esta no está siendo una pelea fácil. Lo sabe bien la abogada Nasrine Soutudeh, que se convirtió en defensora de las mujeres que en 2018 comenzaron a izar sus velos en las calles de Teherán en señal de protesta. Esta prestigiosa letrada –que colabora con la premio Nobel iraní Shirin Ebadi y cuyo trabajo fue reconocido en 2012 por el Parlamento Europeo con el Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia–, fue detenida en junio pasado. Otras ocho defensoras de los derechos humanos habían corrido la misma suerte unos meses antes. Los cargos presentados contra Soutudeh, que incluían los de propaganda en contra del Estado y promoción de la corrupción y la prostitución, terminaron en una condena extremadamente dura, incluso para los estándares iraníes: 38 años de prisión y 148 latigazos.
Y es que las normas sociales en Irán son ambiguas y la presión que ejerce el régimen varía en cada momento. Hay épocas en las que los ciudadanos pueden gozar de ciertas libertades y otras en las que las restricciones se imponen. Todo depende de la situación política que atraviese este país, donde quienes tienen una visión más radical se enfrentan a aquellos que, si bien forman parte del sistema, apoyan las reformas y un mayor aperturismo en diversos campos, incluido el comportamiento social. Esta realidad hace aún más complejo explicar este país, lleno de matices y cuya sociedad, gracias en parte al empuje de las mujeres, se ha ido transformando en las últimas décadas a un ritmo que sus dirigentes son incapaces de detener.
Juria (izq.) y Negar, ambas de 20 años y estudiantes de Ingeniería, fuman un narguile en la montaña Darband. /
Porque son las mujeres quienes, a pesar de tener las leyes en su contra, están ejerciendo una mayor presión frente al régimen para impulsar los cambios. Aunque la Revolución Islámica trajo consecuencias negativas para prácticamente la totalidad de las mujeres, en estos 40 años el sector más religioso y tradicional ha mejorado su posición dentro de la sociedad. Ejemplos hay muchos. Mientras que abogadas y juezas (como la premio Nobel Shirin Ebadi) fueron prácticamente expulsadas del ámbito judicial, un gran número de mujeres pudieron tener acceso a la educación y la cifra de universitarias se disparó significativamente. De hecho, en el periodo de la Revolución, especialmente desde el fin de la guerra contra Iraq, que se libró entre 1980 y 1988, el acceso de las mujeres a la formación superior superó el 55%, en parte porque los padres de familias más religiosas, que antes no aceptaban que sus hijas salieran de sus casas, aceptaron que pudieran estudiar. Y esa llegada masiva a las aulas estuvo también acompañada por una creciente incorporación al mercado laboral.
Pero estos avances en la lucha por el reconocimeinto de los derechos de las mujeres también han estado acompañados por numerosos sinsabores. El desempleo femenino es elevado y su representación en los cargos de decisión es aún muy minoritaria, especialmente en la política. En la actualidad, solo 17 de los 290 escaños del Parlamento iraní están ocupados por mujeres, una cifra que se puede analizar desde dos puntos de vista: el positivo es que nunca antes ha habido tantas parlamentarias; el negativo, que su representación solo alcanza el 6%. Es solo un ejemplo de las contradicciones que existen en el equilibrio de poderes.
En Irán, el sistema de Gobierno que se originó después de la Revolución es un modelo teocrático, en el que se combinan procesos democráticos y autocráticos. El poder máximo está en manos de dirigentes religiosos, a los que se les da el nombre de “líder supremo”, cargo que hasta ahora ha sido ocupado por el ayatolá Ruhollah Jomeini, que murió en 1989, y Ali Jamenei, que está al mando desde entonces. El líder supremo –que es designado por un comité experto de clérigos, que a su vez se elige mediante voto popular– tiene la última palabra sobre los aspectos más importantes del país y de él dependen todas las fuerzas del Estado.
Las instituciones democráticas, por su parte, están lideradas por el Parlamento y el presidente, que son elegidos por voto popular, previa aprobación de un consejo de guardianes que se cerciora de que los candidatos sean lo suficientemente religiosos y revolucionarios. De hecho, miles de nombres son rechazados en el proceso de selección previo a las elecciones.
Si bien el Gobierno tiene bajo su control las políticas económicas y sociales, sus decisiones pueden ser boicoteadas por otros elementos del régimen. Así se explica que gobiernos considerados aperturistas en aspectos sociales, como el del actual presidente Hassán Rohani, no logren sacar adelante muchas de las reformas sociales que plantean.
Un ejemplo: la propuesta de que al menos el 30% de las nuevas contrataciones de cargos públicos estén cubiertas por mujeres está aún lejos de concretarse. “Irán todavía es una sociedad patriarcal y esta visión se hace más evidente en estos procesos de elección”, explica la diputada Tayebeh Siavashi desde su oficina en el Parlamento iraní, donde trabaja acompañada de un equipo formado solo por mujeres. El sector más radical señala que una mayor participación pública de la mujer va en contra de los valores familiares en Irán y es una de las causas de la disminución del número de matrimonios y del incremento de los divorcios.
Azra, de 37 años, estudiante de Arqueología que trabaja como fotógrafa (dcha.), revisa una foto que ha hecho a otra mujer. /
Siavashi, que es experta en política internacional, forma parte de un grupo de mujeres independientes –algunas académicas– que se presentaron a las elecciones parlamentarias en 2016, con el objetivo de obtener el mayor número posible de escaños. “No hemos tenido logros extraordinarios –reconoce–, pero sí hemos conseguido victorias a menor escala, sobre todo en legislaciones que tienen que ver con los niños y los jóvenes. Esto me hace muy feliz, porque algunas de estas reformas han estado en el Parlamento durante más de 11 años y finalmente hemos logrado que se aprueben algunas leyes”.
La parlamentaria asegura que el mayor problema en Irán es que las mujeres no conocen sus derechos: de acuerdo con la ley iraní, ellas pueden especificar, al casarse, si necesitarán el permiso de su futuro marido para salir del país o para poder ascender en el trabajo. Sin embargo, son pocas las que lo saben y mucho menos las que se atreven a ejercer este derecho que les asiste.
Fakrhosadat Mohtashamipour, que participó activamente en las manifestaciones de 1979 para derrocar a la monarquía, se ha dedicado durante las últimas décadas a impulsar los derechos de las mujeres y a dar apoyo a pequeñas empresarias. “Aquellos que defienden los puntos de vista más represivos se oponen a que las mujeres alcancen puestos de relevancia, pero la mayoría de la opinión pública no. Una gran parte de la sociedad ha entendido que la mujer tiene que trabajar al lado del hombre para alcanzar ciertos grados de desarrollo”, afirma.
Mohtashamipour proviene de una familia extremadamente religiosa con la que ha tenido desavenencias. Pero su situación se agravó especialmente cuando su esposo, el reconocido político reformista Mustafa Tajzadeh, fue encarcelado como consecuencia de la cadena de represión que se desató en Irán tras las elecciones presidenciales de 2009, en las que el expresidente Mahmoud Ahmadineyad fue reelegido bajo un manto de dudas. Entonces Tajzadeh, hoy en libertad, se convirtió en uno de los mayores críticos de la República Islámica, lo que provocó el distanciamiento de su esposa con su familia. Afortunadamente, trabajar con diferentes organizaciones relacionadas con la mujer le salvó de caer en una depresión. “ He sido testigo de que el patriarcado ha dejado de ser un valor para convertirse en un antivalor. Aunque muchos padres defienden esta posición de dominio, han tenido que callarse, porque la juventud iraní ya no acepta esta opresión en la familia ni en la sociedad”, señala Mohtashamipour, que es madre de dos hijas.
Mehri Jamshidi forma parte de este inmenso grupo de jóvenes altamente cualificados que se ha quedado sin trabajo por la crisis de los medios de comunicación locales. Es fotógrafa y una de las pocas mujeres que se enfrenta al tráfico de Teherán en una bicicleta. “Al principio me daba vergüenza que pudiera caerme, pero quería hacerlo, era mi sueño”, recuerda.
Mehri ha llegado pedaleando hasta el café donde nos encontramos. Ha tardado más de una hora en recorrer ocho kilómetros, pero no le importa. La bicicleta, más que un vehículo, es una terapia para ella. Cuando siente que su ánimo decae o cuando la cabeza no deja de darle vueltas –algo que le pasa con frecuencia, según reconoce–, sale a pedalear. Lo hace sin hiyab, porque es incapaz de combinarlo con el casco, pero se cubre la cabeza con una bandana para impedir que el pelo quede al aire y, sobre ella, se pone el casco. Pero no es fácil, reitera, porque Teherán no es una ciudad preparada para hacer deporte, y menos si lo practican las mujeres.
Cualquier actividad física en Irán tiene que hacerse llevando velo y el cuerpo totalmente cubierto. Esta regla ha sido un obstáculo para decenas de deportistas, incluidas futbolistas, que no han podido participar en campeonatos y torneos internacionales por cuestiones de indumentaria. Y es que, aunque las cosas están cambiado, algunas limitaciones siguen vigentes e impiden muchas actividades a las mujeres.
Los estadios les han sido vetados durante décadas (también a las periodistas) y hasta hace unos pocos meses no se han flexibilizado algunas normas, aunque no de manera generalizada. Algunas mujeres han podido presenciar partidos internacionales de la selección iraní, pero la liga local sigue siendo masculina tanto en el campo como en las gradas.
Muchos clérigos y políticos radicales creen que estos escenarios no son apropiados para las mujeres. Argumentan que las tradiciones y la estructura familiar se pueden resentir si tienen acceso a este tipo de espectáculos. Para esta mentalidad conservadora, todos los avances de la mujer son una amenaza, pero esto no es un impedimento para que ellas sigan luchando. Tal como hace Ameneh Shirafkan, periodista y abogada experta en relaciones internacionales, feminista, activista por los derechos de la mujer, tuitera y aficionada a la mountain bike. Ella cree que, para que se produzcan los cambios, hay que predicar con el ejemplo: “Soy de las que creen que cada una de nosotras debe ser un pequeño modelo de transformación de la sociedad”, concluye categórica.
Sara. /
Tras divorciarse después de seis años de matrimonio, han tenido que regresar a casa de sus padres y vivir bajo el control de su familia, incluidos sus hermanos. No importa que sea una mujer económicamente independiente, ellos controlan con quién sale y a dónde va, especialmente ahora que tiene novio. Su vida no es diferente a la de muchas mujeres separadas que provienen de familias tradicionales, que creen que una divorciada puede ser vista como una prostituta. Pero mujeres como ella buscan la manera para escapar del control, aunque eso implique romper las reglas. “Odio tener que llevar este trapo en la cabeza”, dice Sara, que se lo quita siempre que puede.
Shamin. /
Como una buena parte de la juventud iraní, sueña salir de su país y viajar por Europa. Quiere experimentar esa sensación de libertad, de poder vestir lo que quiera y no tener que pensar dos veces antes de actuar. Quiere ser dueña de sus propias decisiones y no que la República Islámica o el que dirán le impongan qué puede hacer y qué no. “Para los europeos, Irán es exótico, pero para nosotros es justo al revés”, señala Shamin, que cursa segundo año de Informática.
“A veces nos quitamos el velo durante un rato, cuando vemos que es posible. La presión no es tan grande como antes. Alguna vez nos han llamado la atención, pero no ha pasado nada”, explica.
Mona. /
Ha rehusado casarse muchas veces, a pesar de que su madre y sus tías le han presentado a varios candidatos. Ella asegura que no tomará la decisión hasta que no conozca el hombre con el que le gustaría crear una familia. Por el momento, su familia acepta su modelo de vida, que no es habitual. Trabaja como guía turística, especialmente en capitales europeas, y también viaja sola. No le da miedo enfrentarse al mundo, a diferencia de su madre, que tras la Revolución decidió cubrirse con el chador negro de las mujeres conservadoras, que el régimen quiso imponer como indumentaria. Hoy no es capaz de quitárselo.
Nilufar. /
La decisión de llevar el pelo al descubierto es un acto de rebeldía para Nilufar, que viene de una familia muy tradicional. Ella lleva años revelándose contra el modelo de vida que le quisieron imponer en su casa y ha decidido no seguir sus reglas. Al menos las del vestir. Estudió Contabilidad, pero nunca ejerció. Ella quería dedicarse a algo relacionado con la belleza, así que hizo un curso de peluquería y hoy trabaja en un famoso salón de belleza, donde se encarga del diseño de cejas, una responsabilidad grande en Irán donde las cejas son un símbolo de belleza y limpieza. En este salón ha encontrado una vía de escape a su vida familiar.