Tiene 47 años y es una princesa, no al estilo de la realeza tradicional, sino de la nueva élite empresarial del mundo. Su reino: una de las más importantes compañías de tecnología, la primera de China, Huawei, presente en 170 países, con 180.000 empleados y una facturación de más de 41.000 millones de euros anuales. Su padre, Ren Zhengfei, exmilitar, es el fundador y dueño; y ella, su hija mayor, la vicepresidenta y directora financiera.
Como en los cuentos, Meng Wanzhou -que también usa los nombres de Sabrina y Cathy- está presa en un país lejano por orden de un señor muy poderoso. Desde el pasado mes de diciembre, permanece bajo arresto domiciliario en Vancouver, Canadá, donde fue apresada mientras hacía una escala para regresar a China.
Nació en 1972, en Chengdu. Su madre era hija de un alto funcionario del partido Comunista.
En los 80, su familia se mudó a Shenzhen. Su padre fundó allí Huawei en 1988.
Entró en la empresa como recepcionista, en 1993. Hizo un Máster de Contabilidad y se convirtió en directora financiera en 2011. En 2018 fue nombrada vicepresidenta.
Está casada y tiene cuatro hijos, de entre 20 y 10 años.
Tiene permiso de residencia en Canadá desde 2009.
Está acusada por Washington de 13 cargos de fraude y conspiración por saltarse presuntamente las sanciones de EE.UU.
El poderoso señor es Estados Unidos, que la acusa de violar el embargo contra Irán, cuando estuvo al frente de una empresa subsidiaria en Hong Kong. Y Canadá cumplió la orden de arresto. La ira de su padre y del Gobierno chino no se hizo esperar. Claman que no van a permitir su extradición. Para ellos es un caso de persecución política. Las represalias no tardaron en llegar: casi inmediatamente, dos ciudadanos canadienses fueron detenidos en China, como sospechosos de espionaje. La guerra de los señores de Oriente y Occidente no ha hecho más que empezar. Y uno y otro utilizarán todo su poder para ganarla. Su desacuerdo comercial es solo el primer capítulo. Veremos discursos encendidos y condenas expeditivas. Y el acto de comprar un móvil puede convertirse en una osadía.
Hasta su detención, Meng había sido la cara visible de Huawei. Lleva 25 años trabajando en la empresa y hace 10 empezó a aparecer tanto ante los medios, para comunicar sus resultados, como ante sus empleados. Dicen que es discreta y disciplinada, siempre viste de oscuro y se la ha visto en alguna foto saludando a Putin. Hoy espera en Vancouver, en una de sus dos mansiones, en libertad condicional y con una pulsera electrónica en el tobillo, a que se resuelva su extradición, lo que puede tardar dos años. Ha pagado una fianza de 10 millones de dólares canadienses (6,5 millones de euros) y la policía la vigila. Está acusada de delitos penados hasta con 30 años de cárcel.
Los señores de Oriente y Occidente seguirán acusándose de incumplir la ley. Ninguno permitirá que el otro haga suyo el mercado mundial. Y, como en las justas medievales, Meng estará mientras tanto en silencio, pendiente de hacia qué lado cae la balanza. En realidad, de cuándo decidirán ponerse de acuerdo para repartirse el botín.
20 de enero-18 de febrero
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