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En la vida, en contadas ocasiones, sentimos una inesperada, súbita y potente atracción erótica (imaginativa y con carácter de vinculación). Es a esta intensa sensación a la que suele llamarse " amor a primera vista". Y sí, esa atracción súbita existe y es real, pero eso no significa que sea amor. De hecho, como experiencia, el flechazo es universal y no depende de factores culturales: le puede pasar igual a un animista de Botsuana que a un ateo de Algete. Lo que sí depende de factores culturales es que asociemos exclusivamente lo que nos está sucediendo con el sentimiento amoroso.
Vincular el flechazo con el amor, y no, por ejemplo, con la pasión o el deseo, tiene que ver con el paradigma del llamado amor romántico, un concepto que se hizo fuerte en nuestra cultura hace ya varios siglos. Según esta visión, puesta en entredicho en nuestros días -ya que, en realidad, cada vez tenemos menos claro qué es el sentimiento romántico-, el amor sería algo fraguado en los cielos y, por lo tanto, totalmente fortuito. Algo que nos arrebataría sin que hubiera control o voluntad que interponer; un encuentro inesperado al que febrilmente, y con hervor en la sangre (es decir con "fervor") nos entregaríamos. Visto así, no tendría sentido ponerlo en tela de juicio, pues no se puede enjuiciar, ni cuestionar, ni mejorar lo que ya es ideal.
Entraría aquí el mito de los ideales platónicos, que tanto tiene que ver con esa imagen del amor concretado en media esfera (la media naranja); un estado que nos completa y nos devuelve a nuestro estado original, gozoso y pleno. Según este mito, el amor sería fruto del destino: no se rechaza ni se cuestiona, solo se puede asumir como una bendición que, a saber por qué, nos ha tocado a nosotros. En esta escena irracional nada sabemos, en realidad, del otro, al que no hemos escogido. Nos dejamos llevar por algo que ya "ha sucedido". Por eso decimos que ese amor, aunque a primera vista, es ciego.
Entendido así, el amor sería un acto del todo involuntario, como tropezar con una piedra o encontrar un billete de lotería premiado en la acera. Lo único que cuenta es recibirlo, dejarse aplastar por él, verlo. Como dice la romántica canción de Fito Páez: "Yo simplemente te vi".
Pero el amor necesita algo más que una irracional euforia en la que proyectamos en el otro todo lo que no sabemos de él. El amor necesita ser consensuado, sostenido, acordado de manera explícita y racional, no solo emocional. Y todo esto sin pretender convertirlo en una especie de contrato mercantil estipulado hasta la menores cláusulas, domesticado, alejado de la pasión, el dolor o la incertidumbre. No, eso tampoco sería amor.
El flechazo es, pues, esa emoción psicofísica de enorme intensidad primaria e irracional, que seguimos concibiendo como amor dentro de su concepción romántica. Las palabras con las que nombramos esa experiencia son claras: "A primera vista" (es decir; sin que haga falta mirar o calibrar mucho) o, en inglés, at first sight (que significa lo mismo que en castellano); pero también "flechazo" (en referencia a las caprichosas locuras del angelote arquero que es Cupido); en francés, un coup de foudre (literalmente, el impacto de un rayo) o para los millennials a los que tanto les gusta renombrar, crush (algo así como "aplastamiento").
Todas estas expresiones llevan implícita esa condición de emoción súbita, involuntaria, imprevisible, de algo que nos sobrepasa; un suceso sobre el que no tenemos control y que, al provocar la plenitud, nos ilumina. Y es que, independientemente de que podamos llamarlo, o no, amor, el flechazo es siempre un acontecimiento y nos produce una sensación de extrañamiento de nosotras mismas y del mundo porque creemos que viene cargado (con razón o sin ella) de sentido y verdad.
Y es que este tipo de emoción afecta a nuestro entendimiento tanto como a nuestro cuerpo; ya que al asombro, y a la increíble sensación de plenitud psíquica, se añaden un baile hormonal (compuesto, sobre todo, de adrenalina y dopamina) que nos genera esas palpitaciones y sonrojos (por alteración del flujo sanguíneo), esa sudoración en las extremidades o ese hormigueo que damos en llamar mariposas en el estómago...
Pero para ser sincera, todos estos fenómenos siguen sin explicar en sí mismos gran cosa de lo que es un flechazo. Como tampoco la composición de los pigmentos o los materiales del lienzo de La rendición de Breda, de Velázquez, nos dicen gran cosa sobre cuadro. Al final, el significado -del cuadro o del flechazo- se encuentra en el sentido que le otorgamos, y ese sentido depende exclusivamente de nuestra experiencia.
Casi todas las mujeres hemos disfrutado en alguna ocasión de ese momento casi místico, ese arrojo erótico que engalana al otro con bellos ropajes. Es más: son más las mujeres que experimentan un flechazo -al menos una vez en la vida- que un orgasmo. Y eso que el amor a primera vista parece afectar más a los hombres, ya que nosotras bajamos con más dificultad la barrera racional.
En torno al flechazo hay muchas cuestiones curiosas. Por ejemplo, la ciencia -o la pseudociencia- no acaba de concluir si existe realmente o no. Algunos psicólogos atribuyen el amor a primera vista a una falseada -por idealizada- construcción de los recuerdos del primer encuentro. Tampoco hay consenso sobre los requisitos necesarios para que se produzca. ¿Basta con ver al otro? ¿Con olerlo? ¿Es necesario que haya contacto físico? Sí parece haber más seguridad sobre dos puntos. En primer lugar, lo desencadena con más frecuencia una persona atractiva que otra menos agraciada; en segundo, casi nunca es recíproco pero, si el flechazo nos envalentona y termina con el establecimiento de una relación sentimental, la otra persona termina por creer que, en aquel primer encuentro, también sintió el mítico flechazo (y no, por ejemplo, una normal apetencia erótica que se acabó convirtiendo en el primer paso de una relación).
El amor a primera vista tiene otra particularidad que la neurociencia no puede explicar, pero que intuimos sin dificultad: si se espera, no llega. El flechazo no puede preverse y siempre la sorpresa es su condición más radical.
Para terminar, es importante decir que conviene tomarse el amor a primera vista con cierta cautela, ya que el estado emocional que produce es tan gratificante y ciego... como inadecuado para evaluar si nuestro "asaeteado" será la persona idónea para acompañarnos durante un tramo de la vida. Y es ahí, en ese juicio sesgado, donde reside el principal peligro del mítico flechazo.
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