En los códigos del apareamiento humano hay algo que ha cambiado. Nadie se pide el teléfono, hace mucho tiempo que solo te llaman las teleoperadoras. Me cuentan que ahora la gente se intercambia el usuario de Instagram y desde ahí, si se tercia, empieza una operación de acoso y derribo con likes compulsivos y mensajes directos a las stories. Instagram permite ir intimando con alguien a quien conoces poco, pero que no le importa abrir las puertas de su vida y su corazón. Porque eso y no otra cosa es una cuenta de Instagram.
Ya sabemos separar el grano de la paja, pero hecha esta aclaración no se puede negar que Instagram aporta un contexto visual y una información estética sobre esa persona que nunca podría conseguirse con una conversación telefónica. Además, es menos invasivo que pedir el teléfono. Se crean menos expectativas y eso siempre es bueno en el territorio del romance virtual. Ahora, en 2019, la mayor señal de que hay interés sentimental es que alguien te ponga con cierto morbo su teléfono en la mano con el Instagram abierto para que tú misma te encargues de que él o ella te siga. ¿Puede imaginarse un gesto más romántico?
Dar tu usuario de esta red social ya no es una acción inocente. Es como entregar la llave de tu biografía digital (con filtros) o, al menos, la que te gustaría que fuera tu biografía. El resto lo pone la situación y el contexto, Instagram da muchas posibilidades de mantener una conversación abierta en términos muy ligeros sin abrir los grandes melones filosóficos.
Permite ir avanzando en una relación sin riesgo de resultar intrusivo ni pesado porque la conexión siempre parece menos intensa. Incluso, puedes seguir a esa persona que te gusta sin que apenas lo note, siempre que su cuenta sea pública.
Instagram es una experiencia de inmersión en la vida aspiracional del otro. Nadie tiene exactamente la vida que cuenta en sus fotos, pero es lo que le gustaría que fuera. Además, suele haber una gran variedad de selfies hechos ante la implacable cámara frontal de los teléfonos, y ahí sí que no hay engaño posible. El selfie suele ser la peor versión de uno mismo. Si te gusta el selfie te gusta todo lo demás. Te lo aseguro.
En Nueva York, esa ciudad donde todo ocurre primero, se acuñó en 2017 el término Tindstagramming, un palabro que mezcla los nombres de Tinder e Instagram y que describe la tendencia de usar Instagram según las reglas de Tinder. Es decir seguir a una persona para ligar. Además, si vienen mal dadas, Instagram te regala un modo de irte de rositas: darle al botón unfollow y empezar otra vez.
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