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"Amor rural: el universo tiende al caos", por Pina Graus

"Lo hemos intentado. Pero tú y yo sabemos que es inútil. El universo tiende al caos. Y siempre gana el universo".

maite niebla

Pina Graus
Pina Graus

Te va a cambiar la vida. Tienes que hacerlo. Repite mentalmente: "Acabaré con ellos", asegura Lis y, emulando a la boa de El libro de la selva, canturrea: "Confía en mííí...". "De acuerdo Lis, o ellos o yo, ¿empezamos por el centro neurálgico?", sugiero mirando a Martina, que observa a Lis con desconfianza. No solo en el amor, también en la amistad el número tres puede ser conflictivo.

Al entrar en la cocina la alacena se balancea, como si platos, fuentes y ensaladeras intuyeran su inminente destierro. Martina coge una tetera y la coloca sobre la nevera. Le cuesta tanto o más que a mí desprenderse de los objetos. Entre su casa y la mía podríamos montar un bazar. Tras una selección despiadada a manos de Lis, platos, platillos, juegos de café, jarritas, copas y vasos van desapareciendo. De ahí, al armario de las cazuelas.

Sartenes, espumaderas, cucharones, cubiertos, abrelatas y abrebotellas parecen temblar. Lis canta como una niña de San Ildefonso: "Ollassintapaaa, a la cajaaaaa; cazuelasssintapaaaaala cajaaaa...". Vasos, unos mil. Dejamos una docena. Tazas, dos mil. Tapas sin tupper, cinco mil. "Jarras de purificar agua, fuera: prefiero la fuente", digo contagiada por el entusiasmo de Lis. Martina me mira con reproche. "¿Vais a tirarlo todo?", pregunta.

Las baldas combadas por el peso parecen recuperar su forma: Lis sonríe satisfecha. "¿Ves? Hay esperanza. ¿A que no es tan difícil? ¿Seguimos? Exprimidores, tres; planchas, dos". "Batidoras, X", respondo de buen humor.

Mientras guardamos vajillas y cachivaches, les cuento la desaparición forzosa de mi colección de cafeteras a manos de un visitante ocasional. "Un amigo al que hacía años que no veía. Sin decirme nada, emprendió una cruzada contra los atrapapolvos: según él, todo objeto inútil. Las tiró todas menos una. Al ver el armarito vacío, ¡pensé estrangularle!". "En realidad te hizo un favor. Y el café no te hace falta", dice Lis.

De la cocina, pasamos a mantas, cortinas y colchas. Como aquí empieza a refrescar en agosto, intento ser comedida. Martina me advierte: "Piensa que llegará el otoño y el invierno". Tiene razón. La última vez, lo tiré todo. Meses después, rebuscaba desesperada diciendo: "¿Dónde está ese abrigo...?".

Le llega el turno a recuerdos, objetos varios, zapatos y novedades que abandonan altillos y cajones. Y por fin llegamos a un tema delicado. Libros. "¡No soy capaz!", murmuro. Lis no se inmuta: "Yo sí". Dos horas más tarde, las estanterías siguen repletas, pero aligeradas. "Vamos a tomar algo. Nos lo merecemos", propone Lis contemplando las cajas cuyo destino es un rastrillo.

Al salir, me parece escuchar un murmullo en la cocina y, del armario del pasillo, ¿unas risas sofocadas? Le digo a Martina: " Cuando cerremos la puerta, saldrán de sus cajas, correrán a ocupar su lugar y todo volverá a hacerse bola". Ella sonríe: "Lo hemos intentado. Pero tú y yo sabemos que es inútil. El universo tiende al caos. Y siempre gana el universo".

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