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"Perdona, pero tú no eres un auténtico 'friki'", por Caitlin Moran

"En el siglo XXI, ser un friki es ser parte de la cultura dominante. La ciencia ficción y la fantasía ya no son entretenimientos marginales para raritos: Star Wars, Juego de Tronos, El Señor de los anillos y las películas de Marvel son las franquicias más vistas de la historia".

Caitlin Morán. / MARK HARRISON

Caitlin Moran
Caitlin Moran

La historia de "lo friki" es engañosa. En sus orígenes el término era peyorativo. De hecho, en los institutos del siglo XX era la palabra que escuchabas justo antes de que alguien te metiera la cabeza en el váter simplemente porque te gustaban las mates, los cómics, la fantasía heroica o el naciente pasatiempo de la "informática".

Todo eso quedó en el pasado. Porque si fue indudablemente un insulto hasta, digamos, 1997, hoy en día sucede todo lo contrario. Han dejado de ser los eternos perdedores. De hecho, en el siglo XXI, ser un friki es ser parte de la cultura dominante. La ciencia ficción y la fantasía ya no son entretenimientos marginales para raritos: Star Wars, Juego de Tronos, El Señor de los anillos y las películas de Marvel son las franquicias más vistas de la historia.

Es por ese aparente viraje de la cultura que el término es constantemente sujeto de apropiacionismo. La gente de mi generación que usa la palabra freak, por ejemplo, sigue imaginándoselos como marginales, disidentes, casi antisistema, una idea antes despectiva que ahora es reclamada con orgullo. Quizás por eso es bastante común ver en Facebook -o escuchar en la barra de un bar- que, cuando alguien está a apunto de hablar de música, series, películas o política suelta algo como: "Perdón ¿eh? Es que soy muy friki de las series". O de las música. O de las pelis. "¡Soy muy friki!". Pues bien, tengo un mensaje ti: no, cariño, no eres un friki, solo te gustan algunas cosas. Te gustan las series, te gustan las películas, te gustan los cómics o las novelas de romanos. Y ya está. No vayas por ahí autoproclamándote el frikazo del siglo, porque no lo eres. Es más, te digo algo, hacer eso es ir falsamente de humilde: puro postureo, comportamiento de alfa disfrazado con discurso de beta. Porque cuando alguien va por ahí diciendo "soy un friki", pretende ser una persona irremediablemente avergonzada de su pasión desproporcionada por algo -"Ay, es que lo sé todo sobre Los cazafantasmas, flipa"-, pero lo que realmente está haciendo es vanagloriarse de su conocimiento de tal o cual materia. No tiene interés alguno en debatir nada y simplemente espera que su audiencia de turno le diga algo como "no puedo creer lo sorprendentemente sexy que es tu frikismo, ¡eres genial!". Sí, decir "soy un friki" es una burda táctica para monopolizar conversaciones y hacerse el guay. Porque los de verdad existen, pero ninguno de ellos cree realmente que lo es. O, por lo menos, no es un título que reclamarían para sí. Mi marido, por ejemplo, tiene más de 50.000 discos -expandiéndose por cada habitación, trepando por la escalera, enredándose entre mis piernas-, pero ni él ni ninguno de sus amigos con síndrome de Diógenes musical se describirían a sí mismos como frikis. Si les preguntas cómo describirían su afición seguramente te respondan (parpadeando ostensiblemente): "Pues... la música mola... así que tengo un montón".

Sir David Attenborough -el autor de la exitosísima serie documental Nuestro planeta- jamás diría "soy un friki de la naturaleza", Stephen Hawking nunca hubiera dicho su voz robótica: "Soy un friki de la física, así que voy a teorizar un poco sobre la radiación". La marca de identidad del verdadero friki es asumir, ingenuamente, que todo el mundo tiene un mineral tectosilicato favorito ("¡Feldespato!"), como hace mi hermana. O usar, como tópico para una conversación casual, el siguiente comentario "¿Cuál es tu anécdota favorita sobre Jung? La mía es cuando fue a una fiesta y dijo estar "canalizando el espíritu de Dioniso" y luego empezó a azotarle el culo a Freud con un paño de cocina hasta que Freud se mosqueó y se fue". (Otra hermana. Sí, estoy rodeada de frikismo).

Verás, friki de barra, fraude, los frikis reales pasan la mayor parte de su vida humana no alardeando de sus conocimientos específicos y detallados sobre las cosas, sino intentando adquirirlos de los demás. Una persona realmente obsesiva es dolorosamente consciente de lo poco que sabe y de lo corta que es la vida para seguir aprendiendo. Están siempre ansiosos por darle un bocado más al Pastel del Conocimiento antes de morir. Me hacen recordar aquella vez que un tipo muy majo se pasó una hora preguntándome mis opiniones sobre arte político, opiniones que por supuesto le di con un aire pretencioso de sabelotodo solo para descubrir más tarde -porque otra persona me lo dijo- que aquel tío era Banksy.

Así que, si bien aplaudo el frikismo real -nunca sobran las personas real y sobrecogedoramente apasionadas por algo-, quiero dejar sentado que cualquiera que te diga en una fiesta que es un friki es, de hecho, solo alguien a quien le gusta algo. Los verdaderos probablemente ni siquiera estén en la fiesta, sino en su casa puliendo su feldespato.

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