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"¿Se puede superar el machismo?", por Isabel Menéndez

El menosprecio a la mujer no solo se manifiesta de forma explícita, a veces se esconde sutilmente en las relaciones. ¿Puede un hombre machista superar la tendencia a considerarse superior?

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Isabel Menéndez
Isabel Menéndez

El machismo es el disfraz del miedo que sienten muchos hombres ante la mujer. La menosprecian porque la temen y necesitan sentirse superiores a ella. Además, el machista no soporta su propio lado femenino porque le hace sentir frágil. El escudo del machismo viene a tapar las fallas que esa persona tiene en su propia subjetividad. Ha carecido de una maduración psíquica adecuada y reafirma su masculinidad porque no está seguro de ella y teme inconscientemente no ser lo “bastante hombre”.

El machista teme no ser lo "bastante hombre", duda sobre su identidad.

Es alguien que ha quedado atrapado en una sexualidad infantil, dependiendo de una madre que ha interiorizado como a una mujer idealizada y poderosa y a la que, en el fondo, no puede sustituir por otra. El machista desprecia a la mujer con sexualidad porque, o no ha tenido un padre con el que haya podido identificarse o también era un machista con una identidad viril precaria.

Todos tenemos prejuicios arraigados contra la feminidad. Si queremos dejar de tenerlos, habrá que investigar con rigor y profundidad cómo se construye nuestra identidad sexual. Para Freud, tanto la identidad sexual femenina como la masculina, son “construcciones teóricas de contenido incierto”, lo que quiere decir que se llega a ser hombre o mujer tras una construcción que se realiza después de una serie de identificaciones con ambos progenitores.

El machismo es fruto del desprestigio por el que pasa la madre cuando el niño descubre la diferencia de los sexos y advierte que su progenitora es limitada. A partir de ese momento, el hijo asimila la mujer a lo débil, lo que le impide valorar lo que de femenino hay en él. Pero, para mantener a la madre en un lugar idealizado y omnipotente, –para que la madre lo tenga “todo”– proyecta ese desprestigio sobre las demás mujeres, a las que desvaloriza. Cuando esto sucede, queda detenido su proceso de adquirir una identidad viril capaz de valorar lo femenino que hay en él. En este caso, habría que decir que el padre no ha podido cumplir su función, ya que no le ha ayudado a separarse de la madre.

Así, el machismo es la vigencia de la sexualidad infantil en el adulto, tanto si hablamos de un hombre machista como si se trata de una mujer machista.

Las claves:

  • Para superar el machismo hay que trabajar desde lo que se transmite culturalmente y lo que se interioriza de forma inconsciente por la historia emocional familiar.

  • El psicoanálisis nos permite pensar una mujer que se haga responsable de su deseo, de su capacidad de gozar, de amar y de producir. Una mujer que ponga palabras a lo que ella quiere y deje de ser el objeto del deseo del otro. Una mujer que, en definitiva, se haga responsable de su vida.

Aceptar la diferencia

La comida para celebrar que a Enrique le habían nombrado director se había acabado y los amigos se habían ido. Elena se sentía incómoda, pero sabía la razón de su inquietud. Durante la reunión se estuvo hablando del trabajo de él, pero hacía cuatro meses a ella también la habían ascendido y a Enrique no se le había ocurrido que fuera algo digno de ser celebrado. Elena estaba un poco harta de que el trabajo de su pareja estuviera siempre por delante del suyo. ¿No era esa una actitud machista? Ella había realizado una terapia psicoanalítica antes de tener su primer hijo y en ese proceso pudo elaborar la conflictiva relación que había mantenido con su padre, un hombre machista y con grandes dificultades.

Su marido no era un machista, pero tenía actitudes que sí lo eran: le gustaba mostrarse a los demás como alguien con mucho más poder que ella. Luchaba por superar a un padre que nunca había tenido la capacidad de mantener a su familia y por ello valoraba más su propio trabajo que el de su mujer. “¿No te parece llamativo que solo hayamos celebrado tu ascenso y no el mío?”, le preguntó esa noche cuando se quedaron solos. Enrique se quedó callado. Poco después, le respondió: “Tienes razón no es justo, lo siento”.

Lo ocurrido les sirvió para reflexionar. Enrique pensó en su exigencia de mostrarse potente. Elena, en su culpa por disfrutar tanto con su trabajo, ya a veces se sentía más cansada en su labor de madre que de profesional, y eso le hacía sentir mal.

Esta pareja puede superar los deslices machistas que se cuelan en su relación porque ha llegado a tener una identidad firme y sin miedo al otro, con el que comparte su vida. Él acepta su propio lado femenino y ella, su tendencia a ser una madre omnipotente.

LA PALABRA. La bisexualidad originaria:

  • Según el psicoanálisis, todo ser humano tendría originalmente disposiciones sexuales masculinas y femeninas. La sexualidad infantil es reprimida y a los cuatro años el complejo de Edipo organiza sentirse adscrito a uno u otro sexo.

  • Así, en los avatares que el niño y la niña recorren en su infancia, identificándose con la madre primero y después con el padre, se irá decan-tando su identidad sexual. La rivalidad con la figura del mismo sexo (la madre en el caso de la niña y el padre en el del niño) es crucial en ese proceso.

Para superar el machismo hay que tener un alto grado de conocimiento sobre nosotros mismos, sin engaños. El machista se engaña a sí mismo; la mujer machista, o la que lo soporta, también. Lo hace cuando coloca al hombre en un lugar superior a ella y no puede valorar su feminidad.

Lo más difícil en la evolución psíquica es aceptar las diferencias sin menospreciar al otro, es decir, reconocer aquello que nos falta y que también es valioso. Ninguno de los sexos lo tiene todo. En realidad, en lo único en lo que somos realmente iguales es en nuestro límite: todos somos mortales.

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