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Amor en tercera vuelta: "Estoy deseando que os liberéis", por Paloma Bravo

"Tu novela es feminista, ¿no? Yo también soy feminista, lo soy de verdad. Y eso que me he criado en un ambiente machista, pero lo soy. Estoy deseando que os liberéis las mujeres". Y, ahí, por primera vez en toda la comida casi me salta el pensamiento a la boca"

maite niebla

Paloma Bravo
Paloma Bravo

Intento no hacer spam, pero... en estos tiempos en los que todo el mundo escribe y nadie lee, me toca promocionar mi novela por tierra, mar y aire. O sea, en Facebook (cuando quiere y me deja el algoritmo), en Instagram (¿cómo se hace sin selfies ni gatos?), en Twitter (entre el ruido y la furia) y, sobre todo, por Whatsapp. Antes de que me lo pidiera la editorial, ya me había montado mis propias listas de difusión. Excluyendo a los ex (con perdón de la redundancia, sin arrepentimiento ni rencor). Lo que no sé es qué hacer con todos esos contactos que se llaman a sí mismos amigos y hace años que solo mandan el típico whatsapp de "Feliz Navidad, a ver si nos vemos...". Estoy segura de que la amistad implica estar, que no se gestiona vía mensaje, pero un libro es un libro. "En caso de duda, envía", dice mi mente racional. "Al fin y al cabo, siempre cabe la posibilidad de que lo compren...".

Así que con ese mensaje invasor alegro a mis amigos (que saben lo que me cuesta escribir y lo que me gusta haber escrito) y me pongo, marketinianamente, en el top of mind de gente que hace mucho tiempo que me ignora. Uno de ellos se aburre de forma impetuosa: "¿Quedamos a comer y me lo firmas?", pregunta. "Estoy viajando, de promo". "Venga, venga, venga". Insiste, insiste, insiste. Quedamos. Aparece sin novela. Y habla, habla, habla. Mientras, yo como, muy zen. Prefiero escuchar. Y él sigue. Habla y se cuenta. Todo es "yo". "Yo y el trabajo". "Yo y las elecciones". "Yo y el mundo". "Yo y las mujeres". Yo, como decían en el cole, con el burro delante para que no se espante. "Yo y mi amiga la escritora".

Me pregunta si todavía leo tanto. Le digo que sí, pero él sigue en su yo. "Yo no tengo tiempo de leer, la verdad. El trabajo, los viajes, las cenas, las series...". En algún momento, detecta una grieta y, de repente, me ve: "¿Y tú? Que me estoy quejando y tú encima eres madre y trabajas y lees, y escribes...". (Y hasta te escucho, pienso). Aunque le da igual. " Tu novela es feminista, ¿no? Yo también soy feminista, lo soy de verdad. Y eso que me he criado en un ambiente machista, pero lo soy. Estoy deseando que os liberéis las mujeres". Y, ahí, por primera vez en toda la comida casi me salta el pensamiento a la boca y pregunto estupefacta: "¿Liberarnos de qué?". Por suerte una señora de la mesa de al lado se me adelanta: "Igual os deberíais liberar vosotros. De vuestros prejuicios, digo...". Mi comensal sonríe obligado, "quizá, quizá", aunque me temo que no entiende lo que le está diciendo. "No me sonrías, hijo, y deja ya de hablar. Que a esta chica yo la leo y es buena escritora. Y tú, hija, no salgas con yoístas". "No, señora, nunca más".

Y además...

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