actualidad
actualidad
Vivir en pareja no significa estar obligado a compartirlo todo. No hay por qué renunciar a los amigos que no son comunes o a actividades que no se realizan juntos. Tampoco hay que esperar que el otro nos acompañe siempre y no nos deje nunca solos, ya que la soledad es esencial para crecer individualmente.
Las relaciones amorosas están marcadas por modelos afectivos que constituyen gran parte de nuestro mundo emocional. Hemos aprendido a movernos más o menos libremente con todos los que nos rodean, lo que quiere decir que hemos adquirido una identidad adulta. A lo largo de ese recorrido, hemos dejado atrás el inevitable sometimiento infantil a nuestros padres. Y es que la libertad se empieza a conquistar durante la primera parte de la vida.
Se acercan las vacaciones -tal vez estés preparando las maletas- y este momento nos proporciona una libertad que, al permitirnos abandonar las rutinas, nos enriquece.
Desengancharse del ritmo cotidiano para conectarse con lo que más nos gusta resulta indispensable para finalizar el año sin estrés, lo que redunda en la fortaleza del vínculo amoroso. Conviene, pues, reflexionar sobre si nos gusta lo que vamos a hacer durante las vacaciones con la pareja o si preferiríamos cambiar el sitio o repartir esos días de otra manera. Blanca había conseguido organizar unas vacaciones muy diferentes a las habituales. Antes siempre iban a casa de los abuelos con su hija, pero este año había podido rescatar tiempo para cubrir otros aspectos importantes y se había puesto de acuerdo con Daniel, su pareja.
La vida cotidiana nos ha podido dejar sin tiempo para pensar en la relación de pareja. En las vacaciones hay más tiempo para convivir y medir el grado de libertad con el que nos sentimos en nuestra relación.
El deseo de sentirse más libre lleva a querer cambiar el modo de relación. Se hace posible cuando se supera la inercia de seguir en una situación que empobrece a ambos.
Él comenzaba las vacaciones una semana más tarde que ella. Justo en esa semana habían apuntado a su hija Raquel, que tenía ocho años, a un campamento. Blanca aprovechaba y se iba esos días a la playa, a casa de una amiga. Después se iría con Daniel y la niña a una casa rural. La última semana de vacaciones les pediría a los abuelos que se quedaran con la nieta para irse de viaje con Daniel: necesitaban estar unos días solos.
Esta manera de preparar sus vacaciones respira la misma libertad que ambos mantienen en su relación amorosa. Los dos han elaborado las dependencias infantiles y han soltado las amarras que nos atan, al principio de nuestra vida, a los padres. Julia elaboró en una terapia psicoanalítica la culpa inconsciente que tenía hacia su madre y que la mantenía demasiado unida a ella. Cuando pudo aceptar las carencias maternas para ocuparse de sí misma, comenzó a sentirse con derecho a dedicar tiempo a su lado profesional. Ahora podía disfrutar de su libertad porque no se sentía culpable y dejaba espacio a Daniel para que ejerciera de padre con plena confianza.
La libertad no se concede, se conquista.
Planea tus vacaciones teniendo en cuenta tus deseos y también los de tu pareja. Se trata de una inversión para tu equilibrio emocional.
Reserva tiempo para realizar lo que te proporciona placer. Pide la ayuda que necesites para concederte descanso sin sentir culpa por no cubrir las necesidades de los otros.
Las vacaciones son un tiempo indispensable que es necesario defender y aprovechar. Para mirar un poco hacia el interior de uno mismo y conectarse con lo que nos gusta es necesario desenganchar de la rutina cotidiana. La relación de pareja se mantiene de forma gratificante si se asienta sobre bases que la hagan crecer. Estas bases son la libertad de cada uno de los miembros, el respeto al otro, el apoyo a su trabajo y la comunicación.
Uno de los síntomas que delata a una pareja enferma es la falta de libertad entre los cónyuges, que puede estar disfrazada de muchas formas como, por ejemplo, del temor por parte de uno de sus miembros a que el otro pueda crecer y cultivar espacios propios.
La pareja funciona como un espejo donde podemos ver lo que menos nos gusta de nosotros mismos o lo que nos gustaría tener, pero que no poseemos. Solo si hemos alcanzado una cierta madurez psicológica, podremos dejar de confundirnos con el otro para asumirnos como sujetos y defender nuestra libertad. Entonces no tendremos miedo a hacernos cargo de nuestros propios deseos y a vivir libre y plenamente también con nuestra pareja.