ILUSTRACIONES DE: SEAN MACKAOUI

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Las casas de apuestas son la adicción más peligrosa para los adolescentes

Los locales de juego extienden su red como una tela de araña en la que los jóvenes quedan atrapados. Se abre ante ellos el abismo de una ludopatía que amenaza a toda una generación.

Al filo de la M-30, San Diego, en Puente de Vallecas, es el barrio más vulnerable de Madrid. Un grupo de adolescentes sale del metro. Han quedado en el bulevar con unas amigas. De camino pasan dos ópticas, una agencia de viajes, un salón de manicura... Entre una tienda de telefonía y una de comida rápida aparece la primera casa de apuestas. Justo enfrente, un nuevo salón de juegos colindante con otro más... En una vuelta a la manzana se cuentan 11 locales de apuestas. “Están todos aquí, con poquito que te pique no te escapas”, dice uno de los chicos. “Y si no tienes la edad, le pides a otro que te lo haga y ya está”.

LA EDAD IRRESPONSABLE...

Abren de 10 de la mañana a 12 de la noche, algunos aguantan hasta la madrugada. “Yo tengo ganas de entrar”, apunta otro, “no, no, aún no lo he hecho”, asegura mirando al suelo. Las pizarras de la entrada anuncian copas a cuatro euros, cerveza a uno y merienda a dos. Carreras de galgos, caballos, tenis, baloncesto y fútbol, mucho fútbol, en un distrito orgulloso de tener el único club de barrio, el Rayo, de La Liga. En la letra pequeña, el mensaje: “ Juega con responsabilidad”.

Las casas de apuestas se regularon en nuestro país en 2011 y, desde entonces, no han dejado de crecer. Dentro de su amplio menú, el plato estrella son las apuestas deportivas. Según datos del Ministerio de Hacienda, en 2017 se jugaron en España 7.400 millones de euros únicamente en esta modalidad; una cifra que suma más de lo que el Estado le dedica a Sanidad y a Educación juntas en los presupuestos para 2019. El problema, es nacional: la Región de Murcia, por ejemplo, cuenta con 565 locales de apuestas, la mayor proporción por habitante de toda España y de Europa. Según la Asociación Española de Empresarios de Salones de Juego y Recreativos (ANESAR), en todo el país hay 3.198 de estos locales.

Las ganancias que mueve el negocio aumentan cada año y, mientras crecen los números, cambia el perfil del jugador medio, se disparan los casos de menores con ludopatía y cierran las tiendas de barrio. Así que en menos de cinco años el juego, que ha sido históricamente una actividad algo escondida y un lavadero de dinero negro, se ha convertido imperceptible y silenciosamente en un elemento más de los barrios.

EXPRIMIENDO LOS BARRIOS

Muchos vecinos están indignados y han empezado a actuar. Hartos de su abusiva presencia y unidos bajo el lema “Apuesta por tu barrio”, señalan sin miedo a las casas de apuestas en las redes sociales y protestan en las calles de algunas de las zonas más saturadas. Salvo Madrid, Castilla-La Mancha y Asturias, las comunidades autónomas han establecido una distancia mínima de entre 100 y 1.000 metros entre salones de apuestas. Pero, si la ley lo permite, se concentran sobre todo en los barrios con menores rentas y mayores tasas de desempleo.

Vallecas es conocido fuera de sus fronteras no solo por su equipo de fútbol, también por su agitación cultural: obras de teatro, salas míticas de conciertos, cines... “De eso, prácticamente, ya no queda nada”, explica Iñaki Olazabal, miembro de Vallekas se Defiende, un grupo de vecinos molesto por la degradación de la zona: “Somos el barrio con menos centros dedicados a los jóvenes y, en cambio, no dejan de abrirse salas de juego como única alternativa”. Esta situación ha generado una alarma social que recuerda a aquellos años 80 en los que la heroína destrozaba los hogares de una España que no supo reaccionar a tiempo.

Porque, como sucedió con la droga, es en los barrios más pobres donde las casas de apuestas se ceban. Iñaki tiene clara la analogía: “Se repite la historia. No exageramos cuando hacemos la comparación. Las casas de apuestas se están cebando en barrios como el nuestro”, dice preocupado. Además, señala, una gran parte de estas salas son manejadas “por los mismos fondos buitres que se están haciendo con edificios de la zona”. El apunte es correcto. En 2018, la empresa catalana Cirsa, copropietaria –junto con un grupo británico– también de Sportium, fue vendida por 2.000 millones de euros al fondo de inversión estadounidense Blackstone, considerado el mayor casero de España con cerca de 30.000 viviendas. Por su parte, el fondo de inversión Silver Point llegó ese mismo año a la dirección de Codere.

Las apuestas fallan; el colmillo de los grandes inversores, no. Las sociedades Sportium y Codere presumen del éxito de su estrategia. Fortalecen sus mandíbulas a base de franquicias ofreciendo un modelo de inversión tentador a propietarios de negocios que no consiguieron levantar cabeza con la crisis. El franquiciado pone local, reforma, controles de seguridad y permisos de apertura. La casa se ocupa de todo lo necesario para realizar las apuestas: software, máquinas y licencias de juego. El beneficio, una vez liquidados impuestos y premios, se reparte al 50%. Bonus track: la publicidad, importante para estos locales, corre a cargo de la casa.

Las comunidades autónomas regulan la publicidad del juego presencial en radio y televisión: está totalmente prohibida, como sucede con el alcohol y el tabaco. Pero para el juego on line no hay normas: es territorio sin ley.

UN ACUERDO QUE NO SE CUMPLE

La publicidad audiovisual se rige por un código de conducta que el sector adoptó en junio de 2012: un acuerdo que no se cumple. Lo constata un reciente estudio del Consell de l’Audiovisual de Catalunya (CAC): ocho de cada 10 anuncios de casas de apuestas en radios comerciales y casi la mitad de los spots de televisión se emiten en horario protegido. Pero la mayor amenaza no está en los medios tradicionales. Un director creativo que prefiere preservar su nombre y que, por motivos de conciencia, renunció a participar en la estrategia publicitaria de una conocida casa de apuestas, pone el foco en internet: “Las empresas de juegos de azar están entre los mejores clientes publicitarios del país”. ¿Cuántos adolescentes hay que todos los lunes entran a un periódico digital deportivo para ver si el Madrid ha comprado a X o si el Barça ha vendido a Z para estar informado en la conversación del recreo? En prácticamente todos esos medios on line hay anuncios de apuestas. En cuanto pinchan en uno, en su ordenador se instala un píxel de seguimiento y entonces “como supuestamente han demostrado atracción por esos anuncios, Google piensa que es algo que les interesa y, a partir de entonces, les aparecerán por todos lados, como un bombardeo”.

ILUSTRACIONES DE: SEAN MACKAOUI

La demanda se fomenta sin escatimar en gastos. El año pasado la inversión en marketing superó los 300 millones de euros. Las empresas se anuncian en soportes analógicos y digitales. También en los equipos de fútbol: 19 de los 20 de Primera División tienen acuerdos con alguna casa de apuestas. Solo se escapa la Real Sociedad, que se desmarcó en 2018, después de consultar a socios y accionistas si debían aceptar este tipo de patrocinios. El 85% dijo no.

"Los chavales acumulan deudas, roban en casa, trapichean, no duermen y se mueren de miedo"

Antes se fomentaba el deporte entre los jóvenes para alejarlos de las drogas. “Ahora vemos a los mejores futbolistas del mundo animándoles a jugar. Es una perversión”, denuncia Ana María Bayta, psicóloga y coordinadora del equipo terapéutico de la Asociación para la Prevención y Ayuda al Ludópata (APAL). Estrellas del fútbol protagonizan campañas en las que el juego es inofensivo, la gente festeja y las ganancias abundan. Frente a tanto buenrollismo, en letra muy pequeña, se recomienda jugar con responsabilidad. Pero, ¿qué responsabilidad puede tener un adolescente? Ana María Bayta, esboza una mueca: “Los estudios dicen que hasta los 27 años, el lóbulo frontal del cerebro no está maduro, aún no se ven las consecuencias de los actos que realizamos y las referencias dejan de ser tus padres para empezar a ser tus compañeros o la publicidad”.

La edad media de iniciación al juego ha bajado de los 28 a los 18 años y asociaciones como la de Bayta alertan de que el trastorno de juego patológico es cada vez más común entre los más jóvenes: “El problema es que se ha normalizado. Antes, cuando venía un usuario enganchado a las tragaperras, era muy difícil encontrar en su entorno alguien más que jugase. Era un estigma. Sin embargo, los amigos de los chavales que llegan ahora a la consulta, algunos con 15 o 16 años, apuestan. Forma parte de su entretenimiento cotidiano”.

El ocio se ha instalado en este tipo de lugares en los que puedes beber, comer e incluso fumar rodeado de estímulos y subidones de dopamina; un entorno ideal para comenzar o alargar la fiesta. “Siempre que hemos ido ha sido como un plan que ha surgido después de tomarnos unas cervezas”, afirma un estudiante de Informática de la Universidad Rey Juan Carlos, antes de reconocer que en esas incursiones ha visto a chavales de más o menos su edad –19 años–, pero también a señores de 70, “a gente que aparentaba estar jugándose dinero que necesitaba y gente que iba muy sobrada”.

Dos caras de una moneda que, en el caso de sus amigos, les ha hecho ganar 300 € en un buen día. Este chico que prefiere mantenerse en el anonimato es cualquier chico de familia de clase media española que pone la calefacción cuando hace frío, se va de vacaciones en verano y tiene un nivel educativo superior. “A la ruleta ya no juego porque, aunque una vez me llevé 54 €, antes de empezar a ganar perdí todo mi dinero y tuve que pedir prestado para seguir; por eso no he vuelto a jugar. No quiero volverme un ludópata”. Dice que lo tiene claro; muchos otros no.

EL CHISPAZO DE LA ADICCIÓN LUDÓPATA

“Hola, estoy teniendo un problema serio con las apuestas […] soy un ludópata más. Quería consejo o saber dónde puedo acudir”. Es uno de los muchos mensajes directos que recibe a diario la cuenta de Twitter @ludopata-rehabilitado. Estos chicos piden ayuda porque no saben frenar, lo que les pasa o qué hacer. Son chavales que no tienen más de 21 años. Muchos acumulan deudas de varios ceros y, si aún no las tienen, todo apunta a que las van a tener. Todos tienen noches de insomnio y se mueren de miedo. Algunos ya nombran el problema, otros se inventan amigos ficticios porque no se atreven a reconocerlo: “Me gustaría comentarte un problema que hay con un amigo, tiene 21 años y desde hace cuatro juega. El caso es que ha ido a más y ha acabado robando 2.000 € en casa”; “Debo dinero y he jugado miles y miles de euros. Empecé con 17 años y ahora tengo 20: no puedo vivir así, no duermo por las noches, no tengo ganas ni de comer, solo pienso en recuperar dinero y poder pagar, es horrible la sensación... He llegado a pensar en lo peor”; “Hola, buenas, me gustaría saber cómo has salido de esta mierda. Siempre digo: esta va a ser la última vez. Y, al día siguiente, vuelvo a jugar y a perder. Gracias por lo que haces, tío, vales mucho”.

Tras @ludopata-rehabilitado hay una persona real: decidió abrir su cuenta de Twitter pensando que podría ayudar a otros como él. “Soy la voz de los que no se atreven a hablar o de los que no pueden hacerlo” y, a continuación, añade sin titubeos: “S oy Santiago Caamaño, tengo 25 años y soy ludópata”. Santiago empezó a jugar a los 14. La primera vez fue en casa de unos amigos, “para pasar el rato”, algo tan inofensivo como una partida de póker. Poco dinero y mucho picante. Las sensaciones de ese día le generaron un chispazo que le impulsó a seguir probando. Del póker a la ruleta, y de la ruleta a las apuestas deportivas. Un viaje exprés del entretenimiento a la adicción justo en los años en los que los aficionados al juego crecían en España, hasta llegar al millón y medio.

DEL PARAÍSO AL ABISMO EN CAÍDA LIBRE

Santiago jugó en torno a medio millón de euros de los 14 a los 22 años. Ahora, con las deudas pagadas, sabe que ha sido muy afortunado; pero se asusta cuando en Muros, su pueblo, ve a menores apostando. Se reconoce en ellos y le dan escalofríos porque la ludopatía le robó la vida. Perdió novia, amigos, estudios y trabajo. Celebró solo cumpleaños en salones donde el tiempo es eterno, la atmósfera artificial y las mamparas te aíslan de otra gente. Eso sí, te tratan como a un señor aunque tengas 17 años. Si eres buen cliente, son capaces de hacerte llegar “lo que sea que necesites” para que no te levantes, asegura Caamaño. Esos agujeros negros para él eran “el paraíso”. Cuando agotaba el dinero, se lo pedía a sus abuelas o sus tíos con la excusa de comprar alguna cosa: “Robaba lo que les hubiera dicho que iba a comprar y me quedaba la pasta. También robaba en el bar de mis padres y tuve suerte de que los 6.000 € de la beca de estudios no estuvieran en mi cuenta porque conozco a chicos que gastaron las suyas apostando”.

"Todos los equipos de primera tienen acuerdos con casas de apuestas excepto la Real Sociedad"

Los ludópatas mienten a todos y también a sí mismos: Santiago perdió en una noche 13.000 €, pero como solo había apostado 50, se convenció de que nada había pasado. “Esta es una de las grandes trabas a la hora de identificar que hay un problema. Los adolescentes no sienten la pérdida porque como normalmente el dinero se lo han dado, se quedan solo en la adrenalina del juego”, confirma Laura Vázquez, psicóloga voluntaria de APREJA (Asociación para la Prevención y Rehabilitación de Jugadores de Azar).

La psicóloga explica que las mentiras son parte del día a día y destaca que la mayoría de los adolescentes que llegan a terapia lo hacen porque les han pillado, no porque reconozcan su enfermedad. Es el caso de Caamaño. La primera vez que entró en un centro de rehabilitación, lo hizo porque tuvo que confesarles a sus tíos, con los que vivía mientras supuestamente estudiaba en la Universidad de Santiago, que debía 3.000 € al banco. Era el segundo crédito que pedía y vencía en tres días.

Sus tíos, a cambio del dinero le hicieron prometer que trataría su problema. Aceptó y les timó como timan los trileros profesionales, con los cinco sentidos. Su única meta era cancelar la deuda y volver a jugar. Dejó el tratamiento a los 10 meses y, a la semana, ya estaba jugando de nuevo. Tuvo cinco recaídas. “En la tercera, mis tíos, hartos, me echaron de casa”. Era mayor de edad, compartía piso con dos personas que no conocía de nada y trabajaba esporádicamente como cómico en bares o en la tele. “El sueldo nunca era suficiente así que, aunque nunca la probé, sí que pasé droga para ganar más”. Su dependencia aumentaba en proporción a su pérdida de control: “Recuerdo apostar antes de acostarme y poner el despertador de madrugada para ver el resultado; bajarme de un avión y salir corriendo en busca de una máquina”.

Cada vez más dependiente y menos persona, un día tocó fondo. “Pensé en suicidarme” Pero decidió despedirse antes del psicólogo y eso le salvó: “Es la primera vez que veo sinceridad en tu mirada, me dijo, y algo se me quebró dentro”. Santiago se rehabilitó, supervisado y con su dinero administrado por terceros, “indispensable para superar la adicción”, apunta la psicóloga de APREJA. Hoy, Santiago estudia Psicología y se empeña en concienciar, “sobre todo a los menores”.

REGISTRO DE AUTOPROHIBICIONES

La prevención es la clave porque el problema existe, las casas de apuestas no se cortan a la hora de abrir locales al lado de colegios o centros de tratamiento y no deja de subir el número de adolescentes que solicitan darse de alta en el Registro Estatal de Autoprohibiciones (para que no se les permita acceder a locales de juego que requieren identificación previa y así controlar, parcialmente, la tentación).

"Los adolescentes que van a terapia lo hacen porque les han pillado, pero no reconocen su enfermedad"

Recientemente, Madrid y Extremadura se han sumado a la lista de las comunidades que le han puesto coto a la distancia entre estudiantes y juego: 100 y 300 metros respectivamente. Alarmados por el aumento de la ludopatía juvenil, asociaciones de vecinos, madres y padres de alumnos se han puesto en pie de guerra. Demandan mayor control en los accesos y una regulación más estricta en todos los lugares con gran afluencia de menores.

EL ESPEJISMO DEL CONTROL

En Las Rozas (Madrid), uno de los municipios con mayor renta media de España, María Feduchi, madre de un adolescente, terapeuta especializada en recuperación y rehabilitación de adicciones, ya ha interpuesto dos denuncias ante la Guardia Civil. ¿El motivo? En pleno corazón del pueblo, la Plaza de España, zona de reunión de niños y adolescentes se han abierto en los últimos dos años tres salones de apuestas. “No es sano –se queja María–. Desde que han abierto se ve a jóvenes beber alcohol y fumar porros en su puerta. Y no es la primera vez que pillo a menores hipnotizados ante el escaparate para ver las carreras de galgos”. Y, dice ¿si se enganchan así con una competición de galgos, qué no sentirán cuando se trata de fútbol?

En psicología existe un concepto llamado “ ilusión de control”, una tendencia que tenemos las personas a creer que ejercemos el control sobre sucesos. Ahí radica parte del éxito de las apuestas deportivas entre los más jóvenes. Todos pican. La psicóloga Laura Vázquez, que recorre los centros educativos de Huelva dando charlas sobre ludopatía, ha hecho la prueba. Cuando entra en un aula y necesita romper el hielo, pregunta: “¿Quién se sabe la alineación del Inter de Milán? ¿Y la del Osasuna?”. Unos y otros se pisan en una carrera por completar las listas. Responden con más datos de los necesarios. Y se gustan. Probablemente, si les preguntásemos quién ganará el partido de esta tarde o en qué minuto se meterán los goles, harían sus apuestas, envalentonados. Se tirarían a la piscina, sin más. Y, aunque muchos piensen que no es más que un juego, más de uno podría no ser capaz de salir de esa especulación que es un deseo.