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Cómo convivir con una mini activista

¿Carne? ¿Botellas de plástico? ¿Cápsulas de café? Todas esas cosas que eran consideradas imprescindibles por la generación anterior son vistas hoy por muchos adolescentes como puro veneno. Miniactivistas que defienden su discurso con vehemencia (además de razones éticas y científicas) y que dejan al desnudo nuestra incoherencia.

La activista sueca Greta Thunberg. / instagram

Silvia Torres
Silvia Torres

Un optimista verá el vaso medio lleno, un pesimista, medio vacío. Mi hija mirará el vaso de frente con mirada retadora y dirá: "Ese vaso me está ofendiendo". Si tiene usted un adolescente en casa sensibilizado con todas las causas justas de este mundo, entenderá de qué habla María Eugenia Bourzac (47 años, empresaria). Su hija Jenny de 17 se ha convertido en su peor juez. Sus ideas ecologistas son tan puras que no hay estilo de vida que cumpla sus expectativas. Su madre ha empezado a esconder las cápsulas de Nespresso ("basura contaminante", dice Jenny) y ha puesto en un sitio muy visible la cafetera italiana. Si usted convive con una activista de 17 años necesita un manual de resistencia. Asúmalo.

Es cierto que María también se siente muy orgullosa de los valores de su hija. La ha educado con sumo cuidado, le ha enseñado a solidarizarse con los más desfavorecidos, a militar en la noble cruzada contra la polución y la injusticia, a llevar una vida sin excesos consumistas... Querría creer que incluso la ha convertido en una mejor versión de ella misma pero, en algún momento, el asunto se le ha ido de las manos y ella se ha convertido en el blanco. De repente, es la conservadora madre de una activista químicamente pura. Para su hija, ella es la primera responsable de la destrucción del planeta y su modo de vida, un ataque a la supervivencia de la humanidad y a los cinco océanos. "En resumen, he creado un monstruo y ahora tengo que convivir con él", bromea.

¿Pequeña gran hermana?

No ha ayudado mucho que una de las musas de su hija, la activista sueca Greta Thunberg, haya plantado cara a la generación de sus padres en la Cumbre del Clima: "Decís que amáis a vuestros hijos sobre todas las cosas. Sin embargo, les estáis robando su futuro ante sus propios ojos". Porque ¿qué puede gustar más a un adolescente que retar a la autoridad?

Si usted tiene una Pasionaria o una Simone de Beauvoir en casa, el primer paso es bajar el perfil cuando las soflamas sean más ardientes y, si no quiere renunciar radicalmente su modo de vida, planificar estrategias para evitar que salte la tragedia ante cualquier eventualidad doméstica. Porque su hija activista también sufre adicción al drama, así que sus reivindicaciones siempre van a ser épicas y aparatosas.

Por ejemplo, si está en el súper con su hija y se ha dejado en casa las bolsas de tela, no se le ocurra pagar por unas contaminantes bolsas de plástico. No se lo perdonará. María Bourzac (47 años) cometió ese sacrilegio la última vez que fue a hacer la compra... Cuando su hija la vio pedir un par de bolsas de plástico montó en cólera y le susurró: " La gente como tú me da verguenza: sois lo peor". "Me tuve que largar sintiéndome como una asesina de la fauna marina", dice María.

¿Exageramos al decir que convivir con un activista menor de edad es lidiar con la inquisición del siglo XXI? Debe saber que cada acto de su vida estará bajo vigilancia y será juzgado por un severo tribunal. Solo le queda seguir este manual de instrucciones para burlar el régimen.

- La comida. "La mesa es sagrada y libre de tóxicos. Todas las v erduras son kilómetro cero, ecológicas y de temporada". Ese debe ser su discurso. Si la activista tira de etiqueta y le saca en cara que de postre hay piña traída de Tailandia será su culpa. La responsabilidad de limpiar rastros es toda suya.

Por supuesto, espere a que se vaya de fin de semana para comerse ese filete de ternera y esconda las botellas vacías de vino hasta que pase la basura. (Ah, y por supuesto tenga en casa todos los cubos reglamentados, tirar la basura es de altísimo riesgo).

A la hora del desayuno jure (aunque no esté en sus planes) que hará el esfuerzo por comprar la leche a granel, sin pasteurizar, como en el siglo XIX, para que no vuelva a entrar un tetrabrick en casa. Vuelva a jurar que también fabricará con sus propias manos un horno para cocer el pan y vaya ganando tiempo.

Damos por sentado que evita los plásticos en el súper, pero si se le escapa alguno, desarrolle una maniobra de ocultamiento, desembale la compra a escondidas y haga desaparecer los envases. Empaque todo en papel de estraza o en bolsas de Zara. No, perdón, bolsas de Zara tampoco, que abrimos el melón del consumismo. Mejor vuelva a suscribirse a un periódico de papel, y use los ejemplares viejos para camuflar sus compras irregulares. Por último, aprenda palabras nuevas relacionadas con el consumo responsable y vaya soltándolas a discreción en presencia de su hija en una eficaz operación de name dropping que le hará parecer enterada y casi una activista medio ambiental.

- La sobremesa. Es un momento crítico porque se va a hablar en familia y con el lenguaje políticamente correcto hemos topado. Pablo Chibás (46 años) padre de una adolescente feminista militante tiene prohibido el uso mismo de la palabra. La decisión la ha tomado su mujer después de que todas las intervenciones del padre fueran descalificadas por su mini Simone de Beauvoir de 14 años con gesto despectivo: " Ya está el cuñao haciéndome mansplainning. (Para los neófitos, el mansplaining es el hábito de algunos hombres de explicar o terminar las frases que dicen las mujeres siempre con tono condescendiente y pretendida superioridad intelectual). "Pero no era el caso, me dice Pablo -y casi se dispone a poner su mano para jurar sobre sobre El segundo sexo- cualquier explicación es mainsplainning, hasta me han regalado el Día del Padre un ejemplar de Los hombres me explican cosas (Capitán Swing, 2017), y he optado por la autocensura para tener la fiesta en paz". Su hija cree que lo que le pasa a él es que no se conoce.

En la casa de Paola, de 17 años, se ha tenido que afinar el lenguaje. La hija no admite que se hable de discapacitados sino de personas con diversidad funcional; los negros son personas racializadas; los ciegos, discapacitados visuales y los calvos, alopécicos. "Al principio me hacía gracia, pero es difícil hablar bajo esta fiscalización del lenguaje. Una cosa es escribir o hablar en la radio y otra es charlar en familia, ¿no?", cuenta Ramón Aragón (50 años), su padre, que también prefiere la autocensura al enfrentamiento. "Ya se le pasará. Espero", dice resignado. César Urralde (45 años) también prefiere no intervenir y solo mirar de reojo cuando su hija Irene, de siete, le consulta a su madre: "Cuando tenga un hijo no tendré que vivir con el padre, ¿verdad? No hace ninguna falta. Yo me iré a vivir con mi amiga Maya". César siente que bajo sus pies se tambalean siglos de patriarcado pero prefiere fingir que sigue concentrado en la lectura de su libro.

- El armario. "Llego a casa con varias bolsas de las rebajas y mi hija se pone a cotillear. Antes no había peligro: quería buscar si había algo para ella; pero ahora las cosas han cambiado, lo primero que saca son unas sandalias que imitan la piel de serpiente: "Esto será falso, verdad?", me espeta. Le muestro la etiqueta, 19,99 euros, "¿Tú qué crees?". "Falso. Vale, entonces me gustan", dice la pequeña inquisidora. Alba es una activista animalista y no admite ni una debilidad. Su madre Ángela Guerrero (42) ha tenido que guardar los bolsos de piel en el fondo del armario. "No pienso deshacerme de ellos y prefiero, en todo caso, decirle una mentira piadosa: "Hija mía, todo es polipie". Alba requisa los armarios de vez en cuando y le saca los colores: las zapatillas Nike de su padre son "una vergüenza" y le parece que la mitad de la ropa de su madre sobra y debe donarse a una ONG. Ángela tuvo que pactar con ella, a la que llama "la policía moral", que en algún momento antes de 2020 se sometería al reto del armario cápsula. Le quedan seis meses de paz. El armario cápsula es un desafío para tener un ropero minimalista: pasar 10 días usando 10 piezas de ropa. "Es la estrategia de reeducación que necesitas", le ha señalado con condescendencia su pequeña activista. Para estos casos extremos se recomienda usar altillos y maleteros del coche para lo que fueron inventados: esconder las bolsas de las rebajas.

- El verano. Mónica Cabrera (50 años) se encontró un cartel a la entrada de su casa: " Esta familia quiere salvar el planeta y vivirá un verano con cero emisiones: no encenderemos el aire acondicionado ni vamos a planificar viajes en avión". Fin de la cita. "¿Perdón? -se dijo Mónica- ¿Con quién han contado para hacer este alegato ecologista que nos va a dar el verano?". Sus dos hijas, de 14 y 16 años, son líderes de una especie de desafío ecológico en sus redes sociales, y han tomado por ella algunas decisiones que Mónica considera "extremas" y que incluyen, además, ducharse con agua fría. "Mamá, no seas rancia que hace calor", le dijeron como único argumento. "Estamos negociando -me cuenta Mónica, ya en su tercera semana de austeridad veraniega- pero, de momento, el aire acondicionado solo se pone cuando ellas no están y su padre y yo tenemos pavor de que nos descubran".

Las chicas quieren que el viaje de verano a Cracovia sea en tren porque "los aviones, muy mal, mamá". Los billetes, en avión, llevan más de cuatro meses comprados y ahora Mónica no sabe si tener una conversación sobre el asunto o aplicar la política de hechos consumados y tener la bronca en la Terminal 4 de Barajas. "Lo que parece que se ha salvado del plan es la piscina. Hemos insinuado su padre y yo con no poco sarcasmo que la piscina igual no era lo más ecológico que teníamos en casa -cuenta Mónica-, pero se nos ha informado que nuestra piscina había sido escogida como centro de operaciones para supervisar el cumplimiento del challenge". "Desde aquí vigilaremos vuestro verano", me han dicho", lamenta su madre. Aunque en el fondo, como César, Ramón, María o cualquier padre de un adolescente (extremadamente) comprometido, sepa que sus hijos solo están asumiendo el papel que la generación anterior se pudo dar el lujo de obviar. Toca, pues, padecer el riguroso tutelaje de los miniactivistas... O, por lo menos, tomar conciencia de las adultas incoherencias que han llevado al planeta hasta el inminente desastre que ellos nos señalan.

20 de enero-18 de febrero

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